Charles Simic (Belgrado, 1938 - Dover, 2023) Poeta serbio estadounidense. Ha publicado: Selected poems (1963-1983), Unending Blues (1987), El mundo no se acaba (1990) y la antología Poesía (1962-2020), entre otros.
Mil años de soledad
Al anochecer
Cuando deja de nevar
Nuestras casas se levantan
Muy por encima de la tierra
En el silencioso espacio
Al que ni el ladrido de un perro
Ni el grito de un pájaro, llegan.
Somos como los antiguos marineros:
Nuestros cuerpos son el océano
Y el silencio es el bote
Que Dios nos ha dado
Para nuestro largo y desconocido viaje.
Enero
Huellas de niños
en la ventana helada
de una pequeña escuela.
Un imperio, leí en alguna parte,
se mantiene gracias a
la crueldad de sus prisiones.
El amante
Cuando yo vivía en una granja, escribía cartas de amor
para los pollos que picoteaban en el patio,
o me sentaba en la letrina escribiendo a una araña
que enmendaba su tela sobre mi cabeza.
Fue cuando mi esposa se largó con el cartero.
Los vecinos se marcharon, también.
Su cerda y sus lechones chillaban
mientras corrían detrás del camión de la mudanza,
como lo hizo aquel espantapájaros que una vez até a un árbol
para que tuviera que escucharme.
La silla
Esta silla fue una vez alumna de Euclides.
El libro de sus leyes reposa sobre su asiento.
Las ventanas de la escuela estaban abiertas,
De suerte que el viento volteaba las páginas
Susurando las gloriosas pruebas.
El sol se puso sobre los dorados tejados.
Por todas partes las sombras se alargaron,
Pero Euclides no dijo nada de eso.
Gente chiflada
Estos días sólo los pájaros y los animales
están cuerdos y merece la pena hablar con ellos.
No me importa esperar a que un caballo
deje de pastar y me escuche.
Incluso un árbol es mejor compañía.
Un roble orgulloso de sus ramas
cargadas de hojas demasiado corteses
como para dirigirse a un extraño con más que un susurro.
Un cuervo sería un buen amigo.
?se al que le he echado el ojo
me conoce bien, pero ahora se
ha entretenido con algo que ha encontrado
en el patio de mi vecino, al examinar
la tierra chamuscada donde
hace años solían deambular una docena de gallinas
y un gallo que cacareaba todo el día.
Oh, gran cielo estrellado
Al que van nuestros pensamientos
como vendedores de biblias de puerta en puerta,
sólo para verlas
cerradas de golpe en sus caras.
Escena callejera
Un muchachito ciego
con un letrero de papel
prendido en su pecho.
Demasiado pequeño para estar fuera
mendigando solo,
pero allí estaba.
Este extraño siglo
con sus matanzas de inocentes,
su vuelo a la luna,
y ahora él aguardándome
en una ciudad extraña,
en una calle donde me perdí.
Al oírme aproximar,
se sacó un juguete de goma
de la boca
como para decir algo,
pero no lo hizo.
Era una cabeza, la cabeza de un muñeco,
muy mordisqueado,
la levantó para que la viera.
Los dos sonrieron con una mueca.
En la Biblioteca
Hay un libro llamado
??Diccionario de Ángeles?.
Nadie lo ha abierto en cincuenta años,
lo sé, porque cuando lo abrí
sus tapas crujieron, las páginas
se derrumbaron. Allí descubrí
que los ángeles habían sido una vez tan numerosos
como especies de moscas.
El cielo al ocaso
Solía estar espeso de ellos.
Había que agitar las manos
para mantenerlos apartados.
Ahora el sol brilla
a través de las altas ventanas.
La biblioteca es un lugar apacible.
Ángeles y dioses se apilaban
en libros oscuros no abiertos.
El gran secreto está
en algún estante junto al cual la Srta. Jones
pasa todos los días en sus rondas.
Ella es muy alta, de modo que mantiene
su cabeza inclinada como si escuchara.
Los libros están susurrando.
Yo no oigo nada, pero ella sí.
?ltimo picnic
Antes de que lleguen las lluvias de otoño
Vayámonos de picnic una vez más
Ahora que las hojas cambian su color
Y la hierba sigue verde en algunos lugares
Pan, queso y algunas uvas negras
Deben ser suficientes,
Y una botella de vino tinto para brindar por los cuervos
Intrigados de encontrarnos ahí sentados.
Si hace frío ??y lo hará?? voy a estrecharte.
La noche llegará temprano.
Miraremos al cielo, esperando encontrar una luna llena
Para iluminar nuestro camino a casa.
Y si no hay ninguna, pondremos toda nuestra fe
En tu caja de cerillos
Y mi sentido de la orientación
Mientras nos vamos a tientas por la oscuridad.
De Charles Simic se ha dicho que su voz es una de las más intrigantes de la poesía norteamericana de las últimas décadas. Que en sus escritos no hay distancia entre lo lúdico y lo lúcido. Que su poesía es cómica y elegiaca a partes iguales. Que hay tanta poesía, si no más, en su autobiografía (Una mosca en la sopa) o en sus libros de prosa miscelánea (El flautista en el pozo: ensayos reunidos 1972-2003) como en sus volúmenes de versos (Hotel insomnio, Mi séquito silencioso, El mundo no se acaba y otros poemas). Sus más de treinta títulos de poesía le han valido distinciones como el Premio Pulitzer o el cargo de Poeta Laureado de Estados Unidos. Elpais.com
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