Loading...
Invitado


Domingo 27 de mayo de 2012

Portada Principal
Revista Dominical

Testimonio de una madre a sus hijos

27 may 2012

Fuente: LA PATRIA

Para JAVIER y RICARDO, Mi tesoro mayor, siempre • Por: Marlene Durán Zuleta

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

En una de las estaciones del año, se escucha el Himno de la alegría, son varias sinfonías que transforman el aire. El anuncio de otra vida que late, motiva a desprenderse de otras pláticas y canciones. Ese ángel dormido tiene sonido en las entrañas, algunos silencios o movimientos intensos por el acuario interior.

Es una indescriptible algarabía, saber que un nuevo ser, se transforma en fecundo tesoro que la naturaleza habrá de prodigar, como todo niño es anhelado. Hay susurros, bullicio, suspiros y ecos que marcan cada jornada, cada anochecer, todo cambia con la bendición de la maternidad.

Que importa si la piel se consuma o dilate, si la fatiga profane la quietud o el vértigo se hunda como daga, el sabor de la boca sea hiel permanente, salobre para lidiar con las mentas. Los meses son memorables, imborrables para toda mujer que se vuelve resplandor.

Se acumulan nueve lunas, son plenilunios que incendian las mejillas, hay ríos de células y palabras que rondan, un misterio para el cuerpo, el anhelo es que corra el instante, se rompa la bolsa y el hijo, estructura de besos y ternura pueda respirar. Son jornadas de insomnio, enredos en el calendario para recibir otro retoño recóndito como la raíz.

Nació el venerado, el día es luminoso se oye el canto de las golondrinas, otros trinos de aves pasajeras, desde el aire le mecen en el sueño, en el calor, es égloga azul, trébol, abrazo y amor.

Una madre ya no se concentra para reposar, es guardián eterno que controla el llanto y el silencio. La noche o el día es breve para llenar de mimos a quien turba y logra desbordar el insomnio y deja contemplar el plácido sueño del querubín amado. Los pesados pies, caminan sigilosos en ocasiones cuando se oye despertar y hay quejido del infante, la madre no camina vuela hasta la cuna.

Cómo no prodigarle amor, es la misma carne y sangre que tiene vida, haberse desprendido de una parte del cuerpo y comulgado para tejer con el abecedario un poema al niño que sonríe. Son cortas las noches y los días, pasan como nubes de algodón, ese nidito que solo dormía, va perdiendo el hálito de tener los ojos cerrados, y los abre con la expresión de reconocer a los que habitan la morada.

Esa luz de bondad, ilumina el hogar, al cumplir los doce meses de gozo terrenal, se le brinda regalos pequeños y grandes, hasta que llega el abrazo que contagia a otros de su edad, disfrutan la magia del mago que sin demora entrega conejos y palomas. Cuanto regocijo de los globos llenos de helio que flotan en el aire, signo de alegría. Llegan los bufones con voces no cultivadas, provocan en algunos infantes, lágrimas y temor, otros se alegran sin miedo a esos hombres de bocas grandes, pelucas risadas, zapatos grandes y narices rojas.

Pasan un par de estaciones, la estatura comienza a subir, le salen palabras sueltas, que sólo una madre puede entender. Ese rostro de pensamientos inocentes llega a ser el centro del hogar. Son dos hijos, dos estrellas, dos ojos, dos remos que se sumergen en el trabajo cotidiano para no fallar.

El hermano mayor es el eslabón, el primer amor prístino, el rito del fuego que integra el instante del deseo. Para él se ha escrito el primer canto, el primer poema y el tatuaje de labios en su piel. Ahora que los dos pueden transitar con diferencia de relámpagos, rondan inquietos, viendo desde los grandes ventanales, la lluvia que cae e inunda la calle oscura y vacía. A veces se quedan inmóviles viendo como gira el péndulo del reloj. Ellos no tienen prisa por la hora, todo es risa y diversión.

Estos dos soles dueños de la casa que habitamos, de los astros, del silabario y de los mapas de nuestros letargos, llenan cada jornada los cántaros con agua, parecen mirlos que viajan por el aire que respiramos, cómo no amarlos si son nuestros para la eternidad.

El calendario nos señala, es tiempo de aproximarse al otro hogar llamado Escuela, allí donde se descubre el acento, el tacto y la imagen de Jesús vista en el Maestro que repica como campana cuando enseña, su presencia es fundamental.

Van cambiando y pasando las hojas de las estaciones, en ese afán de curiosidades, es sorprendente contemplarlos, crecen erguidos los huesos de mis hijos, arcángeles que escalan el destino, inocentes e incansables de oír la relación del árbol y la vida. Son luces, signos, miel, sortilegios que tejen amor más allá de los astros. Al fortificarse de ternura y purificarse de humildad, el espejo de la vida nos muestra a dos retoños, crecidos con vitalidad. Tienen un juicio cultivado de la armonía

¡Se pasó la niñez! Están en el recorrido de la adolescencia fugaz, reconocemos solemnemente que estas promesas son prodigios, hilos que fortifican y tejen nuestro voto de lealtad. Invocamos al Dios de la creación, de la vida, el que nos motiva a repartir fuerza, que nuestros hijos conserven el prodigio del dote de la prudencia cuando tengan que callar, de la oración, confesión sincera hacia el Padre Eterno, por todo el túmulo de afecto que reciben cotidianamente, trazo de gratitud.

Sin embargo, así en el bullicio y en el silencio, hay otras madres que quisieran cantarles a sus hijos su infinito amor, fuego que jamás se extinguirá aun a pesar de la muerte, porque hay unión, lazo del cordón umbilical que los mantuvo juntos seis, siete o nueve sueños impenetrables, queda indeleble, sublime y perenne. La muestra de ese cariño constante, es consagrada y descubierta con otras formas.

Una madre aun en el instante de enojo, alcanzará a la terquedad conquistándolo con su conocimiento, compartirá algunas experiencias precisamente para enseñar al hijo que su postura debe ser de un hombre probo, el alegato debe ser ligado a la cultura y al respeto, a la justicia y honestidad. Ella, sin importar su clase y grado de aprendizaje, inculcará que los valores no pueden diluirse, es imprescindible la comunicación, base para la comprensión. Él donde esté en este universo, tendrá en su memoria a su ser amado. Para las madres nuestros hijos son únicos y para los hijos las madres son insustituibles.

Por esos mares de la vida, hay madres que tienen que lidiar con el destino, seguramente en un instante de silencio y soledad, deben recordar que ese fruto de amor o desamor llegó a esta caótica esfera. Esa compañía del hijo abandonado por su progenitor o huérfano por la fatalidad, el ser maravilloso nunca lo dejará porque es su estrella su consagración como mujer.

Hay madres que la providencia no les concedió por algunas complejidades, tener el vientre abultado o la leche materna. En un instante de altivez y de ternura, despertó en ellas una elegía indescriptible para controlar los gritos de llanto de un hijo no suyo, deseado con el alma. Sometidas a exigencias para contar con ese advenimiento, asumen responsabilidades y contar con ese júbilo que alegrará el hogar. En otros casos han aceptado multiplicar esperanzas de hijos suyos y dar refugio y curar heridas a otros niños que llegaron con nostalgia por diferentes circunstancias.

Una madre siempre ha de convocar al hijo en la prosperidad o desgracia, ha de elogiarlo con júbilo ante la sociedad o sufrirá calladamente por desobedecer y tener los pies en el lugar correcto. Ella, siempre ha de iluminarlos con sus palabras, por los milagros que da la naturaleza, por repartir el amor perdurable en la sangre, porque su acento de resistir a la lucha, a su apostolado de mostrar un corazón siempre alegre, el hijo aun siendo adulto siempre será un niño que necesite canto y dulzura.

Va mi voz, motivada por este y todos los días, a la madre que no demuestra cansancio en su salud, desde su refugio da ejemplo ser mensaje de unidad. BENDITAS, BENDITAS SEAN TODAS LAS MADRES, que son imagen de Dios.

(*) Lic. en Comunicación Social, poeta, escritora y compositora

Fuente: LA PATRIA
Para tus amigos: