Ahora resulta que la inseguridad ciudadana viene de parte de las Fuerzas del Orden, supuestamente, encargadas de velar porque los bolivianos tengamos la tranquilidad que todos merecemos para desarrollar nuestras actividades cotidianas, tanto al abandonar el hogar como volver a él, sanos y salvos.
Sin entrar a realizar juicios de valor sobre la culpabilidad o inocencia de los policías que últimamente han hecho noticia por las actividades que desarrollan, al margen de las habituales que un oficial del verde olivo está obligado a cumplir, nos referiremos al comportamiento de los policías en el cumplimiento de sus básicas obligaciones.
Existen varios casos de la “eficiencia policial”. El asalto en Calamarca; luego, Blas Valencia, asesino y asaltante; el escándalo de un general de policía preso por narcotraficante; otros por delitos menores como clonación de placas, uso indebido de vehículos policiales y complicidad con quienes cometen, habitualmente, delitos. Y ahora, el cambio repentino de tres comandantes de la Policía en menos de dos años con diferentes cargos en su contra. Todos estos hechos, han calado hondo en la ciudadanía que desconfía, día que pasa, de una institución que en cualquier parte del mundo es motivo de respeto y garantía de confianza.
No son sólo las instancias judiciales las que, por su ineficacia en otorgar castigos ejemplares, prontos, oportunos y justos a quienes cometen todo tipo de delitos. Lamentablemente, la pérdida de respeto a la institución policial, es también un motivo por el cual la seguridad ciudadana corre peligro creciente. Se rompe, la institucionalidad y quienes fueron ayer agentes de represión de las dictaduras (DIC, DIN y otros), vestidos con el clásico y tenebroso terno negro y corbata roja, disfrazados de detectives, hoy están en las más altas esferas del mando policial con apoyo político.
Es como si dijeran: “si los policías cometen delitos, porqué yo no”. Y en muchos casos los mismos policías se ponen al lado de los delincuentes, como sucedió en la detención última de unos atracadores que pretendieron disuadir a la víctima de sentar una denuncia en las oficinas de la Felcc. El que fue atracado en la zona céntrica de Sopocachi, se quejó “los oficiales junto a los atracadores me hablaron de lo engorroso y difícil que es sentar una denuncia, como insinuando que era mejor no hacer nada”. En eso, no se equivocaron.
¿A quiénes protegen los policías?, a las víctimas o a los delincuentes, nos preguntamos. O como el caso del excomandante que con el propósito de victimizarse acusó a un periodista de acoso, cuando el profesional de “Página Siete”, sólo buscaba, por ética, entrevistar a la contraparte de la noticia para brindar al lector las dos versiones. No contento con eso, amenazó a una Ministra del Estado, buscando evitar una investigación en su contra.
Si en este momento se realizara una encuesta, casi es seguro que la confianza en la Policía está en sus niveles más bajos, no por culpa de los ciudadanos; sino por la conducta de algunos miembros policiales, jefes, oficiales y policías de bajo rango, que no actúan de manera honesta, transparente y profesional. Los escándalos que estallaron y se difundieron en los medios de comunicación (que sólo cumplen su labor de informar), no tienen otros culpables que los protagonistas de esos escándalos. Por eso, guardan detención en cárceles del exterior; por eso, fueron destituidos de altos cargos de mando (pero ninguno juzgado); por eso, las turbas entran hasta las mismas celdas, secuestran a los presuntos delincuentes y los linchan, sin que la Policía pueda hacer nada, a propósito o por ineptitud.
La inseguridad ciudadana se tiñe de verde y los que visten de verde, pierden toda credibilidad y respeto de la ciudadanía, por su comportamiento, hecho público, por inadecuado y, en muchos casos, delictuoso.
Por lo menos…esa es mi opinión.
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