Domingo 29 de abril de 2012
ver hoy
Jazz con campanas
En nuestra primera noche en Urubichá el aire está extremadamente calmado. No hace ni frío ni calor y la oscura plaza bajo la fronda es un buen lugar para pasar un rato. Mis compañeros de viaje y yo, poco a poco, vamos cediendo al paso de las horas y el influjo de la noche. Luego de conversar nos vamos quedando en silencio en medio de aquella plaza desde donde titilan a lo lejos pocas luces como el curucusí aquel del viejo taquirari.
El hotel no queda lejos, la tienda donde hay prácticamente de todo está a pocos pasos, la iglesia está cerrada y las calles se pierden en la oscura boca de la noche, hacia el río, hacia la laguna, hacia el camino. Urubichá es un bostezo en esta boca de lobo, apenas disimulada por los cúmulos de nubes que se adivinan tras tanto mirar al cielo.
Ya completamente adormecidos, dejando que la atmósfera del pueblo nos alcance y nos penetre, de pronto, escuchamos las campanas de la iglesia. Habrá misa pensamos y nos alegra la posibilidad de conocer la iglesia por dentro. Pero el repique crece y crece en intensidad y en complejidad. Si hasta parece una grabación. Nos movemos del banco en el que estamos y nos aproximamos a ver qué sucede. No, no es ninguna grabación, son las mismas campanas las que suenan. Pero la puerta sigue cerrada, las luces apagadas y nadie del pueblo se encamina al lugar. Entonces cruzamos la calle e intentamos colarnos a la torre por una pequeña reja. Nos sale al paso un niño de unos once años. No pueden pasar nos dice. Le preguntamos si habrá misa. No, no hay misa, responde. Nuestra presencia ha perturbado el concierto de campanas y el silencio retorna al pueblo. De la torre descienden cuatro muchachos menores que el primero con ramas cual baquetas en las manos y se marchan molestos con los forasteros que han perturbado su diversión.
Fuente: La Patria