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Domingo 29 de abril de 2012

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Cultural El Duende

EL MUSICO QUE LLEVAMOS DENTRO

29 abr 2012

Fuente: La Patria

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Antonín Dvorak

Antonín Leopold Dvorak.

Nelahozeves, 8 de septiembre de 1841 - Praga, 1 de mayo de 1904. Compositor posromántico y nacionalista de la segunda mitad del siglo XIX. De amplia proyección internacional, exaltó la esencia de su tierra Bohemia. Su obra más célebre es la Sinfonía del Nuevo Mundo o Sinfonía Nº 9 (conocida primero como Quinta y más tarde como Octava, debido a que fue enumerada inicialmente según orden de publicación, no de composición).

Su padre, Frantisek Dvorak, atendía un establecimiento hotelero. En Zlonice recibió las primeras enseñanzas musicales. Entre 1857 y 1859 residió en Praga y estudió en la Escuela de Órgano de la ciudad; para solventar gastos trabajó como intérprete en la orquestina de Karel Komzák. En 1873, a sus 32 años, presentó su Himno Patriótico de hondo sentir nacionalista. Ese mismo año ganó reconocimiento internacional con su colección de Danzas eslavas. Contrajo matrimonio con Anna ČCermáková. El maestro, de carácter firme, era ante todo hombre de campo apegado a la familia.

En 1877, cuando trabajaba como organista en una iglesia de Praga, cultivó amistad con Johannes Brahms por cuyo intermedio editó sus Cantos moravos y Stabat Mater. Sus interpretaciones en el exterior se multiplicaron, especialmente las Danzas eslavas y la Sexta sinfonía. En nueve ocasiones presentó y dirigió su música en el Reino Unido. En 1884 fue nombrado miembro de honor de la Sociedad Filarmónica de Londres. Motivado por el galardón compuso La novia del espectro (1884) y el Réquiem (1890) para Birmingham, la Séptima sinfonía para la Sociedad Filarmónica (1885) y Santa Ludmila para Leeds (1886). Fue invitado por Tchaikovsky a San Petersburgo y Moscú para ejecutar sus obras. En 1886 pasó a la orquesta del Teatro Nacional de Praga que dirigía Bedrich Smetana.

Dvořák inspiraba aprecio y respeto. Se cuenta que cuando compuso una ópera en la que actuarían mineros, prometió a los trabajadores de la población que en la primera representación en el Teatro Nacional, dispondrían de lugares de preferencia para que opinaran sobre la sensación de realidad que presentaba. El compositor estaba empeñado en mostrar al pueblo como protagonista y crítico de sus obras.

Su obra mayor, la Sinfonía del Nuevo Mundo nació en Estados Unidos cuando Dvorak dirigía el Conservatorio de Nueva York en 1892. Su motivación principal fueron los cantos espirituales de los negros, los ritmos de los aborígenes y la música popular norteamericana. En este período también aparece su Concierto para violonchelo y orquesta. Lazos familiares hicieron que volviera a Praga en 1895, donde escribió poemas sinfónicos y música dramática alcanzando éxito con la ópera Rusalka (1901). Enseñó en el Conservatorio de Praga. Tuvo entre sus pupilos a Josef Suk y Vítezslav Novák.

Objeto de honores e innumerables premios, permaneció humilde y de gustos sencillos, siempre leal a su nacionalidad checa.

Dvorak, al hablar de su tierra, habló del mundo y, si bien Smetana fundó la música checa, Antonín la popularizó. Falleció de una congestión cerebral a los 62 años de edad.

No sólo repetir, también descubrir

La imagen de un país no sólo tiene que ver con su influencia política o económica, sino ante todo cultural. Norteamérica ha impuesto su cine y su música. Italia, Alemania y Francia gravitan en la sonoridad exaltando la valía universal de sus artistas. Sin embargo, Bohemia, la nación de Dvorak que conoció el sojuzgamiento tantas veces, tuvo mayores dificultades en la difusión de su arte. No por ello se restringió en la calidad. No es imitada porque es poco conocida, situación que no sucede, por ejemplo, con las melodías españolas seguidas por Liszt, Chopin, Glinka, Rimsky-Korsakov, Debussy, Chabrier, Ravel…

La imitación está condicionada por la familiaridad sonora y la predisposición a conocer lo nuevo. Smetana, Fibich, Dvorak, Janacek, Suk, Martinu, Haba, Weinberger o Reiner se distinguen por la raíz musical de Bohemia y los ritmos de sus danzas distintas de otros países eslavos. Su característica: la alternancia entre rapidez, elegancia, nostalgia y estilización de lo popular.

En el caso de la ópera, se afirma que este género es un arte universal. Los países con operistas célebres se ufanan de ello. Pero el factor limitante aparece cuando el auditorio no entiende ciertas formas de hacer ópera o no comprende la sonoridad del idioma. Al parecer, este género es apropiado por unos y restringido para otros. Las óperas checas, húngaras y rusas con Smetana, Dvorak o Weinberger se enfrentan a ese desconocimiento. Lo conocido es más fácil de valorar o todo es cuestión de gustos. Alguien se subyuga más oyendo una y otra vez sus melodías favoritas, comparando a los intérpretes y completando su colección que descubriendo lo que no conoce. Otro de los factores es la difusión que hacen las empresas discográficas concentradas en la demanda y generación de ganancias. Hoy, el repertorio de óperas es cada vez menor. Se sabe que hay más de 60 mil óperas, pero no se conocen sino algo más de cien. Bellas melodías se pierden por falta de uso. La ausencia de estas óperas marginadas que encantan, que descubren, nos llaman a la reflexión para revisar nuestros gustos musicales.

Fuente: La Patria
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