Sábado 28 de abril de 2012

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Accidentes, atentados terroristas, secuestros, asesinatos por violencia machista, catástrofes “naturales”, caídas en las bolsas. Muchas personas llegan a creer que el mundo es eso que leen en periódicos e Internet, oyen en la radio o ven en la televisión, con la frecuente conclusión de que “todo está mal” y, por tanto, “no hay nada que hacer”. Millones de personas se refugian en la telebasura o en la “prensa deportiva” – la nueva prensa rosa de hombres y mujeres - para evadirse de esa realidad que no pueden soportar.
Algunos profesionales de la comunicación defienden la falacia de que los medios se limitan a “darle a la gente lo que quiere”, aunque sea entretenimiento light y basura. Está de moda convertir a los periodistas en noticia, una línea que antes no se cruzaba pero que ahora se multiplica en “tertulias” con altos niveles de crispación y morbo, para elevar las audiencias, y poco contenido de ideas. El periodismo que mantiene vivo un componente comunitario y ciudadano “no vende”, dicen.
No todos los medios de comunicación han renunciado a su función de cuarto poder. Conscientes de la necesidad de conocer la realidad para poder cambiarla, denuncian abusos de poder, casos de corrupción e injusticias sociales. Dan a conocer los sueldos exorbitantes de banqueros y políticos que exigen sacrificios a los ciudadanos en un contexto de crisis, los recortes en sanidad y educación mientras se mantienen los elevados gastos militares por supuestos “compromisos”, como si éstos no pudieran renegociarse.Pero una sobrecarga de denuncia sin propuesta alternativa puede provocar efectos similares a los que produce un exceso de violencia y catástrofes en las noticias. El cinismo del ciudadano se deja ver en una frase que oímos con frecuencia: “los políticos roban”, “todos son iguales”, “no hay nada que hacer”. En países con altos índices de corrupción política se ve cómo las trampas y los sobornos se extienden a las calles con frecuencia. Con razonamientos como “si ellos roban y si ellos son corruptos…”, se normalizan la evasión de impuestos, los sobornos a la policía o a funcionarios públicos y muchas otras maneras de romper las reglas con que se han dotado los mismos ciudadanos para poder convivir. Se banalizan la corrupción y la violencia.