Loading...
Invitado


Domingo 27 de mayo de 2012

Portada Principal
Cultural El Duende

Antes del año cincuenta

27 may 2012

Fuente: LA PATRIA

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

Fue en tiempos en que el Hospital Obrero no era ni esperanzas sembradas en unos predios descuidados, y en que el mismo estadio La Paz jugaba por fuera mientras que los futbolistas jugaban en su interior, porque este estadio con su arquitectura hacia juego con el monolito tiwanacota y el templete semisubterráneo. Tampoco eran tiempos tan añejos como para ser “mi refugio dominguero” como dice el tradicional tango, sino que era el refugio cotidiano de Ismael cuando estudiaba en la universidad de San Andrés.

Hacía poco que se había celebrado el Cuarto Centenario de la fundación de la ciudad, y toda ella mostraba aún los arreglos y engalanamiento que se había hecho para exhibirla más linda todavía. Sus habitantes se sentían felices cuando la vida se deslizaba al ritmo de sus tranvías, pero algo presagiaba que a la Ceja de El Alto se asomaría el progreso para planear el polo del desarrollo citadino. Nadie había especificado si el polo geográfico o el polo magnético o sea aquel montículo imantado que, según la leyenda, atraía poderosamente todo lo metálico para hacerlo estrellar. De cualquier manera, se necesitaba una violenta convulsión, felizmente no orográfica, porque eso sí ningún boliviano permitiría que se modifique la tranquilidad y la imperturbable placidez del Illimani, propiedades contagiables a muchísimos de los seres humanos de las cercanías. Era más bien una conmoción en el espíritu de las personas que debía poner a unas minorías privilegiadas en las vecindades del mal agudo coronario, y a las mayorías, en el jadear de las monumentales realizaciones que pedirían esfuerzo y sacrificio.

Pasados los años, Ismael no podía recordar qué se celebraba aquella semana que originaría los sucesos de este relato porque unas largas pestañas femeninas se enredaban con la pelusa de su memoria; solamente sabía que la gente estaba muy jubilosa, y entre otras, se apreciaban en La Paz dos cosas como buenas. Su cerveza ingente, debe entenderse: la cerveza que se mete en la gente, y un munícipe que quería repartir a la población festejante billetes de dos mil bolivianos, pero otras autoridades no le dejaron fabricarlos en la imprenta de la esquina. Durante siete días, la mayoría de los cines presentaban un festival, o sea la proyección de los éxitos de películas en una especie de circuito local.

Ismael era en esa época un caso típico de lo que antes se llamaba tedio y ahora se tilda como órganoneurosis o de “stress complicado con strain”. Impensadamente encontró el mejor tratamiento, que era una chica que descubrió en el patio posterior de la UMSA tomando api como desayuno. Como buenos amigos habían asistido a tres jornadas sucesivas del festival de cine. La cuarta vez, al volver de la función vespertina, caminaban conversando, alrededor del estadio. Quizá por la actitud romántica de la actriz Jean Simmons que se enamoró fácilmente del condiscípulo, quizá por la noche estrellada, quizá por la presencia de un cuerpo corriente de muchacha, pero forrado de esa maravilla morena de la paceña, buscaba con la mirada un arbolito que le diera sombra bajo los lamparones de la avenida y también la forma o la frase adecuada para detenerla y confiarle no sé qué sensaciones bonitas que le palpitaban irreprimiblemente en el pecho. Cuando se dio cuenta que el orden de los faroles no altera el alumbrado, y que pararse y soltar un suspiro a bocaijarro era la solución a su penar, se acabaron los arbolitos, y a la cuadra llegaron hasta la puerta de la casa que la amiga atravesó diciéndole en un adiós apresurado la hora de la cita siguiente. Su padre tendría anteojos para leer exclusivamente sus escritos de abogado pero la casa tenía ventanas que oficiaban de atalayas.

No habría dado Ismael ni una docena de pasos cuando se le plantó en su delante un individuo que se sentía él solo la segunda edición de un pelotón de fusilamiento. Una humanidad maciza. El ceño fruncido y la mirada conminatoria, sobre unas mejillas como un par de guantes de box.

–¡Me tiene que acompañar a la comisaría! Soy detective.

–¿Por qué? Usted está equivocado.

–Les he seguido y estaban haciendo macanas bajo el árbol del parque.

–No hemos pasado por ningún parque…

Si no ensayaba ningún otro tipo de defensa era porque una mano metida en el bolsillo del perramus hacía intuir un arma de fuego. Si ya no intentó seguir dando explicaciones de inocencia fue porque sabía que las cabezas son como las empanadas salteñas, lo que vale es lo que se lleva adentro. Y la del detective, ni la pepa de la aceituna…

¡Te vamos a fichar!

Ismael pensó: Como estoy tan flaco me tomarán mis depresiones digitales, y en señas particulares pondrán: “Bostezos por docena y por falta de cena”.

Tuvo que ir por delante al paso exigido por el apremio, aunque de haber conocido el camino hubiera llevado al prepotente de vuelta a su singani. En el trayecto oyó un ofrecimiento de transigir a cambio de una suma que representaba su pensión de tres o cuatro meses, por lo que ya no abrió su boca. El detective sí lo hizo:

–Apurate –le tuteó–. Tenía que haber esta madrugada un golpe, y mi jefe debe de estar nervioso. Ya he dicho que te suelto con esa condición…

Faltando algunos metros a la supuesta comisaría, Ismael pensaba que adivinar el tinte partidario de ese presupuestívoro era igual a conjeturar sobre el color del esófago de las truchas o de las bogas. Súbitamente salieron de la Comisaría una veintena de individuos ariscos que corrieron a rodearlos. Era como obligar a seguir hablando de fauna lacustre: las bogas pueden trasladarse solas, pero los ispis lo hacen dentro de un conjunto múltiple. Así aparecieron los partidarios del orden; lo que vale a decir, del ministro, del pez gordo, pescado por el anzuelo de la “Rosca” y los siervos de los capitalistas mineros.

Indudablemente que había allí algún malentendido, o que los del ministerio habían olido a pescado podrido o a adherentes de asonada.

El detective mostró ser un psicólogo porque les lanzó una andanada de recriminaciones pues querían detener al más fiel defensor del gobierno, y por eso traía a ese universitario rebelde. La veintena actuaba como un solo hombre. No se atrevían a definirse, por el mismo motivo que había convertido a Ismael en revolucionario auténtico. Por el poder de un arma que desde el bolsillo apuntaba inmisericorde. Los ademanes del brazo izquierdo eran iracundos como si sus reflejos medulares mostraran mayor actividad mientras más se enojaba. Y su cuerpo no se movía del mismo sitio porque sabía que se estaba perfilando como candidato a un calabozo vitalicio. Hacía lo posible por seguir amenazando con lenguaje de telegrafía ebria.

Pero aquel grupo veinte igual a uno demostró que su sentido de observación no era el mismo que el de un celenterado, y cuando se percataron que nunca podría disparar algo que únicamente era apariencia de caño de revólver, para no gastar una bala –que quizá tampoco la tenían en sus dos metralletas– le dieron un golpe con la culata. Ismael afirma desde entonces que su detective descubrió la franja de asteroides situada entre Marte y Júpiter.

Como se ve, son circunstancias que cambian el curso de la historia. La del país, no, por supuesto. Pero la de él, sí, porque ya no llegaría a contar a sus nietos sobre Melgarejo y su famosa camisa marca “Confianza”.

Ismael se había puesto a pensar nuevamente y muy apresurado en aquel socorrido argumento de los valientes que había leído en algún lado: No me hincaré a rezar, ¡nunca!, porque entonces ¿cómo podré salir corriendo? Hay gente que ahora se reirá, o querrá disimular una sonrisa de muy inteligente, que entiende todo, pero una cosa es leer qué es una noche de revolución, y otra, tenérsela al frente con un caño que le apunta a la cara.

Después, el cachetón exhaló. Todo parecía un sueño de una noche de verano. En versión de tragedia. Sin el bardo inglés que la escribiera. Y únicamente con el jefe de la banda que se consideraba el poder ejecutivo en pleno. Él tardó en pensar: sublevado es faccioso. Joven, preso de faccioso. Sublevado, eliminado. Joven, está de nuestro lado. Como conclusión dio unas palmaditas en el hombro de Ismael para que se fuera. Si se hubiera quedado, y continuado el silogismo, le hubieran conferido una escarapela y nombrado “salvador de las instituciones”.

–Ahora ¡corramos! Vamos a cobrarnos con los traidores que están en el puente…

Nadie se preocupó del dizque detective que, después se supo, se había mantenido firme en su deber, aún al día siguiente de muerto continuaba duro, no quería dar su brazo a torcer.

El epílogo fue el habitual. La oligarquía siguió gobernando. Como efecto del susto, el tedio abandonó a Ismael, y ya no buscó más a la hermosa miraflorina pues vivía en una calle muy conflictiva.

Alfonso Gamarra Durana. Oruro.

Académico de la Lengua.

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: