El Estado, comprendido como República o sea como cosa pública y todo el organismo filosófico y político que ello implica, ha encontrado un método de organización después de no pocas experiencias, algunas muy trágicas, otras menos.
Este método, esta forma de organización a la que se llegó por mor de espíritus selectos que contribuyeron a la construcción de una doctrina política, de una concepción filosófica de la vida pública, esta forma de organización, decía, es la soberanía delegada.
No hay, no puede haber soberanía plena, absoluta y fáctica en cada uno de los individuos que conforman un pueblo que a su vez es amparado por el Estado, pues bien, si así fuere, si existiera esa “soberanía absoluta y fáctica” del pueblo, esto equivaldría a que no exista y no pueda existir la institucionalidad política del Estado porque un pueblo que se gobierna a sí mismo no necesita de esas instituciones.
Empero la Historia, maestra de vida que decía Cicerón, ha mostrado que ello no es, hasta ahora, posible. Entonces los pueblos se han visto en la necesidad y a veces en la arbitrariedad de crear instituciones que los rijan. Y he aquí que nace la República, verbigracia, que nace en Bolivia como producto de una Revolución, o sea, como producto de un organismo ideológico, filosófico y doctrinario que establece el sistema republicano; ésta, la revolución, puede o no consagrarse con el concurso de la lucha armada. En Bolivia sí lo hizo y después de la guerra de los quince años, nace, podemos decir, un organismo espiritual y político: la República de Bolivia. Así, el 9 de febrero de 1825, Sucre, padre político de la patria, convoca a una Asamblea de Diputados de las provincias del Alto Perú, para que deliberen y decidan de la suerte de las mismas. Esta Asamblea, como devenir de sus deliberaciones, constituye la República y nace el organismo espiritual y político que decíamos antes y que tiene como nombre el de Bolivia. He aquí el ejercicio de esa alta concepción filosófica: la soberanía delegada, que hace posible, como excelencia de su constitución, el establecimiento de una República.
Desde aquel momento, a pesar de que algunos altos ingenios hayan decretado que la Independencia fue demasiado prematura, el país asume la soberanía delegada como hilo conductor de su vida política. El proceso de la institucionalidad política de Bolivia, de que tratáramos en luengo estudio, confirmó, después, que es este sistema el correspondiente para la bienaventuranza de la vida nacional. El ejercicio de la representación nacional, ese título de padre de la patria no es, a pesar de la elemental deficiencia de los representantes contemporáneos, no es, decía, fútil, no es falaz.
Tal ejercicio importa o debe importar la alta constitución espiritual, filosófica, política del representante, porque en su poder está la soberanía de todo un pueblo que, al no poder regirse políticamente a sí mismo, delega esa facultad en el diputado, en el senador. En el representante nacional. El cual debe, en deliberación constituida en Asamblea Nacional, tratar, discernir, discriminar y comprender, los problemas, los asuntos públicos, nacionales. Para lo cual debe, necesariamente, comprender de su historia, más aun: de su filosofía de la historia. Entonces, legislar, interpelar, censurar, fiscalizar. Empero para ello, como quería Ignacio Prudencio Bustillo, fuerza es tener autoridad; primero ser uno lo que se exija de otro.
Hoy, el sistema republicano está vigente en Bolivia, su Carta Magna lo ratifica; en desmedro ese sistema está, en efecto. Y he ahí el origen de nuestros males, asaz deplorables, como nación.
La Constitución boliviana establece una forma de Gobierno que es la de la República, empero en la práctica, además de algunas cláusulas de la misma Constitución, este sistema se halla bastante ambiguo y debilitado, todo lo cual lleva a una contradicción entre la Carta fundamental y la realidad política. En ésta, en la realidad inmediata, el Gobierno desmedra, debilita, perjudica el trabajo que a la Asamblea Legislativa nacional, nunca “plurinacional”, le corresponde. Y esto con la docilidad y por ende complicidad de las propias Cámaras Legislativas, pues su potestad histórica es, ocuparse de los asuntos públicos que esas tristes “cumbres o encuentros plurinacionales” le está usurpando. Además, tales cumbres o encuentros de “sectores sociales” o “movimientos sociales” no gozan de representación nacional legítima para resolver cosa pública alguna. Un sector social “representaría”, máxime, a su gremio, ya cocalero, ora minero. Nunca a la totalidad de los bolivianos, porque a esa totalidad, con la exposición que hemos realizado, exclusivamente la representa, por principio de soberanía delegada y en el campo del deliberar, la Asamblea Legislativa nacional.
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