Warning: inet_pton(): Unrecognized address in /home/lapatri2/public_html/wp-content/plugins/wordfence/vendor/wordfence/wf-waf/src/lib/utils.php on line 28
Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Héctor y la música - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
“Música y la poesía son una y misma cosa” dijo Héctor una tarde entre el humo de su cigarrillo en el desaparecido café La Paz donde durante varios años en la década de los 2000 tomaba café tras café, comía una salteña y almorzaba de lunes a viernes. Pocas veces hablamos de música específicamente y casi nunca escuché algo con él. Tampoco sé qué le gustaba, pero hubo algunos momentos en los que la música apareció en el momento más oportuno y pude ser testigo de la estrecha relación que él tenía con ese arte. Solo puedo mencionar los tangos pues en otra ocasión, también en el café La Paz, Héctor me cantó un fragmento de A media luz, el tango cuya letra es de Carlos César Lenzi y la música a Edgardo Donato y que Gardel popularizó hasta convertirlo en uno de los más grabados: “Los pisitos que puso Maple, piano, estela y velador” y me dijo que las sillas donde estábamos sentados eran de esa marca: Maple & Company, la conocida marca británica de muebles que funcionó en Buenos Aires de 1850 a 1982.
Cierta vez, viendo la TV me contó, al escuchar una canción de Yayo Jofré, que esa cueca, era xxxxx, la había escuchado una noche de nieve en Moscú. Héctor y su esposa pasaban por una calle donde un músico callejero tocaba (no recuerdo qué instrumento) esa cueca. Fue su esposa que le dijo “Esa es una pieza boliviana” entonces se acercaron al músico y entablaron una breve conversación. En efecto, era la cueca y él también era boliviano.
Una noche, en su casa de Los Pinos, me contó que hacía muchos años había pasado una noche entera conversando en las playas de Mar del Plata con Facundo Cabral. “Yo estaba ahí porque era verano y había mucha gente. Pasé el día deambulando y vendiendo alguna cosa que no recuerdo, en eso llegó la noche y no tenía dónde dormir, entonces me quedé en la playa. Compré una botella de vino y me instalé contra un muro de piedra con vista al mar. Al poco rato apareció un muchacho que me habló, me preguntó de dónde era y a qué me dedicaba. Cuando le dije que escribía poemas y que era boliviano, se sentó junto a mí y me dijo que él era músico y que se llamaba Facundo Cabral, conversamos largamente. Cuando acabamos el vino, compramos más y así, entre charla y charla se nos hizo de día. Entonces nos despedimos con un abrazo. No volví a verlo nunca más. Hace años que también perdí de vista el casete que me regaló.
Otra anécdota con un músico argentino sucedió en Sucre cuando, invitado por el Festival Internacional de la Cultura, entonces dirigido por xxxx, llegó León Gieco. Tenía que dar un concierto esa noche en el estadio Patria (y lo dio, claro, más de dos horas de concierto interpretando un repertorio que hacía un recorrido casi cronológico por toda su producción discográfica).
Esa tarde, Héctor y yo tomábamos chuflays en la cafetería de la Casa de la Cultura. Yo sabía que en algún momento Giego aparecería por allí para dar una conferencia de prensa. Yo estaba muy atento a verlo entrar por la puerta, tanto que Héctor me preguntó la causa de mi ansiedad. Le conté el motivo de mi atención y él me pidió que le repitiera el nombre del músico, pero no dijo nada más. Cuando León entró al patio de la casa, yo me incorporé, saqué la cámara fotográfica y me disculpé de Héctor por tener que dejarlo solo en la mesa ya que me iría al patio a tomarle algunas fotos a Gieco. Héctor, con una gran sonrisa me dijo que no me preocupara que vaya tranquilo. Así lo hice, atravesé el patio y me instalé en el otro extremo por donde previsiblemente Gieco pasaría. En eso, en medio de tanta gente que lo rodeaba entre miembros de la organización del Festival, prensa y fans, León Gieco miró hacia la cafetería y reconoció a Héctor. “Poeta Borda”, le dijo abriendo los brazos y acercando se a él. Se abrazaron ante la mirada atónita de otros como yo. Conversaron un poco y cuando yo por fin pude abrirme paso hacia donde ellos estaban, apenas llegué a escuchar la frase final del músico: “envíeme unos poemas por favor, para que les ponga música”. Con todo gusto, respondió Héctor y mientras Gieco entraba a la conferencia de prensa, Héctor, secaba su chuflay.
Pero la historia más entrañable fue cuando me contó acerca del bandoneón que tocaba su esposa. Ella interpretaba por puro pasatiempo ese instrumento durante muchos años. Un buen día, por ciertas premuras económicas se vieron forzados a vender ese fiel compañero que en los días grises o las noches frías de Oruro acompañaba las horas de la familia. Así, ella se quedó sin su instrumento durante mucho tiempo. Cuando parecía que ya lo había olvidado, por esas vueltas que da la vida, Héctor ganó un curul en el parlamento nacional. Pasó un mes en el que él desempeñó esas funciones y, cuando recibió su primer sueldo, salió del palacio legislativo, se encaminó a una tienda de instrumentos musicales por inmediaciones de la calle Comercio y le compró un bandoneón nuevo a su esposa. Luego se fue a la terminal de buses y se subió a la flota que lo dejó en Oruro casi a la media noche. Se fue a casa y, luego del cariñoso saludo y el infaltable café le entregó ese regalo. Ella, que tras recibirlo en la puerta y servirle la taza de café había vuelto a la cama por el frío reinante, abrió el estuche y con una mirada luminosa llena de alegría y gratitud, se sentó apoyada en las almohadas y comenzó a tocarlo. Una pieza tras otra, tangos, sobre todo, con pasión y entusiasmo hasta que las primeras luces del alba los sorprendieron aún escuchando la música que salía de sus manos.
No en vano yo había conocido a Héctor en Sucre a mediados de los 90. Un medio día espléndido en la plaza 25 de Mayo cuando él, ataviado con pantalón café a juego con sus zapatos y una camisa azul, vestido exactamente igual que su entrañable amigo Alberto Guerra, abordó a un grupo de señoritas capitalinas con una frase contundente y musical: Buenos días señoritas, mi amigo y yo somos dos cantantes húngaros que no conocemos la ciudad ¿podrían por favor guiarnos por este paraíso de jardines y casas blancas?
Para tus amigos:
¡Oferta!
Solicita tu membresía Premium y disfruta estos beneficios adicionales:
- Edición diaria disponible desde las 5:00 am.
- Periódico del día en PDF descargable.
- Fotografías en alta resolución.
- Acceso a ediciones pasadas digitales desde 2010.