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El origen de los nombres de los meses del año - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Domingo 01 de enero de 2023

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Revista Dominical

El origen de los nombres de los meses del año

01 ene 2023

?Enero, febrero, marzo, abril, mayo... Nuestro calendario, así como el nombre de los meses, procede de la antigua Roma. Pero no siempre tuvieron el nombre actual y de hecho, al principio ni siquiera eran doce

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Por: Abel G.M.

El calendario que gran parte del mundo utiliza en la actualidad ha llegado hasta nosotros sin muchos cambios desde su creación, en los albores de la historia de Roma. Numa Pompilio, el segundo de los reyes legendarios de la ciudad, llevó a cabo la primera reforma del calendario dotándolo de doce meses en lugar de los diez que tenía hasta entonces.

Siete siglos después Julio César lo mejoró basándose en el calendario egipcio, y ese modelo se mantuvo hasta el siglo XVI, cuando a instancias del Papa Gregorio XIII se promulgó el calendario que usamos en la actualidad, el gregoriano.

Al principio, el año romano comenzaba en marzo puesto que, en el calendario arcaico de diez meses, este era el primero y se dedicaba al dios Marte. Originalmente Marte no era un dios guerrero sino relacionado con la agricultura y la fertilidad, y formaba parte de una triada compuesta por él mismo, Jano ?? dios de los inicios ?? y Júpiter, el rey de los dioses. Al coincidir con el inicio de la primavera y siendo Roma una sociedad de agricultores y ganaderos, resulta natural que dedicaran a este dios el primer mes del año.

Los dos meses que se añadieron no se colocaron al final, sino al principio; de ahí que los meses que mantuvieron su nombre numeral lo hagan respecto al mes que ocupaban originalmente: así, octubre se refiere al octavo mes aunque en el calendario actual sea el décimo.

En total son 12 los meses que conoce todo el mundo: enero, febrero, marzo, abril, mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre.

LOS NOMBRES DE LOS MESES

A pesar de los cambios que han sufrido los calendarios a lo largo del tiempo, los nombres de los meses siguen teniendo sus orígenes en Roma, bien por sus dioses, personajes históricos o por una cuestión de numeración.

Los cuatro últimos meses del año mantienen el nombre que designaba su posición original en el calendario: septiembre, que era el séptimo mes; octubre, que era el octavo; noviembre, que era el noveno; y diciembre, que era el décimo.

Julio y Agosto también tenían originalmente nombres numerales, siendo el primero quintilis por tratarse del quinto mes y sextilis por tratarse del sexto.

Su nombre fue cambiado en honor a dos de los personajes más importantes de la historia romana: Julio César, que había nacido en dicho mes (aunque la propuesta partió de su lugarteniente y amigo Marco Antonio); y el emperador Augusto, que decidió dar su nombre al mes en el que venció definitivamente a Marco Antonio y a Cleopatra.

En cambio, la primera mitad de los meses tiene nombres basados en dioses: Enero por Jano (Ianus, en latín), el dios de los inicios y los finales; febrero por Februus, un antiguo dios de los muertos al que se dedicó el mes para ganarse su benevolencia; marzo por Marte (Mars), dios de la guerra y la valentía, uno de los más adorados por los romanos; abril estaba dedicado a Venus, la diosa del amor y la belleza, que según la mitología nació de la espuma (aphrós en griego); mayo a Maia, una antigua diosa de la fertilidad; y junio a Juno, la diosa de la maternidad y esposa de Júpiter.

Para algunos de estos meses hay versiones alternativas. Ovidio sostiene que abril (aprilis) procede del verbo aperire (abrir) porque es el mes en el que la naturaleza renace con la primavera.

Mayo puede haber estado dedicado no a Maia sino al rey de los dioses en su forma Maius Iupiter, Júpiter Máximo; o bien a honrar a los mayores (maiorum). Algo similar sucede con junio, que según algunas fuentes estaba dedicado a los jóvenes (junior) o a uno de los fundadores de la República romana, Lucio Junio Bruto.

OCTUBRE DE 1582

El 4 de octubre de 1582, los habitantes de Italia, Francia, España y Portugal se fueron a dormir para despertarse diez días después, exactamente el día 15 de octubre. No se trató de ninguna enfermedad o extraño fenómeno paranormal, sino simplemente por un mero procedimiento administrativo: un cambio de calendario.

El calendario juliano -introducido en Europa por Julio César, quien se basó en el egipcio- era bastante exacto, pero tenía un pequeñísimo error: establecía la duración del año en 365 días y 6 horas, cuando en realidad era de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45 segundos, lo que suponía que cada año la fecha oficial se atrasaba 11 minutos y 15 segundos respecto a la astronómica.

Se trataba pues de una diferencia mínima, pero en los más de 1600 años que el calendario juliano había estado en vigor había acumulado ya un desfase de casi 10 días.

UN ERROR TOLERADO

En realidad el error no era ninguna sorpresa: ya desde el siglo IV se sabía que el calendario juliano no era del todo exacto; y en siglo XIII los astrónomos del rey Alfonso el Sabio de Castilla habían recogido, en las llamadas Tablas Alfonsíes, un cómputo casi exacto del desfase, que fijaron en 10 minutos y 44 segundos por año.

A pesar de esto, no se habían tomado medidas al respecto. La razón, aparte de que el desfase era mínimo, era que el calendario importante en la Europa cristiana no era el civil sino el litúrgico y durante siglos no afectó a las fechas señaladas.

Solo empezó a ser visto como un problema cuando el error acumulado afectó a la fecha de la Pascua, cuya celebración había sido fijada en el domingo sucesivo a la primera luna llena de primavera.

Fue por ello que el Papa Gregorio XIII decidió crear una ??comisión del calendario? para implantar las correcciones necesarias, en base a los estudios astronómicos disponibles.

De ella formaban parte estudiosos como Christophorus Clavius, un astrónomo al que recurrió el propio Galileo, y Luigi Lilio, que fue el autor principal de una propuesta de calendario que se tomó como modelo. Lilio murió en 1576 sin ver nacer el nuevo calendario, que fue finalmente aprobado en septiembre de 1580. Sin embargo, su aplicación se retrasó hasta octubre de 1582.

LOS PROBLEMAS DEL CAMBIO

Pero la medida no fue muy popular en un primer momento y al principio solo Italia, Francia, España y Portugal la aplicaron, a pesar de que Gregorio XIII la había promulgado a través de una bula papal.

Los países católicos adoptaron el nuevo modelo en los años siguientes, mientras que la mayoría siguió usando sus propios calendarios. Todavía hoy en día, en los países que no son de tradición cristiana, se mantiene un sistema dual en el que el calendario católico es usado paralelamente al propio.

Incluso en los países que acogieron de buen grado la reforma, el cambio no estuvo libre de quebraderos de cabeza. El más evidente tenía que ver con los documentos oficiales: se decidió que todas las fechas anteriores a la reforma se mantendrían según el calendario en vigor en ese momento, por la evidente imposibilidad de cambiarlas.

Además hubo que revisar todas las fechas administrativas previstas, tales como juicios y pagos, que se retrasaron diez días, generando no pocas complicaciones.

La transición de un calendario a otro dio como resultado algunas anécdotas curiosas.

Las personas que habían muerto inmediatamente antes del 5 de octubre -entre las que se encontraban nombres como el de Santa Teresa de Jesús- tuvieron que ??esperar?, sobre el papel, otros diez días antes de ser enterradas. Las invitaciones oficiales de países que todavía no habían adoptado el cambio, por no ser católicos, tenían que especificar a qué calendario se referían para evitar confusiones.

Pero la anécdota más curiosa es seguramente que, aunque Cervantes y Shakespeare son homenajeados conjuntamente en el Día del Libro, ninguno de los dos murió ese día: el castellano falleció el 22 de abril de 1616 pero fue enterrado al día siguiente, mientras que en la Inglaterra anglicana seguía vigente el calendario juliano y, por lo tanto, cuando allí era el 23 de abril en España ya era el 3 de mayo.

Aun después de todo ello, el nuevo sistema no resultó ser definitivo, aunque sí más consistente que el anterior. Variaciones en la velocidad de rotación de la Tierra crean una diferencia ínfima de un día cada 3300 años aproximadamente, que se resolvería fácilmente quitando dicho día de un año bisiesto. Pero aún quedan casi 3000 años para ello, así que no hay prisa.

Periodista especializado en Historia

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