David Huerta, Ciudad de México, 1949. Ha publicado, entre otros, los poemarios: Cuadernos de noviembre (1976), Huellas del civilizado (1977), Incurable (1987), Historia (1990), Los objetos están más cerca de lo que aparentan (1990), Hacia la superficie (2002), Versión (2006) y La calle blanca (2006)
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La Noche del Cuerpo
En la noche del cuerpo se preparan
los alimentos de Dios,
la cena carmesí de los esclavos,
el místico bocado
de los turbios amantes
sudor, lágrimas, mierda
el humus lento, el óvalo marchito,
el resto náufrago del visionario,
el regalo sedente
que se posa en la tierra
un vapor de Demonios
rodea los Testimonios.
En la noche del cuerpo
se preparan de nuevo
para sus explosiones
diurnas, para el momento
en que habrán de salir
entre el humo feroz de su estallido.
Escena de costumbres
La región que buscabas en el azul del sábado
es una reliquia
desprendida del corazón húmedo del aire:
una zona de poca fortuna
Para la riqueza de tus manos rectas y dolorosas,
metidas en el azar de un brusco acercamiento
o penetradas por el disturbio de una desnudez
que nadie sospecharía.
Ahora tu escena es una composición
de velocidades e imaginaciones nuevas:
accidentes de cacería, oscuros trapos,
paredes repletas para tu ojo sin costumbre.
Tu cuerpo es un vino
que atravesaba la confusión de cuerdas y
relojería sin manchar el mantel,
una medicina en la atmósfera de cabellos del sábado,
una pálida risa
que se desvaneció detrás de ti.
Escucha cómo se propaga
la escasa conversación de los otros,
tensa en las bocas cuidadas para la muerte,
ilesa y reflejante
como una gastada maquinaria sobre la carne del mundo,
tocada una y otra vez por la salud y el orgullo, invadida
por un enorme paisaje conmovedor.
Nocturno
Milímetros de ti convergen ahogándose,
bajo la noche, la fantasía de toda
la transparencia empozada en el cuarto.
Tu mirada oscila con un cerrado esplendor,
y en tu saliva surgen pedazos de nombres,
alas de quemaduras:
la noche resuena en tu paladar
con paso lentísimo de larva y roce tibio,
de animales numerosos
extraviados en el reino de tus ropas, mezcladas
de cualquier modo en la silla sombría,
bajo techos muertos y lúcidos,
recogido tú en los dones del sueño sobre
tu cabeza hipnotizada de silencio.
Olvidar
Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
¿Y aquí la risa
como un pájaro ebrio?
Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje náufrago
de mi silbido matinal.
Aquí están los sonidos
olvidadizos, las crepitaciones
que amarillean.
Una vez más,
todo será escuchar
u olvidar.
Olvidaré estos doblados
enigmas, estos relojes
rectilíneos de esperas,
Este cuerpo ajeno
en la llama de sándal.
El peso de una chispa
Entro en una gasa letárgica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Está detrás de una velocidad de párpado
la fractura de una Afirmación.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociación
de bien, mal, política, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmación me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.
Entro luego en ámbito
de arenas evangélicas,
veo sombras de manos y huelo
el vibrante viático de mi Hermano.
Salgo a los dédalos del mundo.
No renunciaré a este entrar y salir.
No escucharé las Órdenes. Tendré,
entre los fantasmas y los purgatorios,
sobre el calor de las manos que proyectan
esta sombra de un collar blanco,
la dávida necesaria. Sostendré,
al entrar y salir, el peso de una chispa
que sale de una gota o un río de sangre
todo lo que me une a esto
y a lo otro, diminutivamente
a mi hermano, al mundo
Fuente: LA PATRIA
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