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Sharon Olds - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Invitado


Domingo 28 de mayo de 2023

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Cultural El Duende

Sharon Olds

28 may 2023

Sharon Olds (San Francisco, California, 1942) Poeta. Ha publicado: Satán dice (2001), El padre (2004), Los muertos y los vivos (2006) La célula de oro (2016), El salto del ciervo (2018) y La habitación sin barrer (2019).

Más vieja

Cuanto más vieja me pongo, más me siento

casi hermosa- no mi cara, una cara común,

puritana, sino mi cuerpo. Y tendré

cincuenta, pronto, mi cuerpo

se marchita, huesudo, y me gusta su

rugosidad plateada, la piel que se afina,

la superficie de un lago rizada por el viento, un espectro

arrugado, un pliegue de humo. Sin embargo

cuando miro hacia abajo puedo ver, a veces,

cosas que, si las viera una mujer joven, la harían

gritar como en una película de terror,

quedo convertida en bruja en un instante - si me inclino

lo suficiente, puedo ver la piel fina

de mi estómago frunciéndose

y colgando en pequeños picos, como yeso fresco.

Y sin embargo puedo imaginarme a los ochenta, hecha

enteramente, por fuera, de eso,

y haciendo el amor con la misma dignidad

animal, el túnel todavía igual

al interior de una bráctea color frambuesa.

De pronto me veo joven a mí misma

al lado de esa octogenaria, me veo

como su hija, mi carne suelta y drapeada

muestra los ángulos largos de estos extraños

huesos como las manijas de utensilios de cocina hechos en el cielo.

Cuando era más joven, me veía a mí misma,

a veces, como el tosco dibujo de una hembra??

los pechos, el destello de las caderas de los años 40??

pero este grisáceo ser abollado es confortable como

una vieja prenda favorita, es casi

amable, ahora, para mí. Por supuesto, es

el amor de él el que estoy viendo, el trabajo de su pulgar

sobre este centavo de la suerte ??cinco veces

cinco años en su bolsillo. Quizás

aún si me muriera, él no me vería fea.

A veces, ahora, bailo

como humo chato sobre una chimenea.

A veces, ahora, creo que vivo

en el lugar donde se hace la bebida solemne, salvaje

de acabar, no estoy todo el día acabando,

pero vivo todo el día en el lugar donde eso se hace.

?ltima hora

En medio de la noche, me hice una cama

en el piso, alineándola fielmente a mi madre,

la cabecera hacia las colinas, los pies hacia la Bahía donde

los pájaros vadean para buscar moluscos ??me acosté,

y el primer cascabel de la muerte sonó

con su autoridad del desierto. Ella tenía ese aspecto de

niño cantor en un ventarrón,

pero su cara se había vuelto más material,

como si los tejidos, almacenados con su vida,

estuvieran siendo reemplazados desde algún abastecimiento general

de jaleas y resinas. Su cuerpo la respiraba,

crujidos y chasquidos de mucosidad, y después

ella no respiraba. A veces parecía

que no era mi madre, como si hubiera sido sustituida

por un ser más adecuado a esa tarea,

una criatura más simple y más calma, y sin embargo

saturada del anhelo de mi madre.

La palma de mi mano le rodeaba la coronilla

donde latía su corazón feroz, la otra mano sobre su

hombro pequeño, me mantuve a la par de ella,

y entonces empezó a apurarse,

a adelantarse, después se quedó quieta y su

lengua, manchada como motas de maná,

se levantó, y un jadeo se formó en su boca,

como si lo hubieran forzado a entrar, después la calma. Después otro

suspiro, como de alivio, y después

la paz. Esto siguió por un rato, como si ella estuviera

expresando, sin apuro,

sus sentimientos sobre este lugar, su tierra

y apesadumbrada conclusión, y después, contra

la palma de mi mano en su cabeza, el regalo de no

sufrir, ningún latido;

por momentos, sus latidos parecían curvarse??

y después sentí que ella no estaba allí,

sentí como si ella siempre hubiera querido

escaparse y ahora se hubiera escapado.

Entonces se transformó,

despacio, en una cosa de hueso,

que marcaba el lugar donde ella había estado.

Primera hora

Esa hora, fui más yo misma que nunca. Me había sacado

a mi madre lentamente de encima, estaba acostada ahí

respirando por primera vez, como si

el aire del cuarto me estuviera soplando

como a una burbuja. Todo lo que tenía que hacer

era salir por la línea de mi mirada y volver,

salir y volver, en la seda de la gravedad, la

presión del aire una caricia, oliendo en mí

la sangre cremosa de ella. El aire

me tocaba suavemente la piel y la lengua,

entraba en mí y sacaba los pequeños

suspiros que yo no sabía que eran míos.

No tenía miedo. Estaba acostada en la quietud

y miraba, y me dedicaba al pensamiento sin palabras,

mi mente recibía su oxígeno

directamente, la rica mezcla por boca.

No odiaba a nadie. Miraba y miraba,

y todo era interesante, yo era

libre, todavía no enamorada, no

pertenecía a nadie, no había bebido

leche, todavía ?? nadie tenía

mi corazón. No era muy humana. No

sabía que existía alguien más. Estaba acostada

como un dios, por una hora, después vinieron a buscarme,

y me llevaron con mi madre.

Aceite de pescado

Una medianoche, llegué a casa después del trabajo

y el departamento apestaba a pescado

frito. Todas las ventanas estaban cerradas,

y todas las puertas, abiertas, de

la sartén y la espátula se desprendía una espiral

espesa de oliva y bacalao. Mi marido

dormía. Abrí las ventanas y cerré

las puertas y puse los platos en la pileta

y los sumergí en detergente. Al día

siguiente le fui con el chisme a una amiga, y ella dijo,

algunos podrían vivir con eso, y hasta

aprender a disfrutar del olor a frito. Y esa noche,

miré a mi amor, y quien él es

me tocó el fondo del corazón. Busqué

una botella de extra-extra virgen,

y una receta de filete de mar en

aceite de oliva, llené los cuartos con

volutas de perfume de aleta, el contorno

en la arena que dibujaron los primeros cristianos,

el lazo que significa seguridad, que significa yo también,

recordé el cen?o fruncido de mis padres frente a cualquier

dejo de olor fuera de la cocina,

el escalofrío calvinista, en esa casa, frente a la dulce

grasa de la vida. Yo había venido a mi compan?ero

aturdida, anhelante, un poco de sal

en su canasto de pesca, una chica en aceite,

su plato. No había sabido que uno

pudiera aprobar a otro completamente ?? que uno pudiera

despertarse un día rancio, que uno pudiera despabilarse

del suen?o del enjuiciamiento.

La promesa

Con el segundo trago, en el restaurant,

tomados de la mano sobre la mesa vacía,

hablamos de eso otra vez, renovamos nuestra promesa

de matarnos el uno al otro. Estás tomando gin,

el enhebro azul noche

se disuelve en tu cuerpo, yo tomo Fumé,

mastico su tierra fragante y ahumada, estamos

recibiendo tierra, ya somos en parte polvo,

y donde sea que estemos, estamos también en nuestra

cama, encajados, desnudos, a lo largo uno del otro,

cercanos, embriagados

después del amor, entrando y

saliendo del borde de la conciencia,

nuestros cuerpos felices, entrelazados. Tu mano

se tensa sobre la mesa. Te da miedo

que me acobarde. Lo que no quieres

es agonizar en una cama de hospital por un año

después de un infarto, incapaz

de pensar o de morir, no quieres

que te aten a una silla como a tu impecable abuela,

profiriendo insultos. El cuarto en penumbras

a nuestro alrededor,

globos de marfil, cortinas rosadas

ceñidas por la cintura ??y afuera

un anochecer de verano tan leve,

alto, luminoso. Te digo que no me

conoces si crees que no te

mataré. Piensa en cómo hemos flotado juntos,

mirándonos a los ojos, pezón contra pezón,

sexo sobre sexo, las mitades de una criatura

resurgiendo hasta el borde de la materia

y sobrepasándola ??me conoces de la brillante

sala de partos salpicada de sangre, si un león

te tuviera entre sus dientes yo lo atacaría, si las sogas

que ataran tu alma fueran tus propias muñecas, yo las cortaría.

Inés Garland, una de las traductoras de Olds al castellano dijo: Traducir a Sharon Olds ha sido una de las experiencias más gozosas de mi vida literaria. Mi escritura se vio profundamente afectada por ella, por su manera de mirar y sentir, por sus elecciones. Traducir es como visitar la casa del escritor que traducimos y abrirle los cajones y meterse entre su ropa, oler, tocar, tener entre manos la materia que usó. También es entrar en un estado anterior a la escritura, antes de las elecciones, el momento anterior a que fuera esa palabra y no otra, ese verso y no otro, esa cadencia y no otra. No hago este proceso de entrar al estado pre-verbal conscientemente, pero reconocí que lo hacía cuando John Berger lo describió en un ensayo sobre traducción. Es una selección lenta, a tientas, de una concentración absoluta y, a la vez, de una atención flotante. Las respuestas pueden venir de los lugares más inesperados. Ahí están las palabras en español de algo que entendí perfectamente en inglés pero todavía no traté de decir en mi lengua. En el proceso la lengua propia tironea como la ropa que me queda chica, las palabras parecen quedar demasiado apretadas o demasiado grandes, chingan, se ven torcidas o deslucidas. De pronto aparece la que puede ser, se acomoda, sí, la miro, la peso, sí, puede ser, es, el verso puede ser, el poema funciona. Y acaba de aparecer una luz que ilumina un rincón apagado de mi propia casa, de mi propia lengua, un rincón del mundo. Otro más que se suma a la experiencia de contarnos los unos a los otros quiénes somos y cómo es para nosotros este mundo al que vinimos a parar.

Para tus amigos: