Sábado 26 de marzo de 2022
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Por: Saúl Gustavo Ríos Arroyo
El Estado y las instituciones de salud, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), indican que aún estamos en una batalla frontal contra el virus SARS-CoV-2, de la misma forma se cuenta, que debemos luchar contra el cambio climático que influye en estos discursos, que la raza humana debe luchar contra la relación causal del problema, la población debe luchar contra los efectos de sus propias actividades. Es bastante evidente que la pandemia es el reflejo de una aguda crisis ecológica, la causa de esta crisis tiene que ver con la forma histórica de relación con la naturaleza, la crisis ecológica es producto del desmonte de enormes extensiones de bosque para la ampliación de la agricultura y ganadería, ocasionando la pérdida de biodiversidad y la contaminación del aire de los suelos y del agua provocando el desequilibrio en los ecosistemas naturales, los virus son parte del ecosistema y este desequilibrio y la perdida de hábitats han provocado la mutación del coronavirus. Entonces esta pandemia no solo ha afectado a las personas a un nivel mortal, sino que también ha demostrado todo el daño ambiental que hemos ido causando a lo largo de estos años y esto ha influido a una propagación aún más rápida, exponiéndonos y siendo más vulnerables a contagiarnos. Habiendo pasado ya una cuarentena rígida de cierto modo le dimos un respiro a nuestro planeta de tanto daño ocasionado por la mano del hombre, y desde la crónica de la antropología, el debate sobre las colaboraciones entre naturaleza y cultura han dado origen a diferentes corrientes: el determinismo ambiental, el posibilismo, el determinismo cultural, entre otras, a partir de la crítica al antropocentrismo emergen discursos sobre la naturaleza o medio ambiente desde visiones biocéntricas donde el ser humano deja de poseer un valor diferenciado y superior frente a los demás seres de la naturaleza, el hombre es parte de la naturaleza y el foco de atención se centra en la vida misma.
