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Federico García Lorca - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Domingo 25 de junio de 2023

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Cultural El Duende

Federico García Lorca

25 jun 2023

Federico García Lorca. (Fuente Vaqueros, 1898 â?? camino de Víznar a Alfacar, granada, 1936). Poeta, dramaturgo y prosista español. Ha publicado los poemarios: Canciones (1921); Poema del cante jondo (1921), Oda a Salvador Dalí (1926), Romancero gitano (1928), Poeta en Nueva York (1930), Llanto por Ignacio Sánchez Mejías (1935), Seis poemas Galegos (1935), Sonetos del amor oscuro (1936) y Diván del Tamarit (1940).

Romance de la luna, luna

La luna vino a la fragua

Con su polisón de nardos.

El niño la mira mira.

El niño la está mirando.

En el aire conmovido

mueve la luna sus brazos

y enseña lúbrica y pura,

sus senos de puro estaño.

â??Huye luna, luna, luna.

Si vinieran los gitanos

harían de tu corazón

collares y anillos blancos.

â??Niño, déjame que baile.

Cuando vengan los gitanos,

te encontrarán sobre el yunque

con los ojillos cerrados.

â??Huye luna, luna, luna,

Que ya siento sus caballos.

â??Niño, déjame, no pises

mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba

tocando el tambor del llano.

Dentro de la fragua, el niño

tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían,

bronce y sueño, los gitanos.

Las cabezas levantadas

y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,

ay cómo canta el árbol!

Por el cielo va la luna

con un niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,

dando gritos, los gitanos.

El aire la vela vela.

El aire la está velando.

La cogida y la muerte

A las cinco de la tarde.

Eran las cinco en punto de la tarde.

Un niño trajo la blanca sábana

a las cinco de la tarde.

Una espuerta de cal ya prevenida

a las cinco de la tarde.

Lo demás era muerte y sólo muerte

a las cinco de la tarde.

El viento se llevó los algodones

a las cinco de la tarde.

Y el óxido sembró cristal y níquel

a las cinco de la tarde.

Ya luchan la paloma y el leopardo

a las cinco de la tarde.

Y un muslo con un asta desolada

a las cinco de la tarde.

Comenzaron los sones del bordón

a las cinco de la tarde.

Las campanas de arsénico y el humo

a las cinco de la tarde.

En las esquinas grupos de silencio

a las cinco de la tarde.

¡Y el toro, solo corazón arriba!

a las cinco de la tarde.

Cuando el sudor de nieve fue llegando

a las cinco de la tarde,

cuando la plaza se cubrió de yodo

a las cinco de la tarde,

la muerte puso huevos en la herida

a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

A las cinco en punto de la tarde.

Un ataúd con ruedas es la cama

a las cinco de la tarde.

Huesos y flautas suenan en su oído

a las cinco de la tarde.

El toro ya mugía por su frente

a las cinco de la tarde.

El cuarto se irisaba de agonía

a las cinco de la tarde.

A lo lejos ya viene la gangrena

a las cinco de la tarde.

Trompa de lirio por las verdes ingles

a las cinco de la tarde.

Las heridas quemaban como soles

a las cinco de la tarde,

y el gentío rompía las ventanas

a las cinco de la tarde.

A las cinco de la tarde.

¡Ay qué terribles cinco de la tarde!

¡Eran las cinco en todos los relojes!

¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

La casada infiel

Y que yo me la lleve al río

creyendo que era mozuela,

pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago

y casi por compromiso.

Se apagaron los faroles

y se encendieron los grillos.

En las últimas esquinas

toqué sus pechos dormidos,

y se me abrieron de pronto

como ramos de jacintos.

El almidón de su enagua me

sonaba en el oído,

como una pieza de seda

rasgada por diez cuchillos

Sin luz de plata en sus copas

los árboles han crecido,

y un horizonte de perros

ladra muy lejos del río.

Pasadas las zarzamoras,

los juncos y los espinos,

bajo su mata de pelo

hice un hoyo sobre el limo.

Yo me quité la corbata.

Ella se quitó el vestido.

Yo el cinturón con revólver

Ella sus cuatro corpiños.

Ni nardos ni caracolas

tienen el cutis tan fino,

ni los cristales con luna

relumbran con ese brillo.

Sus muslos se me escapaban

como peces sorprendidos,

la mitad llenos de lumbre,

la mitad llenos de frío.

Aquella noche corrí

el mejor de los caminos,

montado en potra de nácar

sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre,

las cosas que ella me dijo.

La luz del entendimiento

me hace ser muy comedido.

Sucia de besos y arena,

yo me la lleve del río.

Con el aire se batían las

espadas de los lirios.

Me porté como quien soy.

Como un gitano legítimo.

La regalé un costurero

grande de raso pajizo,

y no quise enamorarme

porque teniendo marido

me dijo que era mozuela

cuando la llevaba al río.

Madrigal apasionado

Quisiera estar en tus labios

para apagarme en la nieve

de tus dientes.

Quisiera estar en tu pecho

para en sangre deshacerme.

Quisiera en tu cabellera

de oro soñar para siempre.

Que tu corazón se hiciera

tumba del mío doliente.

Que tu carne sea mi carne,

que mi frente sea tu frente.

Quisiera que toda mi alma

entrara en tu cuerpo breve

y ser yo tu pensamiento

y ser yo tu blanco veste.

Para hacer que te enamores

de mí con pasión tan fuerte

que te consumas buscándome

sin que jamás ya me encuentres.

Para que vayas gritando

mi nombre hacia los ponientes,

preguntando por mí al agua,

bebiendo triste las hieles

que antes dejó en el camino

mi corazón al quererte.

Y yo mientras iré dentro

de tu cuerpo dulce y débil,

siendo yo, mujer, tú misma,

y estando en ti para siempre,

mientras tú en vano me buscas

desde Oriente a Occidente,

hasta que al fin nos quemara

la llama gris de la muerte.

El poeta habla por teléfono con el amor

Tu voz regó la duna de mi pecho

en la dulce cabina de madera.

Por el sur de mis pies fue primavera

y al norte de mi frente flor de helecho.

Pino de luz por el espacio estrecho

cantó sin alborada y sementera

y mi llanto prendió por vez primera

coronas de esperanza por el techo.

Dulce y lejana voz por mí vertida.

Dulce y lejana voz por mí gustada.

Lejana y dulce voz amortecida.

Lejana como oscura corza herida.

Dulce como un sollozo en la nevada.

¡Lejana y dulce en tuétano metida!

Vicente Alexaindre, Evocación de Federico García Lorca: Yo le he visto en las noches más altas, de pronto, asomado a unas barandas misteriosas, cuando la luna correspondía con él y le plateaba su rostro; y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé dónde, en busca de esa sabiduría profunda que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios, que encandecía su ceño de inspirado. No, no era un niño entonces. ¡Qué viejo, qué viejo, qué «antiguo», qué fabuloso y mítico! Que no parezca irreverencia: sólo algún viejo «cantaor» de flamenco, sólo alguna vieja «bailaora», hechos ya estatuas de piedra, podrían serle comparados. Sólo una remota montaña andaluza sin edad, entrevista en un fondo nocturno, podría entonces hermanársele.

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