Domingo 04 de septiembre de 2022

ver hoy




















El pasado jueves 25 de agosto, los bolivianos contemplaron el único carnaval urbano en el cual buena cantidad de quienes desfilaban y quienes observaban asistió obligada. Algunos hasta reciben un platillo de comida, sin necesidad de comprarlo.
La marca de la fiesta, similar a otras celebraciones carnestolendas, fue la abundancia de bebidas. En algunos casos, se pudo ver al final del convite a los invitados con pasos inseguros subiendo a los buses que los habían traído gratis desde diversos lugares.
Los prestes mayores disputaban en elegancia y disfraces novedosos. Uno lucía lentes y guirnaldas blancas y azules primorosamente preparadas por las floristas; seguramente, un regalo; igual que las banderitas.
A un lado, estaba otro personaje disfrazado como los niños en los festivales de las escuelas: ponchillo rojo encima del conjunto de chompita y pantalones oscuros, zapatos de moda internacional. Lucía un sombrerito similar al que llevan por todo el país las bandas de ??Los intocables?. Había expectativa, pero esta vez no bailó y ¡no cantó la melodía del Cóndor Pasa!
Al otro extremo, imitando al enojo y misterio de los agentes de seguridad, apareció- sin ser parte de los prestes de esta gestión- otro guatón disfrazado con casco de minero (de empresa estatal o de cooperativista, no se supo). Sus oscuros lentes escondían su mirada, aunque no su gesto.
Ninguno de ellos, ni los otros conjuntos tenían barbijo para cubrir la nariz y boca, pese a las recomendaciones del Ministerio de Salud y del Colegio Médico para evitar más contagios en la última ola de la pandemia del COVID 19. No era de su preocupación pues si enferman pueden curarse en Brasil o en Cuba, o comer pasto. O, por último, ocupar una de las escasas camas de los hospitales financiados por los paceños que trabajan de sol a sol.