Domingo 29 de mayo de 2022

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No hay historia nacional que no haya sucumbido en algunos periodos a esa lepra llamada intolerancia; en otras ese mal es endémico y aun permanente. Parecería que fuese un mecanismo del demonio para que las criaturas de este mundo no pudieran coexistir en armonía. Es un eco tribal que ha sobrevivido a toda transformación social. A veces muestra con orgullo e insolencia su poder; otras, se esconde, se sumerge, se disfraza con atributos que no le pertenecen en espera de que llegue el momento de salir a la calle.
La historia de la humanidad es una historia de intolerancias, aunque, a través del tiempo todo se vuelve mas complejo. Las armas son más sofisticadas, como más eficaces son los medios para detectar al enemigo. En el mundo, los milenarios están en alza, como también las aberraciones contrarreformistas.
No todo ha sido un desastre. Felizmente ante la intolerancia irracional de los violentos y sus secuaces podemos arraigar una esperanza. Basta recordar que, en tiempos tan ingratos como éste, y aún peores, han existido mentes luminosas, que eligieron la tolerancia como el único y último camino para llegar a la armonía. Sus nombres llenarían páginas enteras, pero me conformo hoy con citar unos cuantos memorables: Erasmo, en Gante; José Luis Vives, Miguel de Cervantes, los hermanos Valdés, en España; Montaigne, en Francia; John Locke, Isaiah Berlin, F.M. Forster, en Inglaterra; José María Luis Mora, en México; Emerson, Twain, en Estados Unidos; Norberto Bobbio, en Italia.