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El Chaco, imagen y movimiento perpetuos en un país que se repite - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Domingo 27 de marzo de 2022

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Cultural El Duende

El Chaco, imagen y movimiento perpetuos en un país que se repite

27 mar 2022

Una conversación con Diego Mondaca, a propósito de la proyección de su película Chaco (2020) en el Festival de Cine Diablo de Oro de Oruro (donde obtuvo el premio a mejor guion), permite volver sobre los constantes tópicos y repercusiones de este episodio de la historia, crucial no solo en el pensamiento e identidad, sino en la creatividad y el arte bolivianos.

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- Ni usted ni yo somos de aquí, mi capitán. A veces pienso que estamos perdidos.

- Vino a pelear, cabo, no a hacer amigos.

- No hemos disparado una bala en meses.

- Todos hemos terminado en el mismo pozo.

Cuatro líneas del guion de Chaco (2020) encierran toda la película de Diego Mondaca y la explican lo suficiente. La deriva total, la inconsciencia. La soledad en grupo. El aburrimiento de irse muriendo de a poco. La certeza de esa espantosa condena. Son cuatro respuestas, en diálogos o soliloquios, dispersas a lo largo de los 77 minutos de filme. Pero a la vez, cuatro interrogantes que retratan e interpelan el absurdo total.

Algunas críticas severas al primer largometraje de Mondaca –orureño como el que más– observan que “no hay nada nuevo” en relación a los tan mentados temas de reflexión que dejó el Chaco: el absurdo de la guerra, la lucha contra uno mismo, la sed, la locura, la estupidez del hombre… Como si hubiera algo nuevo por descubrir a 90 años de la contienda entre Bolivia y Paraguay. Como si a estas alturas de la historia, de la humanidad, los creadores pudieran aún dar algo que no sea su creatividad y enfoque, aportes indispensables todavía.

A manera de sinopsis

El cabo Liborio es la mano derecha del capitán, un alemán mercenario que conduce un mermado regimiento por un laberinto seco y asfixiante, encerrado en sí mismo.

Casi bastaría decir eso. En este cuadro –es tentador comparar el filme con una pintura– hay dolor, incertidumbre, intrigas, traiciones, pero sobre todo angustia y desesperación.

Pero Chaco, es bastante más. Es un camino interminable hacia la nada. Es una suerte de road movie en la que siempre hay mucho por delante y nunca nada por qué avanzar. Y en esta propuesta creativa, es fundamental la estética diseñada por el director: la cámara sigue o espera de cerca, es parte de la deriva constante.

¿Cómo, por qué y para qué hacer una película sobre la guerra? Mondaca comparte algunas ideas y experiencias en torno a este premiado filme, a propósito de su reciente proyección en Oruro.

Cineasta nato y cinéfilo empedernido, queda claro que Diego, su arte, se mueven a partir de imágenes. “Hay unos relatos de Hilda Mundy que me guiaron un montón. Me quedan esas imágenes de las despedidas en Oruro. Las mujeres despidiendo a niños inocentes y eufóricos. Había ternura –dice Mundy– más allá de la compasión ante esa juventud que se iba a la guerra. La cueca Adiós Oruro del alma, si mal no recuerdo, fue compuesta por un soldado que iba a la guerra”.

- El Chaco generó el mayor movimiento temático, reflexivo, crítico, estético… creativo en Bolivia. Sigue en la mente y memoria… ¿hasta cuándo nos perseguirá esta sombra? ¿Hay que huir de ella o convivir en paz?

- Sí permanece y sigue en movimiento. Me parece que se debe a que aún no hemos resuelto el verdadero problema de esa guerra, tanto en su origen y desarrollo como en sus consecuencias.

Los relatos sobre el Chaco sobreviven como objetos salvados de un incendio, debemos recuperarlos de esa situación de riesgo –de una mala o incompleta interpretación– y producir un conocimiento crítico.

No se trata simplemente de remover el pasado. Se trata de que, al producir nuevas miradas, como busca hacerlo la película, nos preguntemos siempre qué clase de contribución al conocimiento histórico es capaz de aportar nuestro trabajo, y si una imagen bien mirada, una imagen en llamas puede desconcertar y después renovar nuestro lenguaje y, por ende, nuestra manera de pensar.

El Chaco nos perseguirá hasta el momento en que se reescriba y analice la historia desde una mirada que no busque victorias ni hitos, sino más bien una reflexión a profundidad sobre los actos de una sociedad que nos arrastra a la guerra como “solución final” con todas sus consecuencias que retumban y se repiten al parecer eternamente.

Quien mira la película ve y siente esas consecuencias desde su presente, nuestro presente, y eso es lo doloroso. Es necesario entenderlo.

- Creo que esta es una frase fundamental del filme: “ni usted ni yo somos de aquí, mi capitán. A veces pienso que estamos perdidos”. ¿Qué reflexiones puedes compartir al respecto?

- Ese es un diálogo que marca el destino de todos en el filme. Liborio, de alguna manera ve más claro ese su destino. Siente en el cuerpo y ante ese paisaje todo un extravío que luego vemos que es colectivo, y que deriva en lo inevitable. Quizás por eso también Liborio se la pasa cargando con la muerte (a Jacinto, su compañero).

Ese extravío también es una metáfora del sinsentido, del miedo que se apodera de ellos, sobre todo el miedo al otro, al que no lleva su uniforme. Y todo esto en un inmenso terreno inhóspito donde solo puedes ser o boliviano o paraguayo. Ahí está la escena del encuentro entre los tres soldados extraviados y la pareja weenhayek.

- Son evidentes algunas razones y necesidades de que varios diálogos estén en aymara y quechua. Pero quisiéramos conocerlas de tu voz.

- Son razones políticas y estéticas. Es poner en el centro a la lengua. Narrar desde quechua y aymara es dar voz a toda una juventud a la que se le negó sistemáticamente elevar su relato de la guerra. Son idiomas que hasta el día de hoy son pisoteados, negados y arrinconados, condenados a desaparecer. Lenguas estigmatizadas o instrumentalizadas. Al ponerlas en el centro del conflicto de toda la película denotamos una posición política por defender y valorar el cómo se vivía y nombraba el día a día, las cosas y emociones en el Chaco. Acaso no deberíamos preguntarnos al menos cómo nombraban ese paisaje nuevo en su idioma materno, cómo describían su horror y cómo lo habrán trasmitido al regresar.

Con la película buscamos recuperar el valor de la lengua en nuestra historia y su sonoridad en nuestra memoria. Esos jóvenes soldados también aprendieron en el Chaco (y hasta hoy en el servicio militar) que el castellano es una lengua civilizadora y que está encima de todas las otras. La jerga militar (machista, misógina y profundamente racista) impone que la letra entra con sangre o que gritar es autoridad, por ejemplo. Y estas prácticas violentas son las que los jóvenes van reproduciendo luego en sus casas, en sus vidas.

Y con estético, me refiero a algo esencial y fundamental para la armonía en forma y contenido de la propuesta de la película.

En otro momento de la charla, Mondaca comenta: “la película está dedicada a mi abuelo, que fue un soldado en esa guerra. Y ahora su cuerpo está en Oruro, en el mausoleo de los excombatientes. Hace unos años mi madre quiso recuperar sus restos y llevarlos junto a los de mi abuela a Cochabamba. No se puede. No le dejaron. Los restos de los excombatientes son patrimonio nacional”.

A esto es precisamente a lo que se refiere con la necesidad de dejar de mirar al Chaco con enfoques rancios de patriotismo y heroicidad. “Todo esto de mi abuelo es también parte de la ironía y del absurdo de la guerra que nos siguen persiguiendo, que persiguieron a mi abuelo siempre. La guerra no suelta ni sus huesos”.

Todo lo que sucedió en Bolivia entre 2019 y 2020, cuando corría la post producción de la cinta, no hace sino reafirmar esta suerte de leyenda o maldición: el camino del Chaco no se acaba aún. La sombra sigue su acecho. “Era muy loco terminar de editar Chaco al mismo tiempo que nos matábamos en las calles, al mismo tiempo que estallaba un negacionismo brutal. La estrenamos en 2020, en medio de un país rasgado y adolorido. Un país que se repite”.

“No te olvides que Chaco es un espejo sin tiempo en donde, tarde o temprano, terminamos reflejados”, culmina Diego, ya en una conversa personal, a modo de ultimar detalles para el trabajo de estos textos.

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