El valor de la madre

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El primer ser que es sinónimo de Dios es la madre, abnegada, cariñosa, valiente, con una fortaleza impresionante que, sin escatimar esfuerzo, soporta los avatares más inimaginables que se puedan presentar.

Una vez que conciben, lo más importante para ellas, son sus hijos y viven para ellos, sin escatimar sacrificios. En determinados momentos, se convierten en leonas para defender lo más preciado que tienen, sus retoños.

La dedicación que le ponen en algunos casos, es extrema, situación que solo Dios puede ser testigo de cuánto hace en la vida y por la vida de quien de sus entrañas sacó, para formarlo en un ser útil para la sociedad. Ese sentimiento de estos seres no cambia con el paso del tiempo, ni siquiera cuando ellas ya están en el ocaso de sus existencias.

Obviamente, no podemos generalizar porque hay hijos que responden con el mismo cariño y atención con el cual fueron criados, pero otros, sencillamente se olvidaron de quién vinieron y solo la maltratan, como si un desubicado pisara la rosa más hermosa del jardín.

La madre es lo más importante de esta vida, no reconocer aquel detalle, sería simplemente estar en la vaciedad absoluta.

El Día de la Madre debería ser todos los días y no uno en específico, porque solo así se comprendería la verdadera magnitud de este ser en la sociedad. Ahora que aún se puede, es momento de que los hijos reflexionen y de manera recíproca devuelvan todo aquel cariño hacia sus progenitoras, al menos ahora que están aún con vida, porque cuando partan él arrepentimiento será tal, que ni llorando se la podrá retornar del lugar donde partió.

Adoremos a nuestras mamitas, porque ellas son un pedacito de Dios.