Loading...
Invitado


Domingo 29 de abril de 2012

Portada Principal
Revista Dominical

La identificación sexual de los niños y las niñas

29 abr 2012

Fuente: La Patria

Por: Víctor Montoya - Escritor boliviano radicado en Estocolmo

¿Fotos en alta resolución?, cámbiate a Premium...

La construcción de la identidad de los niños y las niñas, aparte de la estructura sexual, incluye todas las construcciones mentales y conductuales de ser hombre o mujer, a partir de premisas que están determinadas por factores tanto innatos como adquiridos.

La sexualidad se desarrolla y expresa de diferentes maneras a lo largo de la vida, de modo que la sexualidad de un infante no es la misma que la de un adulto. Cada etapa de la vida necesita conocimientos y experiencias específicos para su óptimo desarrollo. En este sentido, para los niños es importante conocer su cuerpo, sus propias sensaciones y aprender a cuidarlo. Un niño o una niña que puede nombrar las partes de su cuerpo -incluyendo el pene, el escroto o la vulva- y aceptarlos como parte de él, es más capaz de cuidar y defender su identidad sexual, que un niño o una niña que vive en un entorno social o familiar en el cual la sexualidad es un tema tabú.

Cada persona tiene su propio modo de vivir el hecho de ser mujer u hombre, su propia manera de situarse en el mundo, mostrándose tal y como es. La sexualidad incluye la identidad sexual y de género, que constituyen la conciencia de ser una persona sexuada, con la interpretación que cada cual dé a este hecho. La sexualidad se manifiesta a través de los roles genéricos que, a su vez, son la expresión de la propia identidad sexual y de género.

La diversidad sexual nos indica que existen muchos modos de ser mujer u hombre, más allá de los rígidos estereotipos, siendo el resultado de la propia biología, que se desarrolla en un contexto sociocultural. Se debe considerar que, aparte de la unión sexual y emocional entre personas de diferente sexo (heterosexualidad), existen también relaciones emocionales y sexuales entre personas del mismo sexo (homosexualidad) que -aunque tengan una larga tradición en las culturas antiguas tanto de Oriente como de Occidente- en algunos países siguen siendo valoradas negativamente y hasta son causa de discriminación social. No en vano se dice que la formación de la identidad sexual de los niños, más allá de depender estrictamente de factores genéticos, está determinada por la educación y las influencias adquiridas del contexto social en el cual viven.

La identidad sexual es la suma de las dimensiones biológicas y de conciencia de un individuo que le permiten reconocer la pertenencia a un sexo u otro. Es decir, ser varón o mujer (ser macho o hembra) independientemente de la identidad de género (sentirse como varón o mujer) o su preferencia sexual. Este concepto está en estrecha relación con la identidad de género, hasta el punto de que con frecuencia suelen usarse como sinónimos.

Algunos estudios indican que la identidad sexual se fija en la infancia temprana -no más allá de los 2 ó 3 años- y a partir de entonces es inmutable. Esta conclusión se obtiene generalmente preguntando a personas transexuales cuándo se dieron cuenta por primera vez de que la identidad sexual que les había asignado la sociedad no se correspondía con la identidad sexual con la que se identificaban.

ETAPAS EN EL DESARROLLO SOCIAL Y SEXUAL

De 0 a 1 años

La sexualidad en un niño recién nacido está muy vinculada a la relación con sus padres. Su vivencia a través de los cuidados y las caricias de sus progenitores. A través de ellos se crean lazos afectivos que serán necesarios para el desarrollo social y sexual de estos niños.

De 1 a 3 años y medio

En la segunda etapa, el niño tiene un estrecho vínculo con su familia, esto hace que su pensamiento se vaya enriqueciendo. En esta etapa se oponen a las reglas que imponen sus padres, como una forma de afianzar su independencia. Asimismo, experimentan más sensaciones de placer al controlar los esfínteres y al evacuar, con lo que empiezan a conocer su cuerpo, lo que necesitan y lo que les produce placer. Esta etapa o fase, de acuerdo a las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud, se divide en expulsiva y retentiva, primero ve placer en largar y luego en retener, un fenómeno típico correspondiente a la fase anal.

De 3 años y medio a 6 años

En la tercera etapa, se caracteriza por la exploración del mundo, tanto a nivel físico, como social, con lo que refuerzan los vínculos con su familia y amigos. Por ello, comienzan a descubrir su sexualidad y nos encontramos con el periodo de enamoramiento del padre del sexo opuesto o en algunos casos hasta del mismo sexo. Por otro lado, aprenden a relacionarse con otras personas y a ensayar sus roles sociales así como a identificar su propio sexo. Es importante que los padres no coaccionen las conductas que puedan ser del sexo opuesto.

De 6 a 9 años

En la etapa cuarta, el crecimiento físico va equilibrándose con el desarrollo afectivo, permitiendo que surja el interés de conocer y saber sobre el mundo y sus fenómenos. De la misma manera, es fundamental el reconocimiento de las personas de su entorno hacia ellos, y cómo afecta esto a la concepción de su propia imagen.

El interés sexual se centra en el conocimiento del cuerpo y de los órganos sexuales. Los juegos sexuales, mixtos o entre miembros del mismo sexo, forman parte de esta etapa y son un elemento clave para la formación de la identidad sexual. Los valores de la sociedad y de la familia sobre la sexualidad influyen mucho en esta etapa, en la que surgen los primeros enamoramientos infantiles -que son diferentes de los enamoramientos de los adolescentes- y también viven las primeras separaciones o pérdidas, aprenden a manejar el dolor ante éstas.

Durante la pubertad se produce la secreción masiva de hormonas sexuales, lo cual influye considerablemente en los aspectos etológicos del individuo, determinando su carácter y sus pautas de comportamiento social. La rebeldía y la búsqueda de pareja son dos de las más frecuentes actitudes en esta etapa.

COMPLEJO DE EDIPO

Los niños, aproximadamente a los 3 años, descubren la falta de órganos externos en los sujetos del sexo femenino; algo que ellos interpretan en términos de “pérdida”, “castración” o “castigo”. A partir de esa edad, el desarrollo afectivo y sexual de la niña, quien hasta entonces ha mantenido a la madre como objeto de deseo, es distinto al del varón, pues su falta de pene -entendida como “castración”- precipita una suerte de rencor hacia la madre, quien aparece como la responsable de esa carencia irreversible. En cambio el niño, tras el descubrimiento de las diferencias entre los sexos y la constatación de que la madre pertenece al “sexo castigado”, refuerza su relación con ella e ingresa en la fase del llamado “complejo de Edipo”.

El “complejo de Edipo” se produce cuando las tendencias autoeróticas del niño, que se manifiestan en la fase anal (2-3 años), se desvían de su propio cuerpo para dirigirse a un primer objeto externo de amor (la madre). Posteriormente, el niño accede al estadio fálico (gr. phallos = pene), cuando se vive a sí mismo como el objeto único y exclusivo que la madre desea, sobre todo, si se entiende que el complejo de Edipo, al prolongarse de los 3 a los 6 años, es el conjunto de sentimientos amorosos y hostiles que cada niño siente en relación con sus padres: atracción sexual hacia el progenitor de sexo opuesto y odio hacia el del mismo sexo, que considera su rival.

Si la amenaza de castración es para el niño la fuerza que lo obliga a la resolución del “complejo de Edipo”, el complejo de castración, la insatisfacción del verse carente de pene, es para la niña el motivo principal de su ingreso en la fase edípica o, más propiamente, al “complejo de Electra”; dos desarrollos no sólo distintos, sino también opuestos. El complejo de castración, según Freud, prepara el “complejo de Edipo” en lugar de destruirlo. La influencia de la envidia del pene aparta a la niña de la vinculación a la madre y la hace entrar en la situación de “complejo de Edipo” o como en el puesto de salvación.

Este proceso, que constituye las pulsiones libidinosas, no mella en la fantasía del niño ni le produce sentimientos de culpabilidad, sino que contribuye a la estructuración de su pensamiento y personalidad, pues el “complejo de Edipo”, más allá de ser una etapa de simple atracción emocional hacia el sexo opuesto, se erige como un proceso de identificación inconsciente con sus progenitores, cuya conducta es decisiva en la formación de la personalidad de los niños.

IDENTIFICACIÓN PSICOSOCIAL

Los niños del preescolar no sólo adquieren una identidad sexual, sino también aprenden el significado social de lo que implica ser hombre o mujer. Esta identificación se manifiesta a partir de los 3 años, puesto que antes -salvo excepciones-, el niño y la niña no se reconocen como hombre o mujer, ya que su entorno social más inmediato los coloca en un lugar de dependencia absoluta de la voluntad de sus padres. Él y ella existen por y para ellos, como un accidente de relaciones o de un capricho del deseo.

Una de las condiciones para la asimilación de los roles sexuales es la imitación de los modelos, que las niñas encuentran en la madre y los niños en el padre. El niño tiene pene y testículos, pero no senos ni capacidad para concebir. La niña nunca podrá tener esa “cosita”, pero sí tener hijos y amamantarlos.

Los niños del preescolar tienen una idea bastante clara de cuáles son los intereses y las conductas correspondientes tanto al sexo masculino como al femenino, puesto que, como parte de las normas de convivencia social y las primeras experiencias de socialización, entran en un proceso de identificación con el progenitor de su mismo sexo. Saben que la muñeca, por ejemplo, es un juguete para las niñas y un camión para los niños, lo mismo que la conducta de llorar es más propia de las mujeres y no de los hombres. La niña, en su afán de asimilar los atributos sociales “propios de las mujeres”, prefiere juegos y actividades típicamente femeninas, a la vez que busca la amistad con otras niñas y la presencia de mujeres adultas, quienes se convierten paulatinamente en modelos a imitar.

Con respecto al padre y, en general, a los representantes del sexo contrario, la niña desarrolla, identificándose con los modelos femeninos a los cuales admira, una conducta alternativa, seductora y sumisa. Se siente pequeña y débil ante la fuerza y presencia física del varón, y sus pulsiones libidinosas, a diferencia de los niños que buscan refugio en la madre durante el “conflicto de Edipo”, se orientan hacia otros ámbitos: lenguaje, destreza manual y corporal, capacidad para las labores domésticas y las relaciones sociales.

Los niños, en el proceso de identificación con sus padres, están dispuestos a recibir e interiorizar de manera inconsciente las normas y leyes generales de comportamiento personal y social que éstos representan. Aprenden a comunicarse con ellos, asimilan su lenguaje -tan valioso para expresar deseos y necesidades- y se dedican a distinguir concienzudamente las actitudes y conductas que diferencian a ambos sexos.

PROCESO DE SOCIALIZACIÓN

El proceso de socialización es relativamente complicado. Dos de los conceptos que se manejan con frecuencia son: la identificación y la asimilación. La identificación de una persona con otra implica que ésta cumple la función de modelo, ya sea masculino o femenino, mientras que la asimilación implica que el individuo que se identifica con su modelo trata de sentir y pensar como él.

Los niños, según investigaciones de Monica Viklund, aprenden a comunicarse con los demás mediante los roles que representan a través del juego. Es decir, cuando el niño juega a mamá, papá, médico, profesor, policía y otros, asume un rol determinado en un contexto concreto y, a su vez, entiende y respeta el rol que asumen los demás, gracias a un proceso de asimilación y acomodación producido durante el juego.

En la asimilación, el niño procura cambiar el medio social de manera que éste se acomode más a sus propias aptitudes. En la acomodación, el niño procura cambiar de modo que él mismo pueda amoldarse a las exigencias del contexto social. En cualquier caso, los niños desarrollan concepciones sobre sí mismos y sobre los demás a través del juego de roles, ya que el juego, en su forma y contenido, constituye una actividad tanto lúdica como social.

En cuanto a la reproductividad, empiezan a aprender a cuidar de los más pequeños -pueden empezar con muñecos o mascotas- y van desarrollando su capacidad reproductiva. También tienen grandes dudas sobre su origen, generalmente las dudas que tienen con respecto a la relación sexual necesitan la aclaración del sentido amoroso y del deseo de tenerlo que tuvieron sus padres. Les resulta interesante el embarazo y el nacimiento en un sentido de conocer su propio origen.

Fuente: La Patria
Para tus amigos: