Uno de mayo. Feriado. No se trabaja... Se descansa... Se recuerda la inmolación de los trabajadores que en Chicago reclamaban el derecho de trabajar ocho horas...
Don Juan (**) y doña María, despertaron. Ella se puso a preparar el desayuno para su esposo y sus hijos, antes de ponerse a lavar la ropa para la semana siguiente. Luego del desayuno, don Juan y Jhonny, su hijo menor, se fueron al mercado.
Nos encontramos con ellos: “Que tal don Juanito, cómo le va en su negocio”. “No hay mucha venta. Silencio está... Tengo cuatro hijos. Una mujercita, la mayor y tres menores... Este que me acompaña, está en la escuela. Ayer había hora cívica y salió temprano. Me ayuda a vender... La próxima semana va a ir de excursión. Conversamos un momento, luego se fue alejando ofreciendo su mercadería: “¡Secadores, tres por cinco!”
Doña Juana, se esforzaba descubriendo los muebles que había tapado la noche anterior para que no se deterioren y pueda ofrecer a la venta.
Abel y Pedro, dos jóvenes, transpirando, pese al feriado y al frío de la mañana, sacaban de una ferretería calaminas que apilaban en la calle.
“¡Rellenos, tucumanas, cómpreme caserita!” Ofrecía doña Elisa llevando un carrito. Cerca del puente Tagarete, a la salida de la ciudad, se detuvo un bus, Guillermo y Raúl, (chofer y ayudante), salieron para cargar unas cajas a los buzones. Los pasajeros reclamaron. Uno de ellos con acento extranjero dijo: “Vamoj maejtro. No podemoj ejtar a su disposición”. Afanados, después de cargar entraron al bus que se alejó raudo por la carretera...
Un anciano, Andrés, sentado, dormitando en el borde de una puerta cerrada, vendía animalitos de juguete, que tienen la cabeza movible.
“Limón cómprame” -ofrecía doña Dionisia, levantando con una mano, una red con limones. Con la otra sostenía a su bebé que con los ojos cerrados, chupaba con placer el pecho de su madre.
Más abajito, Elizabeth, una cholita cochabambina, se medía un sombrero.”¿Está bien?” -preguntaba a sus dos amigas, riendo y mirándose en el espejo. “Está biensísimo” le dijo Angélica, la vendedora.
“¡Caballero! ¡Papaya, vitamínico, refresco! Qué cosita se va a servir”, ofrecía doña Ana. Los gritos se multiplican... “¡Ahí tenemos tintes para la ropa...! ¡Cuatro pilas por un boliviano, tijeras, yarwis, chinches...!”
Una anciana, Serafina, con la cara quemada por el sol ofrecía en silencio, estirando la mano, bolsas de plástico.
“Sírvase asadito de vaca... falso... chuleta. Pase, siéntese caserito”. Decía doña Catalina, moviendo las carnes en la paila.
Martín, un niño que vende cigarrillos y pastillas, mira desde la puerta de un “tilín”, a otros niños que juegan en los videos sin parar.
Un perro flaco se revolcaba en el pasto, sin importarle los gritos de don Alfredo, portero que cuida el parque. Fue a ahuyentarlo. El perro se puso a corretear, haciendo fintas, creyendo que jugaban con él. Hasta que se fue. El portero, con una sonrisa en los labios volvió a su caseta.
Dos niños Alejandra y Sinforoso, tiraban una bolsa de plástico con papeles y una botella desechable al pino queriendo derribar los frutos. “Y su papá. ¿Dónde está?” – Les preguntamos. “Está trabajando” Nos contestaron y se fueron corriendo.
Rosario, una niña de más o menos 12 años, impulsaba con una mano el carrusel, donde estaban dos niños, moviendo los volantes de los carritos, mientras ella con la otra mano cogía un globo que inflaba para adornar su fuente de trabajo.
Don Venancio, lustrabotas, mientras esperaba a sus “clientes”, se puso a jugar con un caballito de plástico (quizás de su hijo, porque estaba en un bulto donde habían algunas prendas)...
¿Cuántos de los que hemos visto saben que tienen
derechos?
¿Cuántos, sabiendo sus derechos, ponen “cara de palo” y soportan la imposición de la necesidad, o de los explotadores?
¿Cuántos tienen la dicha de obtener un salario justo?
¿Cuántos teniendo el poder, no ven en el otro el ser que también llora, sufre y soporta?
...Cayó la noche y terminó el día del trabajo en el que se descansa... Don Armando, minero de siglo XX, con su guardatojo y su k’epirina, borrachito, abrazado por dos de sus hijos, iba por la calle. Con la voz ronca por el trabajo y llorosa por la emoción, gritó “¡Viva el Primero de Mayo!”
(*) Periodista y docente universitario
(**) Los nombres son ficticios, las personas y los hechos son reales
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