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Domingo 29 de abril de 2012

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Revista Dominical

El “buen Pastor” y el “asalariado”

29 abr 2012

Fuente: La Patria

Por: Bernardino Zanella - Rector del Santuario del Socavón

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La imagen del pastor y del rebaño ya no es común en nuestras culturas urbanas. Jesús la usa a partir de la vida de su pueblo, y tal vez de su misma experiencia personal.

Ahora, el desafío para nosotros es recuperar la riqueza del mensaje, siempre actual, contenido en imágenes que pertenecen a otra cultura.

En este domingo leemos en evangelio de San Juan 10, 11-18:

“Jesús dijo: Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.

El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir el lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa. Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.

Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí – como el Padre me conoce a mí y Yo conozco al Padre – y doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor.

El Padre me ama porque Yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: éste es el mandamiento que recibí de mi Padre”.

Aparecen en este texto del evangelio dos figuras típicas: una es la del “buen pastor”, y la otra del “asalariado”. Lo que las distingue es la diferente actitud para con las ovejas. La característica del “buen pastor” es que él “da su vida por las ovejas”. La característica del “asalariado”, “al que no pertenecen las ovejas”, es que él “no se preocupa por las ovejas”, y por eso “las abandona y huye” en el momento del peligro.

Más allá del lenguaje simbólico, el “buen pastor” es Jesús, que da su vida, y las ovejas amadas son sus discípulos. No se supone, en este texto, que haya otros “buenos pastores”, que hagan lo mismo que él hace. Jesús no es “uno” de los buenos pastores, es el “único buen pastor”, el verdadero pastor.

Es necesario fijarse el él, y su figura emerge con mayor claridad si tenemos en cuenta, por contraste, que existe también la figura opuesta, la del “asalariado”, que se interesa igualmente por las ovejas, pero únicamente animado por sus intereses y no por el bien de las ovejas. Es evidente en Jesús la referencia a los pastores de Israel. Ya el profeta Ezequiel había escrito: “Profetiza contra los pastores de Israel, profetiza diciéndoles: ¡Pastores!, esto dice el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No son las ovejas lo que tienen que apacentar los pastores? Se comen su enjundia, se visten con su lana, matan a las más gordas, y las ovejas no las apacientan. No fortalecen a las débiles ni curan a las enfermas ni vendan a las heridas; no recogen las descarriadas ni buscan a las perdidas y maltratan brutalmente a las fuertes. Al no tener pastor, se desperdigaron y fueron pasto de las fieras salvajes… Esto dice el Señor: Me voy a enfrentar con los pastores; les reclamaré mis ovejas, los quitaré de pastores de mis ovejas, para que dejen de apacentar a sí mismos los pastores; libraré a mis ovejas de sus fauces, para que no sean su manjar” (32, 2-5. 10).

Pero cuando Juan escribe su evangelio, la mirada iba ya a todos los “asalariados” de todos los tiempos, que dejan que las ovejas sean arrebatadas y dispersadas.

La relación de Jesús con los suyos es de “conocimiento” recíproco: conocer y ser reconocidos, como profunda y humana necesidad, y con toda la riqueza que la palabra “conocimiento” tiene en la Biblia, una relación que por parte de Jesús llega al extremo de ofrecer vida hasta dar su vida, y por parte de la comunidad la adhesión a él y la escucha y cumplimiento de su palabra. Hay en esta afirmación un adelanto y una explicación del misterio pascual, de una vida entregada por amor.

Existe entre Jesús y los discípulos una relación parecida a la que se da entre Jesús y el Padre. Difícilmente podemos entender la fuerza de esta revelación. Muchas veces Jesús dice que él y el Padre son una cosa sola. A la misma comunión de amor son introducidos los discípulos. Y no sólo algunos. A toda la humanidad Jesús se manifiesta como pastor: un solo rebaño, en la diversidad de los pueblos y de las culturas, todos invitados a oír su voz y seguir su camino. Para todos Jesús ofrece libremente su vida. Es la forma de su plena realización: “el que pierde su vida la encontrará”, cumpliendo ya en sí mismo el único mandamiento que ha recibido del Padre y que entregará a sus discípulos: “Ámense, como yo los he amado”.

Fuente: La Patria
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