Más pobreza y frustración resultados de una huelga
16 may 2012
Por: Armando Mariaca V.
La huelga es un derecho consagrado por la Carta de Derechos Humanos, consolidado por todos los credos religiosos, comprendido y aplaudido por todas las instituciones del mundo e incluido en la Constitución Política del Estado como el derecho primigenio que tienen los trabajadores para reclamar por sus derechos, por mejores condiciones de vida y por lograr una vida digna para ellos y sus familiares; pero, no es método o sistema que pueda convertirse en anarquía y libertinaje para que cada grupo social derive en hechos extremos que dañen a la comunidad.
Hemos vivido en las últimas semanas infinidad de huelgas, paros, marchas y manifestaciones; se concluyó con actos de bloqueo que son, en sus principios y consecuencias, actos de terrorismo porque afectan a toda la comunidad del país y causan daños cuantiosos no sólo a la propiedad pública sino a la privada. Las pérdidas que irrogan al país son infinitas y no hay quien las pague y, en sus consecuencias, son cargas para el mismo pueblo y para quienes propiciaron las huelgas y llegaron a extremos que nadie quería.
Vivir en estados de zozobra es contrario a toda norma de prudencia y respeto a la condición humana de quienes son parte viva del país; afecta a la economía, los derechos y la vida familiar de los trabajadores. La huelga causa estragos no sólo en lo económico sino en todo lo que implica el derecho del bien común porque crea en sus consecuencias situaciones anómalas que nadie puede prever puesto que de un estado así se aprovechan quienes obedecen instintos contrarios a la vida y seguridad de las personas, alteran el orden legalmente constituido y dan lugar a actitudes de pillaje y extremos que afectan a la tranquilidad y seguridad de las personas.
Lo más grave de las huelgas es que empobrecen más al pobre; minimizan las riquezas de quienes tienen más y restan perspectivas de mejorar la economía del país porque anulan los medios de producción, destruyen medios de locomoción, atentan contra la industria instalada con fuertes inversiones y anulan proyectos y posibilidades de crecimiento de la economía de patrones, trabajadores y Estado porque restan el pago de impuestos, aportes a la seguridad social y otras entidades por el trabajo y la producción.
Finalmente, hay que convenir en que en la mayoría de los casos, las huelgas no determinan la solución de los problemas planteados sea por la imposibilidad de satisfacerlos, por la ninguna predisposición de las autoridades porque consideran inapropiada la solución o el remedio por afectar a otros medios de producción y trabajo. Generalmente, por acuerdos y convenios –por cansancio o aburrimiento– entre autoridades, empleados y obreros y porque el gobierno ha preferido seguir el camino de las ofertas, las promesas y las postergaciones para “estudiar, reglamentar o ver posibilidades” que postergan indefinidamente el caso.
Las huelgas y los paros, por justificadas que sean, no irrogan ganancias a nadie y sólo ocasionan pérdidas, alejan las condiciones para el diálogo y crean mayores fricciones entre las partes. Lo ideal será que en el futuro, sean la cordialidad, la amistad y los medios pacíficos para encarar los problemas y todo ello demandará la práctica de valores que, se entiende, deben poseer las partes.
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