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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Sharon Olds - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
Sharon Olds (San Francisco, California, 1942) Poeta. Ha publicado: Satán dice (2001), El padre (2004), Los muertos y los vivos (2006) La célula de oro (2016), El salto del ciervo (2018) y La habitación sin barrer (2019).
Más vieja
Cuanto más vieja me pongo, más me siento
casi hermosa- no mi cara, una cara común,
puritana, sino mi cuerpo. Y tendré
cincuenta, pronto, mi cuerpo
se marchita, huesudo, y me gusta su
rugosidad plateada, la piel que se afina,
la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro
arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo
cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces,
cosas que, si las viera una mujer joven, la harían
gritar como en una película de terror,
quedo convertida en bruja en un instante - si me inclino
lo suficiente, puedo ver la piel fina
de mi estómago frunciéndose
y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.
Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha
enteramente, por fuera, de eso,
y haciendo el amor con la misma dignidad
animal, el túnel todavía igual
al interior de una bráctea color frambuesa.
De pronto me veo joven a mí misma
al lado de esa octogenaria, me veo
como su hija, mi carne suelta y drapeada
muestra los ángulos largos de estos extraños
huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.
Cuando era más joven, me veía a mí misma,
a veces, como el tosco dibujo de una hembra??
los pechos, el destello de las caderas de los años 40??
pero este grisáceo ser abollado es confortable como
una vieja prenda favorita, es casi
amable, ahora, para mí. Por supuesto, es
el amor de él el que estoy viendo, el trabajo de su pulgar
sobre este centavo de la suerte ??cinco veces
cinco años en su bolsillo. Quizás
aún si me muriera, él no me vería fea.
A veces, ahora, bailo
como humo chato sobre una chimenea.
A veces, ahora, creo que vivo
en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje
de acabar, no estoy todo el día acabando,
pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace.
?ltima hora
En medio de la noche, me hice una cama
en el piso, alineándola fielmente a mi madre,
la cabecera hacia las colinas, los pies hacia la Bahía donde
los pájaros vadean para buscar moluscos ??me acosté,
y el primer cascabel de la muerte sonó
con su autoridad del desierto. Ella tenía ese aspecto de
niño cantor en un ventarrón,
pero su cara se había vuelto más material,
como si los tejidos, almacenados con su vida,
estuvieran siendo reemplazados desde algún abastecimiento general
de jaleas y resinas. Su cuerpo la respiraba,
crujidos y chasquidos de mucosidad, y después
ella no respiraba. A veces parecía
que no era mi madre, como si hubiera sido sustituida
por un ser más adecuado a esa tarea,
una criatura más simple y más calma, y sin embargo
saturada del anhelo de mi madre.
La palma de mi mano le rodeaba la coronilla
donde latía su corazón feroz, la otra mano sobre su
hombro pequeño, me mantuve a la par de ella,
y entonces empezó a apurarse,
a adelantarse, después se quedó quieta y su
lengua, manchada como motas de maná,
se levantó, y un jadeo se formó en su boca,
como si lo hubieran forzado a entrar, después la calma. Después otro
suspiro, como de alivio, y después
la paz. Esto siguió por un rato, como si ella estuviera
expresando, sin apuro,
sus sentimientos sobre este lugar, su tierra
y apesadumbrada conclusión, y después, contra
la palma de mi mano en su cabeza, el regalo de no
sufrir, ningún latido;
por momentos, sus latidos parecían curvarse??
y después sentí que ella no estaba allí,
sentí como si ella siempre hubiera querido
escaparse y ahora se hubiera escapado.
Entonces se transformó,
despacio, en una cosa de hueso,
que marcaba el lugar donde ella había estado.
Primera hora
Esa hora, fui más yo misma que nunca. Me había sacado
a mi madre lentamente de encima, estaba acostada ahí
respirando por primera vez, como si
el aire del cuarto me estuviera soplando
como a una burbuja. Todo lo que tenía que hacer
era salir por la línea de mi mirada y volver,
salir y volver, en la seda de la gravedad, la
presión del aire una caricia, oliendo en mí
la sangre cremosa de ella. El aire
me tocaba suavemente la piel y la lengua,
entraba en mí y sacaba los pequeños
suspiros que yo no sabía que eran míos.
No tenía miedo. Estaba acostada en la quietud
y miraba, y me dedicaba al pensamiento sin palabras,
mi mente recibía su oxígeno
directamente, la rica mezcla por boca.
No odiaba a nadie. Miraba y miraba,
y todo era interesante, yo era
libre, todavía no enamorada, no
pertenecía a nadie, no había bebido
leche, todavía ?? nadie tenía
mi corazón. No era muy humana. No
sabía que existía alguien más. Estaba acostada
como un dios, por una hora, después vinieron a buscarme,
y me llevaron con mi madre.
Aceite de pescado
Una medianoche, llegué a casa después del trabajo
y el departamento apestaba a pescado
frito. Todas las ventanas estaban cerradas,
y todas las puertas, abiertas, de
la sartén y la espátula se desprendía una espiral
espesa de oliva y bacalao. Mi marido
dormía. Abrí las ventanas y cerré
las puertas y puse los platos en la pileta
y los sumergí en detergente. Al día
siguiente le fui con el chisme a una amiga, y ella dijo,
algunos podrían vivir con eso, y hasta
aprender a disfrutar del olor a frito. Y esa noche,
miré a mi amor, y quien él es
me tocó el fondo del corazón. Busqué
una botella de extra-extra virgen,
y una receta de filete de mar en
aceite de oliva, llené los cuartos con
volutas de perfume de aleta, el contorno
en la arena que dibujaron los primeros cristianos,
el lazo que significa seguridad, que significa yo también,
recordé el cen?o fruncido de mis padres frente a cualquier
dejo de olor fuera de la cocina,
el escalofrío calvinista, en esa casa, frente a la dulce
grasa de la vida. Yo había venido a mi compan?ero
aturdida, anhelante, un poco de sal
en su canasto de pesca, una chica en aceite,
su plato. No había sabido que uno
pudiera aprobar a otro completamente ?? que uno pudiera
despertarse un día rancio, que uno pudiera despabilarse
del suen?o del enjuiciamiento.
La promesa
Con el segundo trago, en el restaurant,
tomados de la mano sobre la mesa vacía,
hablamos de eso otra vez, renovamos nuestra promesa
de matarnos el uno al otro. Estás tomando gin,
el enhebro azul noche
se disuelve en tu cuerpo, yo tomo Fumé,
mastico su tierra fragante y ahumada, estamos
recibiendo tierra, ya somos en parte polvo,
y donde sea que estemos, estamos también en nuestra
cama, encajados, desnudos, a lo largo uno del otro,
cercanos, embriagados
después del amor, entrando y
saliendo del borde de la conciencia,
nuestros cuerpos felices, entrelazados. Tu mano
se tensa sobre la mesa. Te da miedo
que me acobarde. Lo que no quieres
es agonizar en una cama de hospital por un año
después de un infarto, incapaz
de pensar o de morir, no quieres
que te aten a una silla como a tu impecable abuela,
profiriendo insultos. El cuarto en penumbras
a nuestro alrededor,
globos de marfil, cortinas rosadas
ceñidas por la cintura ??y afuera
un anochecer de verano tan leve,
alto, luminoso. Te digo que no me
conoces si crees que no te
mataré. Piensa en cómo hemos flotado juntos,
mirándonos a los ojos, pezón contra pezón,
sexo sobre sexo, las mitades de una criatura
resurgiendo hasta el borde de la materia
y sobrepasándola ??me conoces de la brillante
sala de partos salpicada de sangre, si un león
te tuviera entre sus dientes yo lo atacaría, si las sogas
que ataran tu alma fueran tus propias muñecas, yo las cortaría.
Inés Garland, una de las traductoras de Olds al castellano dijo: Traducir a Sharon Olds ha sido una de las experiencias más gozosas de mi vida literaria. Mi escritura se vio profundamente afectada por ella, por su manera de mirar y sentir, por sus elecciones. Traducir es como visitar la casa del escritor que traducimos y abrirle los cajones y meterse entre su ropa, oler, tocar, tener entre manos la materia que usó. También es entrar en un estado anterior a la escritura, antes de las elecciones, el momento anterior a que fuera esa palabra y no otra, ese verso y no otro, esa cadencia y no otra. No hago este proceso de entrar al estado pre-verbal conscientemente, pero reconocí que lo hacía cuando John Berger lo describió en un ensayo sobre traducción. Es una selección lenta, a tientas, de una concentración absoluta y, a la vez, de una atención flotante. Las respuestas pueden venir de los lugares más inesperados. Ahí están las palabras en español de algo que entendí perfectamente en inglés pero todavía no traté de decir en mi lengua. En el proceso la lengua propia tironea como la ropa que me queda chica, las palabras parecen quedar demasiado apretadas o demasiado grandes, chingan, se ven torcidas o deslucidas. De pronto aparece la que puede ser, se acomoda, sí, la miro, la peso, sí, puede ser, es, el verso puede ser, el poema funciona. Y acaba de aparecer una luz que ilumina un rincón apagado de mi propia casa, de mi propia lengua, un rincón del mundo. Otro más que se suma a la experiencia de contarnos los unos a los otros quiénes somos y cómo es para nosotros este mundo al que vinimos a parar.
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