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Don Bailón Vargas, amigo - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Domingo 28 de mayo de 2023

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Cultural El Duende

Don Bailón Vargas, amigo

28 may 2023

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El país es así. La mayor parte de nosotros no sabe de los otros que también son país, así como la mayor parte de los otros no sabe de nosotros que también nos nombramos país. Y claro, en esa dualidad ambivalente de un nosotros que son los otros, y viceversa, terminamos siendo unos y otros, o acaso ninguno.

Los letreros más luminosos dicen La Paz, Cochabamba, Santa Cruz; más opacos los de otros departamentos. Y al hacer un ajuste de escala, más allá de la división política, hay miles de poblaciones pequeñas de las cuales ignoramos su nombre, y qué decir de quiénes las habitan. Poseemos una conciencia nebulosa del país, donde gravita la peregrina idea de que, por haber estado en la ciudad capital de un departamento, habríamos conocido todo el departamento; ya Ciro Alegría lo expresaba en el título y contenido de su gran novela: ??El mundo es ancho y ajeno?.

Durante muchos años creí, como la mayor parte de los orureños citadinos, que salir de Oruro tenía como indeclinable destino Cochabamba, La Paz, Potosí o allende el país. Hasta que llegó aquel día en que la brújula me mostró otro norte infrecuente: ir de Oruro hacia Oruro. La ruta del Tata Sajama, Curahuara de Carangas, el Salar de Coipasa, los reinos del Thunupa Mikataika, aquellos territorios que tan poéticamente bautizó Eduardo Nogales como ??el jardín de las lentitudes?.

Al parecer, nuestro sentido de orientación estos tiempos tiende a dirigirse hacia el afuera, el hacia adentro constituye una ruta olvidada, inexpugnable, casi inexistente. Incluso nuestra existencia cotidiana se halla acosada por una inclemente exterioridad, los estímulos de afuera han cooptado nuestra atención, la tecnología hace de las suyas, el cultivo del mundo interior se halla cada vez más socavado por distractores intrascendentes: el look, el celular, la televisión, las apariencias, la simulación, en fin, ese mundo como espectáculo e impostación que han escudriñado los sociólogos. Vivimos una merma de la reflexión, del pensamiento gravitante, del cultivo de las ideas, apenas se piensa desde el celular -prótesis viral- y en consecuencia ya no se lee, o se lee muy poco, ya no se osa ver el país de adentro. En la universidad ??otrora centro del debate y la forja del pensamiento crítico- se sufre una lamentable caquexia intelectual, donde el celular ha terminado siendo el Rector.

Ni apocalípticos, y cada vez más pavorosamente integrados a occidentales latitudes, vamos escamoteando inmensos territorios del espacio que nos rodea y que forma parte de la patria.

Esto viene a propósito de un viaje realizado al oriente del país, a Riberalta, una pequeña y encantadora ciudad, capital de la Amazonía boliviana, a orillas del río Beni. Como tantas ciudades intermedias, creciente y pujante, con una población cercana a los 80.000 habitantes, con un comercio vital y no pocas universidades. Precedida de gruesos filones genealógicos procedentes de los Tacanas, Chácobos y otros grupos originarios del lugar, hoy, dentro un mestizaje creciente, y además coexistente con otras corrientes migratorias del interior del país, donde los aymaras y quechuas se hallan vigorosamente presentes.

A falta del añorado mar nuestro, el río Beni confluente con el Madre de Dios, aparece enorme y anchuroso en el marco de un exuberante paisaje; sabemos que terminará siendo el mar, pero mientras, su majestuoso curso transcurre hondo e inexpugnable, rapta nuestra asombrada mirada en la orilla y nos convoca a vivir una experiencia in/sólita.

Al día siguiente, prolongándose el viaje por el río en una balsa, después de más de una hora de recorrido, y traspasando la frontera entre Beni y Pando, terminamos visitando dos comunidades aledañas: Puerto Loreto y Puerto Loma Alta, ya en el territorio pandino.

Fuera del rio, asombra la tupida vegetación que invade todos los flancos. Una vegetación aparentemente virgen, pero hollada desde hace mucho por la avidez de madereros y por la explotación del producto fundamental que sostiene a la región, la castaña.

No había sido buena la cosecha de la almendra este año, y las comunidades se hallaban preocupadas. De ahí es que el oro presente en el río aparezca como posible alternativa para compensar sus carencias. De hecho, la explotación del oro es una actividad que se realiza por cooperativas mineras auríferas y, lamentablemente, por piratas de la minería, a través de la práctica de la minería ilegal.

Culminado mi trabajo en la comunidad Loreto, y mientras proseguían mis compañeros su faena, aparecí conversando con un comunario de una edad similar a la mía, un hombre de edad provecta. Su creciente y sabia disertación me hizo comprender el nutrido nombre vegetal que habita en la floresta. Árboles desconocidos para mí, bejucos, plantas inimaginables, hojas enormes, flores y frutos expuestos en la exuberante trama del paisaje. La alusión a gallinazos, felinos, anacondas, chanchos del monte, caimanes y simios de todo pelaje, paiches, surubíes, parabas y guacamayos, más ese animal envolvente y ubicuo: el calor. Un mundo desconocido y sorprendente, que en las palabras del amigo danzaba seguro y portentoso como en su versión verdadera.

Los ciclos de la naturaleza y su trabajo de recolectar castañas, la vida y los sueños de la comunidad fueron apareciendo poco a poco, no fueron menos las penurias narradas y la lúcida conciencia de su marginalidad dentro esta Bolivia carcomida por modernidades y posmodernidades inquilinas, por poderes insaciables.

Al medio de un paseo vespertino, yo no hacía otra cosa que preguntar a este amigo súbito, Esse Ejja probablemente, y escuchar esa voz grave y antigua trenzada al paisaje, protagonista de una historia invisible. Apenas, de rato en rato, me tocaba comentar mi azaroso destino de burócrata, de ciudadano urbano, abrumado por ordenanzas, traspapelado en la idiotez, infectado por las horas pico, el tráfico del tráfico, por ese show de letreros luminosos y espejitos de colores que presume la ciudad, por el quitoneo de una verdad fantasma.

A final, fuimos más hondo: los hijos, la salud, el indecible mañana de los viejos, y llegó la hora de la retirada. Al despedirnos me pidió que pasara por su pahuichi, para que el adiós fuera más bien un hasta pronto. Así fue, al marcharnos desde la movilidad vi una mano que se agitaba en las lindes de la comunidad, y deteniendo el carro fui a su encuentro.

Parado en la entrada de su vivienda, con la sencillez de la dignidad, llamó a su esposa y me la presentó, le pidió que sacara una bolsita de almendras que la anciana al cabo me obsequió. Sé que mi agradecimiento fue demasiado pobre, y fue rebasado por la sonrisa de ambos. Antes de despedirme, y con el deseo de reencontrarnos más adelante le revelé mi nombre, y me atreví a pedirle que me dijera el suyo --me dijo, Bailón Vargas.

Gracias, Bailón amigo, ahora sé que el objetivo fundamental de ese viaje no fue el cursito institucional, sino haberte conocido, y en escasas horas haber vislumbrado un mundo desconocido. Ojalá que el escaso tiempo que nos queda nos reúna de nuevo.

Para tus amigos: