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Domingo 13 de mayo de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Teodoro Oroza Deuer (1924-1982): Una vida peregrina

13 may 2012

Fuente: LA PATRIA

TAMBOR VARGAS

Si acudimos al ‘metro’ que muchos consideran ‘norma’ para saber de cualquier cosa (me refiero, por ejemplo, al google), no llegaremos muy lejos: apenas que es autor de un libro de filosofía y poco más. ¿Y su vida? Arréglese usted. Creo que merece un ‘desagravio’.

Oroza fue sucrense de nacimiento (1924), hijo de (José) Julio Oroza Daza, chuquisaqueño tradicional, cuya vida y milagros también merecería un recuerdo, y de Teresa Deuer, hija de Teodoro Deuer, inmigrado alemán. Hogar de convicción católica, empezó su escolarización en el colegio de los jesuitas; pero pronto vivió el primero de los cambios en que abundaría su vida: en 1935 la familia se trasladó a La Paz y Teodoro pasó del Sagrado Corazón al San Calixto; dos años después vino un nuevo cambio (esta vez, suyo personal): fue, primero a Arequipa y, después, a Lima, movido por los primeros síntomas de su vocación a la Compañía de Jesús; y en efecto, en 1939 ingresó en el noviciado de Miraflores, cuando acababa de cumplir 15 años; allí mismo emprendió los habituales estudios humanísticos (1941-1945). Y nuevo cambio: para estudiar la Filosofía fue a San Miguel (Prov. de Buenos Aires), pues en 1940 Bolivia había dejado de formar parte de la Provincia Peruana, pasando a la Argentina; fueron tres años, que para salir licenciado coronó con un trabajo de estética filosófica.

En 1949 dio inicio a su experiencia de ‘maestrillo’ en el Colegio San Calixto: enseñó inglés y matemáticas; pero no tardó en publicar su tesis argentina, bajo el título Estética idealista. (Análisis de las teorías calológicas de Platón, Kant, Schiller, Schopenhauer, Croce y Maritain) (La Paz, 1950), texto precedido de un deferente prólogo de Guillermo Frabncovich (amigo de su padre). Cuando acariciaba la perspectiva de ir a ampliar estudios de Filosofía en Lovaina, una desgraciada serie de circunstancias de poco peso le llevaron a tomar precipitadamente una decisión que marcaría el resto de sus días. Y se salió de la Orden jesuítica.

Su propia frágil situación no tardaría en empeorar con la de toda su familia: a su padre, falangista de primera hora, la revolución de 1952 no tardaría en dejarle el exilio como única alternativa al campo de concentración, yendo a dar al Perú; poco después se le unió Teodoro y algún otro hermano; él quería seguir los estudios sacerdotales, pero le faltaban todos los medios materiales que se requieren para ello; al final obtuvo la ayuda imprescindible para viajar al Canadá (¿1952?) y empezar los cursos de Teología en el seminario de San Sulpicio de Montreal; aunque becado, tuvo que ayudarse trabajando por las noches en una fábrica. Este doble esfuerzo le causó una grave crisis nerviosa; y sólo la ayuda del cónsul peruano le permitió la ‘repatriación’: primero, junto a su padre en Arequipa, pero pronto en Sucre. Su mamá le dedicaba todo su cuidado, pero esto no alcanzó a evitar su internamiento en el Psiquiátrico, donde permaneció medio año. Con su mamá logró volver al Perú, pero la pobreza familiar era tan asfixiante, que no encontró otro trabajo que de enterrador en el cementerio arequipeño.

En 1954 su papá decide irse a Santiago del Estero (Argentina), donde había encontrado trabajo de administrador de una hacienda; doña Teresa Deuer y Teodoro le siguen. Tras algunos años, mejorada su salud, Teodoro vuelve al Perú, esta vez a Tacna; le siguen pronto sus padres, quienes vuelven a Arequipa, pero don Julio fallece el mismo 1960. Teodoro, reunido en Arequipa junto al resto de su familia, puede sostenerse dando clases de Filosofía, Psicología, Religión y lenguas en el Colegio fiscal ‘Independencia’; y sólo de Religión en el privado ‘Montessori’. Como Teodoro no ha abandonado la idea de llegar a sacerdote, varios amigos y familiares le animan a solicitar al Arzobispo monseñor Rodríguez Ballón, que pueda completar los estudios teológicos en el Seminario local de San Jerónimo. Así lo hizo: en dos cursos estuvo listo para recibir las órdenes sagradas: las dos primeras se las administró el arzobispo local; la del presbiterado la recibió en Bogotá y nada menos que de manos del Papa Pablo VI (1968), a sus 44 años de edad. Había podido satisfacer su viejo anhelo, sufriendo y superando innumerables dificultades. Rodeado de su familia, celebró su primera misa en la Clínica ‘San Juan de Dios’ de Arequipa; pero faltaba su papá, fallecido en 1960.

Teodoro inició su tarea pastoral en Mollendo como capellán de las Carmelitas Descalzas; más adelante fue ayudante de la parroquia de Cayma (en las afueras de Arequipa); su tercer destino fue el pueblo de Yura (famoso por sus aguas termales); finalmente, ejerció de capellán de los Sacramentinos; desde 1968 nunca dejó de ejercer la enseñanza en diversos centros escolares y se puede afirmar que éste fue su verdadero carisma. Y lo hizo con gran éxito, a lo que le ayudaba grandemente su carácter. En efecto, no sólo sabía ‘conectar’ con la juventud escolar, sino que su estilo desprendido lo convertía en verdadera madre para ellos. No era raro que les comprara fruta o empanadas, que repartía entre sus alumnos, gastándose en ello buena parte de su sueldo; también llegó a regalar sus propios zapatos o frazadas entre pobres que se cruzaban en su vida; algo despistado y olvidadizo, pero no tenía nada de ‘sonsito’: él simplemente callaba, sin comentar. No obstante, algunos sí lo tenían por ‘ingenuo’ e ‘inocente’, hasta dejarse engañar por ‘listos’. Nunca hablaba mal de nadie: su máxima expresión de discrepancia era calificar a alguien de “especial”. Al fallecer, el Colegio ‘Independencia’ reconoció su labor agregándolo a los “Personajes Ilustres”.

Su ‘estilo’ también se manifestaba en otros aspectos: por ejemplo, adquiría bastantes libros, los leía y después los regalaba a quienes creía podrían aprovecharlos (lo mismo hacía con el periódico, que solía dar a algún taxista). Su afán de saber lo convertía en asiduo asistente a las conferencias que se daban en la ciudad (centros francés, alemán, americano…); curiosamente, era asiduo oyente de Radio La Habana.

Otra manifestación de su ‘modo de vida’ consistía en traducir textos que creía interesantes: los pocos ejemplares mecanografiados los repartía entre quienes consideraba podrían aprovecharlos. Por lo menos una vez su traducción fue impresa: es el caso de La misa del Padre Aimon-Marie Roguet OP [1906 - 1991] (Arequipa?, 1981?, 80 p.). Hombre que rehuía la figuración y el prestigio; centrado en su trabajo apostólico y en su propia vida espiritual (el rezo diario del Breviario y del Rosario).

Pero su decadencia le llegó rápida y dolorosa: cuando un cáncer ya lo estaba abatiendo, seguía confesando en el hospital, donde todavía hay enfermeras que recuerdan con admiración su bondad. Mantuvo su amistad con los jesuitas y quiso que uno de ellos le administrara la extremaunción; ya agonizando, pidió al sacerdote José Rivera (ex-condiscípulo de Arequipa y de Lima), que le cantara el himno del Colegio. En la misa de cuerpo presente, el arzobispo jesuita Fernando Vargas lo calificó de jesuita “porque nunca lo había dejado de ser”. En otro orden de cosas, tampoco dejó de considerarse boliviano.

Falleció el 26 de agosto de 1982, con apenas 58 años. En buena parte de su apesadumbrada existencia podemos ver simbolizada la de tantas familias bolivianas dolientes a causa del régimen revolucionario del MNR.

Fuente: LA PATRIA
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