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Creación de Montañas
y altipampa.
Paisaje lunar
que anonada al hombre.
Escenario cósmico
donde el viento enloquecido,
danza silbando
el frenesí de la diablada.
En tus cerros, los dioses
sepultaron su riqueza
como en cofres de granito
sellados por el tiempo.
Entonces
cabalgando sobre el mar,
sobre las olas,
trepó hasta tu altitud
la codicia en carabelas.
Y en ese instante
el dolor desterró la alegría,
tornando desconfiado
y taciturno a tu habitante.
¡Los idólatras de la Tierra,
del sol y de la luna
crucificados en la noche
más obscura de la mina!
¡Infinito dolor,
dolor de la quena herida!
Llanto a raudal de montaña,
llanto de copajira.
Sangre y sudor,
músculo, barreno y roca viva.
Silicosis y estaño,
más estaño y silicosis.
¡Yo he visto
amamantar a la palliri,
mientras trituraba el metal,
combo en mano!
¡Cuánta humillación soportada!,
¡Cuánto escarnio!
¡Cuántas vidas, cuánto tiempo,
cuánta rabia contenida!
Sólo sabe la profetiza andina,
sólo sabe la coca
curandera de todos los males,
hoja sagrada.
Madre que mitigó el hambre
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y la desesperanza.
Madre incomprendida por el gringo,
madre sentenciada a muerte.
Una noche…
el cigarro, la coca y la lejía
conspiraron en el cerro Conchupata.
Y allí mismo explotó la rebeldía,
haciendo flamear
por vez primera
la enseñanza de la libertad,
la Tricolor de mi Patria.
Pero la libertad sin pan
es ignominia,
una burla cruel
a la dignidad humana.
Porque no hay droga
que destruya más al hombre,
que arrebatarle
la bendición divina del trabajo.
Por eso la huelga
se convierte en estandarte
y la dinamita se desboca
detonando por las calles.
¡Oruro!
¡Tierra mía!
Tierra que lo tuviste todo
y todo lo ofrendaste.
Generadora de fortunas
que emigraron
a los cuatro puntos cardinales,
abandonándote sola
como se abandonan los cementerios.
Pero así…
¡Así te amo abandonada tierra mía!
Faro sin mar del Conchupata
que orientas diariamente
al sagrado deber del Pacífico.
Altas montañas que aún encierran
la riqueza de los dioses.
Indómitos mineros que heredaron
la militante persistencia
de la paja brava.
Sencillo y laborioso pueblo mío
que reflejas la ingenua humildad
en tu límpida mirada de niño.
¡Pretérita y heroica tierra mía!
vientre fecundo que has parido,
con dolor y con sangre
cada una de las conquistas
proletarias de mi Patria.
Por ti levanto mi copa
de dolor y de esperanza,
abandonada y pretérita tierra mía;
porque mi fe en ti
me dice que algún día
también tus calles
se vestirán de fiesta
en el Carnaval
más fastuoso de tu historia.
Mientras tanto,
aquí brindo por ti,
transido de dolor y de esperanza.
Y si por amarte tanto,
como te amo,
ha de explotarme el
corazón dentro del pecho.
¡Que explote pues…
cual dinamita
en mil pedazos!