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Kamikaze japoneses, los pilotos suicidas de la segunda guerra mundial - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Domingo 14 de mayo de 2023

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Revista Dominical

Kamikaze japoneses, los pilotos suicidas de la segunda guerra mundial

14 may 2023

Por: J.M. Sarduni

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Periodista especializado en Historia

En 1944 la situación japonesa en el Pacífico era crítica. El Ejército Imperial se hallaba en serias dificultades tras la desastrosa campaña de las islas Marianas, que conllevó el hundimiento de gran parte de su flota en el transcurso de la batalla del mar de Filipinas, un enfrentamiento entre japoneses y norteamericanos que tuvo lugar entre el 19 y el 20 de julio.

Aquella grave crisis llevó a Japón a tomar una drástica y dramática decisión para lograr revertir el devenir de la Segunda Guerra Mundial: reclutar pilotos suicidas, los famosos kamikaze.

Estos hombres debían autoinmolarse voluntariamente por el bien de su país haciendo impactar sus aviones contra los barcos estadounidenses.

KAMIKAZE, EL ??VIENTO DIVINO?

El término kamikaze aparece mencionado por primera vez por los norteamericanos cuando hacían referencia a los ataques suicidas realizados por los pilotos de la armada japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. Aunque el uso de la palabra kamikaze como sinónimo de piloto suicida ha sido tradicionalmente aceptado, en Japón no se usaba con ese sentido.

Para referirse a estos pilotos se ha preferido el término Shinpū tokubetsu kōgeki tai (Unidad Especial de Ataque Shinpū) o su abreviación: tokkōtai. En realidad, kamikaze significa literalmente ??viento divino? y es una expresión que tiene sus orígenes en el siglo XIII, cuando los mongoles al mando de Kublai Khan decidieron invadir el archipiélago japonés y fueron rechazados por un fuerte tifón que se desató en esos momentos.

Así, aunque en Japón los ideólogos de la táctica kamikaze fueron el contralmiranteTakijiro Onishi y el comandante Asaiki Tamai, la idea de crear un grupo de pilotos suicidas no tuvo su origen en Japón, sino en la Italia fascista de Mussolini.

Durante la invasión de Etiopía, el duce ya se propuso crear un escuadrón suicida que estrellase sus aviones contra los buques de la Marina Real Británica, pero los italianos nunca llevaron a cabo ese siniestro proyecto. No así los japoneses, que lo tuvieron muy en cuenta y no dudaron en desarrollarlo y ponerlo en práctica.

EL HONOR DE SER UN KAMIKAZE

El perfil del kamikaze japonés era el de un hombre joven de entre 25 y 35 años (en algunos casos incluso se enrolaron adolescentes de 17 años) procedentes de la Fuerza Aérea Imperial Japonesa.

Aunque al principio las unidades estaban formadas por cadetes recién licenciados, muy pronto empezaron a alistarse voluntarios procedentes de las universidades, jóvenes con ideales patrióticos ultranacionalistas y fieles defensores del código de honor samurái, el bushido.

A pesar de la disparidad de sus orígenes y procedencias, todos ellos tenían una cosa en común: su inquebrantable lealtad al emperador.

Sin embargo, el elemento que tal vez más unía a todos aquellos futuros kamikaze era la idea de yamatodashi o sacrificio personal, un sentimiento profundamente arraigado en la sociedad japonesa. La idea de morir en favor del colectivo, o rippanashi, agrupaba a personas procedentes de cualquier estrato social y de todo tipo de creencia religiosa, tanto sintoísta como budista o cristiana. Pero también había limitaciones a la aceptación de jóvenes en el cuerpo de kamikaze. Para no acabar con un linaje familiar, nunca se aceptó a alguien que fuera hijo único, aunque en este caso también hubo alguna excepción.

No deja de ser curioso el caso de una madre que consiguió que finalmente su hijo fuera aceptado tras enviar una carta a las autoridades quejándose de que fuera rechazado por ese motivo.

Pero no todos los futuros kamikaze estaban tan convencidos del honor que representaba formar parte de aquel grupo elegido. Un reducido número de ellos, a diferencia de la mayoría, que lo hacía voluntariamente, se vieron obligados a alistarse para no deshonrar a su familia.

Así, cuando un oficial preguntaba a los cadetes quién de ellos deseaba ser un kamikaze, la inmensa mayoría de jóvenes levantaba la mano sin dudarlo, incluyendo a los que tan solo lo hacían para cumplir con su deber.

Se dio incluso el caso de que, en algunas ocasiones, los oficiales alistaban a los cadetes como voluntarios sin tan siquiera pedirles permiso, como en el caso del piloto Kuroda Kenjiro o el de otro piloto llamado Ryo Yamada, que tras negarse a convertirse en kamikaze fue degradado a soldado raso y obligado a marchar a combatir en el frente.

EL RITUAL KAMIKAZE

Los pilotos kamikaze se preparaban cuidadosamente para su ??glorioso? final. Antes de partir se llevaba a cabo una ceremonia de despedida en la que a cada uno se le entregaba una bandera de Japón con inscripciones rituales, en la frente se ataban el hachimaki, una cinta con el dibujo del Sol naciente, símbolo imperial, y se ceñían el senninbari o ??cinta de mil puntadas?, una faja tejida por mil mujeres, cada una de las cuales debía realizar una puntada.

Los kamikaze completaban su atuendo con una katana, la típica espada samurái, y generalmente se les ofrecía una copa de sake o de té antes del despegue. Los pilotos solían recitar un jisei no ku, un poema de despedida que tradicionalmente declamaban los samuráis antes de cometer su suicidio ritual o seppuku.

Una vez listo y en marcha, el cuerpo de kamikaze estaba ya preparado para actuar. Y el escenario donde estos pilotos entraron en acción por primera vez fue en Filipinas, donde lo hicieron bajo el nombre de Cuerpo Especial de Asalto por Impacto.

El vicealmirante Takijiro Onishi organizó la escuadrilla en cuatro grupos: Yamato, el antiguo nombre de Japón; Shikishima, nombre poético dado al país del Sol Naciente; Ashahi, que significa ??Sol de mañana?, y Yamazakura, que quiere decir ??cerezo de montaña?.

Esta fuerza aérea estaba integrada por 41 pilotos y 26 cazas Zero A6M5, unos aviones de combate también conocidos como ??cazas samurái? que iban equipados con bombas de 250 kilos.

El miércoles 25 de octubre de 1944, un Zero al mando del teniente Yukio Seki sobrevoló varias veces el portaviones estadounidense USS Saint-Lo. Al divisar el aparato, los artilleros a bordo del barco abrieron fuego contra él, alcanzando al caza, que se alejó con varios impactos en el fuselaje.

Pero de pronto Yukio Seki dio media vuelta y, ante la mirada atónita de la tripulación, enfiló su aeronave en línea recta hacia el portaviones y soltó las bombas que cargaba a la vez que se estrellaba con su avión en la cubierta.

UNA TÁCTICA NUEVA Y MORTÍFERA

Los sorprendidos supervivientes del portaviones USS Saint-Lo apodaron aquella táctica suicida inédita Devil Driver (conductor diabólico), aunque los norteamericanos al principio achacaron lo que había sucedido a una maniobra accidental del piloto japonés y albergaban serias dudas de que aquello se pudiera convertir en algo habitual a partir de entonces.

Pero tras varios impactos más de aviones japoneses contra barcos estadounidenses, los norteamericanos tuvieron que aceptar que no se trataba de un error de cálculo, sino de una nueva y mortífera táctica militar que a partir de entonces iban a emplear los japoneses.

Pero no todos los impactos lograban hundir a los barcos enemigos. La mayoría solo provocaban daños en las cubiertas y algún que otro herido.

Durante el verano de 1945, la llamada ??escuadrilla Shinten? llegó a utilizar algunos de sus kamikaze para impactar no contra barcos, sino contra los grandes bombarderos B-29 estadounidenses, que dejaban caer su carga letal contra las ciudades de Japón, ya fuera mediante impactos directos contra su fuselaje o intentando cortarles las hélices con las alas de sus Zero.

Los kamikaze siguieron actuando durante algún tiempo, y oficialmente, el último ataque de un kamikaze japonés tuvo lugar el 29 de julio de 1945, cuando uno de estos cazas impactó contra el destructor USS Callaghan y logró hundirlo, provocando 47 víctimas.

EL ?LTIMO KAMIKAZE

Tras la rendición incondicional de Japón el 15 de agosto de 1945, muchos oficiales decidieron acabar con su vida antes que rendirse. Por ejemplo, el vicealmirante Takijiro Onishi decidió cometer seppuku, es decir, un suicidio ritual.

Para mostrar su valor rehusó incluso recibir el golpe de gracia, con lo que acabó prolongando su agonía. Por su parte, el adiestrador de pilotos Motoharu Okamura se disparó un tiro en la cara para acabar con su vida.

Pero quien llevó el patriotismo hasta las últimas consecuencias fue el vicealmirante Matome Ugaki. Fiel al código bushido y con el pretexto de que el emperador aún no le había comunicado personalmente el alto el fuego, decidió volar él mismo en una última misión suicida.

Antes de subirse al aparato para llevar a cabo un ataque kamikaze, se vistió el uniforme verde de piloto, se despojó de todas sus insignias y posó portando el tantō, un arma parecida a un puñal de uno o doble filo. Pero el vicealmirante no logró su objetivo. Unos marines norteamericanos hallaron más tarde su cuerpo junto a los restos humeantes de su aparato en una playa de la isla de Ishikawa. El último kamikaze del Ejército Imperial Japonés murió sin poder completar su misión.

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