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Domingo 13 de mayo de 2012

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Cultural El Duende

Las fuentes literarias de “Madame Bovary”

13 may 2012

Fuente: LA PATRIA

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Si los modelos vivos (ciertos o falsos) son incontables, ocurre algo semejante con los literarios. También en este orden sería quimérico pretender agotar las filiaciones probadas o probables. Me limitaré a señalar unos pocos ejemplos. Un paralelo en el que han insistido todos los comentaristas, de Thibaudet a Lukacs, es el de Emma Bovary y el Quijote. El manchego fue un inadaptado a la vida por culpa de su imaginación y de ciertas lecturas, y, al igual que la muchacha normanda, su tragedia consistió en querer insertar sus sueños en la realidad. Las abundantes referencias a Cervantes en la Correspondance indican que la historia del Quijote deslumbró a Gustave niño, cuando se la contó el tío Mignon, y que todas las veces que la releyó de adulto le siguió haciendo el mismo efecto. Las afinidades entre ambas novelas no se limitan a la condición de los protagonistas (cuyo drama no consiste, como se ha dicho, en ser incapaces de percibir la realidad con exactitud, en confundir sus deseos con la vida objetiva, sino en intentar realizar estos deseos: en eso está su locura y su grandeza); en ambas obras hay la simbiosis admirable que Flaubert veía en el Quijote. En Madame Bovary se produce la misma mezcla de ilusión y realidad: es tan importante lo que ocurre objetivamente como lo que sólo pasa en la imaginación de Emma, igual que en la historia de Alonso Quijano.

Otro de los acercamientos obligatorios que hace la crítica al hablar de Madame Bovary es Balzac. Gustave tuvo sentimientos encontrados hacia el creador de La Comédie Humaine. Se enteró de su muerte durante el viaje a Oriente y el 14 de noviembre de 1850 le escribió unas frases sentidas a Louis Bouilhet. Otras veces había sido menos comprensivo llamándolo genio de segundo orden. Lo cierto es que, de un lado, admiraba la amplitud extraordinaria del mundo balzaciano, esa imaginación hirviente capaz de dar vida a muchedumbres y de hacer evolucionar con desenvoltura a los personajes de una a otra ficción; de otro, su perfeccionismo, su manía del detalle, su concepción artiste de la palabra, no perdonaba la facilidad con que Balzac escribía, y sus repeticiones, incorrecciones gramaticales, cacofonías, le hacían pensar que carecía de estilo (la verdad era que tenía un estilo distinto del suyo). Balzac es uno de los autores que lee en esos cinco años y se refiere muchas veces a él. La verdad es que si Balzac hubiese tenido la concepción flaubertiana del estilo jamás hubiera escrito todo lo que escribió. Pero también lo contrario es cierto: con las concepciones estilísticas y estructurales de la novela de Balzac, Madame Bovary no hubiera nacido. Por eso, los paralelismos que se pueden establecer son sobre todo de carácter temático. Jean Pommier, por ejemplo, ha probado que una novela de provincias de Balzac, La Muse du département, desarrolla el tema de la malcasada de manera similar a Madame Bovary: como Emma, la heroína de Balzac se aburre mortalmente en un pueblo perdido y sueña con una vida superior, pero, a diferencia de Madame Bovary, consigue abandonar la provincia e instalarse en París con sus amante. Más interesante es una relación que ha descubierto Claudine Gothot-Mersch, para quien las distintas fases de la vida matrimonial de Emma y Charles se ajustan fielmente a la descripción que hace Balzac, en la Physiologie du mariage (libro que Flaubert elogió en 1839), de las etapas sucesivas del fracaso matrimonial. Pero las diferencias prevalecen y lejos, sobre las semejanzas. Ernst Robert Curtius vio muy claro lo que separa a ambos narradores: el optimismo de Balzac y el pesimismo de Flaubert, que permean a sus respectivos mundos novelescos. En el primero, el hombre logra todavía que su imaginación se haga realidad y renueve la vida. En el segundo, la imaginación es un crimen que la realidad castiga haciendo añicos a quienes intentan vivirla. Dice Curtius: En Flaubert entran en conflicto el deseo de vivir y la actualización del vivir, y el conflicto termina en una escisión incurable. En Balzac encontramos todo lo contrario: una ilimitada fantasía que consigue penetrar la realidad entera y asimilársela. Es verdad también que Balzac encuentra la vida lógica y Flaubert absurda, pero, a diferencia de Curtius –liberal optimista, no puede ocultar la antipatía que le inspira ese aguafiestas que es Flaubert–, no pienso que esto dé mayor vigencia contemporánea al primero. Curtius cierra así su comparación: Balzac siente un ardiente interés por la vida y nos contagia su fuego; Flaubert, su náusea. Así es, y ésa es precisamente la razón por la que Flaubert es el primer novelista moderno.

Como, muy pronto, los críticos descubrieron que Madame Bovary era la novela del romanticismo desengañado, se apresuraron a buscar sus fuentes románticas. Casi todos han destacado a Chateaubriand. Dumesnil escucha un eco nítido de Atala en las descripciones del paisaje de Madame Bovary, pero esta analogía me parece más bien un antagonismo. El paisaje romántico es una proyección del sentimiento y la emoción del personaje, una realidad totalmente subjetivizada y esto en Chateaubriand más que en ningún otro. En Flaubert ocurre al revés y eso fue una de las grandes novedades de Madame Bovary: en ella el orden natural infecta el humano, los pensamientos y la pasión son descritos objetivamente. En Chateaubriand los árboles y los lagos se humanizan; en Flaubert, la alegría y la nostalgia se vuelven cosas. Esta inversión absoluta en la manera de representar el paisaje y el hombre es, más bien, lo que relaciona a ambos escritores: su originalidad respectiva está en su diferencia.

¿Qué más prueba de que Flaubert construyó Madame Bovary con su vida, la de su familia, la de su sociedad, que su cantera fue la realidad de su tiempo? Y, sin embargo, se puede enfrentar a las citas en que Flaubert reconocía haber aprovechado su experiencia, multitud de citas en las que, con la misma convicción, niega que en Madame Bovary haya algo personal y afirma que se trata de una historia totalmente inventada. La novela que escribe será obra de la pura imaginación, no estará contaminada en absoluto por su experiencia, no habrá en ella nada verdadero. Se lo había asegurado con énfasis a Mlle. Leroyer de Chantepie.

La afirmación de que Madame Bovary no tiene nada de él es tan cierta como aquella según la cual sólo escribía cosas verdaderas. La experiencia es un punto de partida (el proceso de gestación); el punto de llegada (la obra concluida) consiste en la muda de ese material. La suma de experiencias que constituyen la base de una ficción no son la ficción, ésta siempre difiere de sus materiales porque es, sobre todo, una escritura y un orden, y en la mención verbal y en la distribución técnica esos ingredientes tornan inevitablemente a ser otros.

Es lo que debe verse ahora, lo realmente importante: cómo la novela se emancipa de sus fuentes, cómo la realidad ficticia contradice a la realidad real que la inspiró.

Mario Vargas Llosa en: “La orgía perpetua. Flaubert y “Madame Bovary”.

Fuente: LA PATRIA
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