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Domingo 13 de mayo de 2012

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Cultural El Duende

Pandora y las brujas

13 may 2012

Fuente: LA PATRIA

“Pandora y las brujas” aborda el imaginario griego influyente en las concepciones culturales de Occidente sobre la mujer y su relación con la decadencia de la historia. El texto forma parte del libro “Theatrum ginecologicum” • Escrito por el académico de la lengua Blithz Lozada Pereira (Oruro, 1964)

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Segunda de seis partes

Pandora y el mal en la historia

Si Dios es más fuerte que el Diablo, ¿por qué no mata al Diablo y así él no hará más hombres malos?

Daniel Defoe, escritor inglés

No hay más que un paso del fanatismo a la barbarie.

Denis Diderot, filósofo francés

En oposición al estereotipo machista que asigna un papel pasivo a la mujer, Jean Baudrillard refiere la forma particular cómo las mujeres llevarían a cabo el rito activo de la seducción. El autor menciona que cuando una mujer seduce “eclipsaría” todo contexto y voluntad y teñiría con un color especial las relaciones afectivas, amorosas y sexuales vertiendo sobre ellas una fascinación extraña. El amor y el acto carnal se constituirían en un adorno de la seducción. La mujer jugaría, su cuerpo se volvería apariencia pura y se convertiría en una construcción artificial adherida al deseo del otro. Ésta es una metáfora de la imagen de Pandora según lo que la mitografía griega legó a la cultura occidental sobre la subjetividad femenina.

Jean Baudrillard piensa que la negación de la anatomía del cuerpo se daría en el rito. Las ceremonias que enmascaran, dibujan y engolosinan los momentos que seducen a los dioses, a los espíritus y a los muertos, el acto en el que el cuerpo tendría que fascinar al verdugo o a los hombres del público, se volverían el soporte de lo decorativo y cosmético, se convertirían en el artificio de la veleidad(1).

Pandora tenía la imagen y las formas de las diosas, Atenea la vistió, las Gracias la enjoyaron, las Horas la cubrieron de flores, Afrodita le dio su belleza y Apolo le enseñó música, pero Hermes la hizo proclive a la maldad y le negó la inteligencia. La belleza de Pandora tiene la finalidad de enfatizar el carácter seductor de la primera mujer. Baudrillard al respecto dice que lo que seduce en definitiva, no es la belleza natural sino la belleza ritual. Cubrir el cuerpo de apariencias, de artimañas, de parodias y de simulaciones, desplegar el arte cosmético del maquillaje y la moda sería “hacerse rival de Dios y oponerse a lo creado”. Siendo Dios masculino, su antípoda contemporánea sería la star. Toda star varón o mujer sería femenina por ser artificial y porque desplegaría una seducción fría, malvada y sin brillo intelectual. Lo femenino sería la efigie del ritual, el rito en el que el objeto sexual sería envuelto asiduamente por la seducción, sin que existiese una identidad que pueda devolver la imagen femenina a su deseo natural.

Jean Baudrillard piensa que la seducción de las imágenes de los mitos antiguos sería caliente, en oposición a la seducción de las imágenes mass-mediáticas contemporáneas: todas frías. Sobre los ídolos que ejercerían seducción dice que son estériles, no se reproducirían y sólo renacerían de sus cenizas(2).

La misión mítica de Pandora de propagar los males sobre la tierra halló otras formas de expresión en el imaginario colectivo. En la cultura occidental heredera de la tradición judeocristiana y en la que se patentizó por mucho tiempo el poder ideológico y político de la Iglesia, la figura femenina que daría continuidad al deleznable rol de Eva precipitando reiterativamente la caída en el pecado, el icono de seducción ritual que se constela como alter ego de Pandora, inclusive en el siglo XVII sería la imagen de las brujas.

Alrededor de sesenta mil personas murieron quemadas en Europa los siglos XV, XVI y XVII acusadas de brujería. Muchas “brujas” fueron quemadas por volar en sus escobas para asistir al aquelarre, pero entre sus culpas también se cuenta la aberrante adoración al Diablo y la copulación con íncubos representados como diablos de penes fríos. Las ejecuciones se hacían después de que las procesadas confirmaran, con su confesión y bajo tortura, los cargos de los que eran objeto. Entre las torturas más usadas se cuenta sillas con puntas afiladas calentadas desde abajo, zapatos con objetos punzantes, cintas con agujas, hierros candentes, tenazas al rojo vivo, el potro, suspensiones de las muñecas, hambre, insomnio y otras. El trabajo del verdugo era una tecnología depurada que aseguraba el suplicio ejercitado hasta que la acusada no se atreviera a retractarse delante del tribunal.

Dicha tecnología incluía primero amenazar con la tortura, después el verdugo describía los instrumentos que emplearía y cómo los aplicaría, finalmente los mostraba a su víctima. El suplicio como tecnología de poder plenamente establecida en el siglo XVIII fue descrito con detalle en la obra de Michel Foucault. En efecto, las primeras páginas de Vigilar y castigar son sorprendentes por la narración del suplicio de Damiens. El primer párrafo lo resume brevemente. Foucault escribió:

Damiens fue condenado el 2 de marzo de 1757 a “pública retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París”, adonde debía ser “llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano”; después, “en dicha carreta, a la plaza de Gréve, y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [deberán serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviente, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento”(3).

Foucault completa la descripción con los alaridos del condenado, con sus súplicas pidiendo perdón y con la desmembración de sus extremidades; primero empleando seis caballos y luego a hachazos. Los testimonios que el filósofo cita indican cómo se hicieron las llagas, cuál era el papel de los verdugos y de los confesores, el detallado suplicio del condenado y la ejecución de la pena hasta que sus cenizas se echaron al viento.

Marvin Harris narra el suplicio de ciertas mujeres acusadas de brujería aplicando tecnologías de poder sumamente depuradas. En Offenburgo por ejemplo, en 1601 dos vagabundas acusadas de hechicería habrían incriminado a la mujer del panadero de participar en un aquelarre. Habiendo negado la acusada el hecho, se le habría aplicado la estrapada hasta que confesara. Consistía en suspender a la víctima de las muñecas con pesos mayores en el cuerpo. Después de que la mujer habría admitido tener un amante demoniaco la tortura fue peor para conocer más detalles. Como la mujer del panadero se retractó en las pausas aduciendo que lo dicho fue para evitar la tortura, se la regresaba una y otra vez hasta obligarla a aceptar frente al tribunal mayores acusaciones, hasta que incrimine a otras mujeres, mencione detalles de su vuelo en escoba y su unión carnal satánica. Inclusive los verdugos habrían usado a la hija de la acusada a quien también torturaron, con la finalidad de que la inculpada ratificara sus actividades demoniacas. Harris transcribe un testimonio de una persona que habría participado en las sesiones de tortura:

He visto miembros despedazados, ojos sacados de la cabeza, pies arrancados de las piernas, tendones retorcidos en las articulaciones, omoplatos desencajados, venas profundas inflamadas, venas superficiales perforadas; he visto las víctimas levantadas en lo alto, luego bajadas, luego dando vueltas, la cabeza abajo y los pies arriba. He visto cómo el verdugo azotaba con el látigo y golpeaba con varas, apretaba con empulgueras, cargaba pesos, pinchaba con agujas, ataba con cuerdas, quemaba con azufre, rociaba con aceite y chamuscaba con antorchas.(4)

La familia de la persona acusada debía pagar a los torturadores por su trabajo y solventar el banquete de los jueces después de la quema. Si bien en el siglo X, la Iglesia prohibió creer en los vuelos en escoba, en el siglo XV prohibió creer que no ocurrían. El contenido que dio al vuelo fue que aunque no suceda realmente, el diablo engañaba a las brujas como en un sueño haciéndoles creer que podían recorrer grandes distancias en muy poco tiempo.

Al parecer las brujas empleaban un ungüento somnífero y alucinógeno elaborado con cicuta, hierba mora, beleño y mandrágora. Según Harris el agente alucinógeno fue la atropina que se absorbe fácilmente a través de la piel. Agrega que las investigaciones recientes habrían reproducido el ungüento dando lugar a sueños prolongados con viajes exóticos, danzas frenéticas, embriaguez de vuelo y aventuras excitantes. En su opinión, las personas que habitualmente realizaban tales viajes en la Edad Media no fueron identificadas y la mayoría de los quemados nunca habría probado el alucinógeno(5).

(1) y (2) De la seducción, pp. 83-8 (Trad. Elena Benarroda. Editorial Cátedra. Colección Teorema. Madrid, 1989).

(3) Vigilar y castigar, pp. 11 ss. (Trad. Aurelio Garzón del Camino. Editorial Siglo XXI. México, 1993). La fuente referida por Foucault de 1757 es Pièces originales et procédures du procès fait á Robert-François Damiens. Vol. III, pp. 372-4.

(4) Vacas, cerdos, guerras y brujas: Los enigmas de la cultura, pp. 183-5 (Trad. Juan Oliver Sánchez. Alianza Universidad. Madrid, 1974).

(5) Vacas, cerdos, guerras y brujas, Op. Cit., pp. 191-3.

Continuará

Fuente: LA PATRIA
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