Lo que se lee en el titular de esta nota puede ser la pancarta de una marcha, ya sea de comerciantes, de transportistas o de cualquier otro movimiento social con dirigentes de mentalidad retrógrada. Si aún no llevan, es porque está sobrentendida; pero está claro que los bloqueos u otras medidas de hecho son para rechazar las normas y abogar por la imposición de la fuerza, como sucede en la jungla.
Según varios analistas, la anomia es fomentada y ejercida desde las altas esferas de gobierno. Algunos hechos parecen confirmarlo. La consigna de “meterle nomás” continúa vigente, para que los abogados masistas lo arreglen. Después el soberano, fiel y constante, seguirá votando igual que ayer. Y por si alguien dudara todavía, esta perlita viene al pelo: “Nunca la ley puede mandar sobre las necesidades sociales, la ley debe ser adecuada a las necesidades”.
En consecuencia, no hace mucho que se incorporó al parque automotor del país unos 130 mil autos chutos, con el consiguiente incremento del caos vehicular; pero “con esta medida se está resolviendo un tema social”, dijo el Presidente. La entrega de cheques venezolanos sin control institucional también es parte de la anomia inveterada. Si se investigara a todos los municipios o se utilizara para ello una muestra seleccionada al azar, ¿habría alguno que no esté siquiera bajo sospecha de corrupción? ¡Que levante la mano!
Las condiciones por dentro no son mejores. Los políticos han convertido las alcaldías en campos de Agramante; es decir, de lucha sin tregua por la disputa de poder. En eso se les va tiempo y energías. La baja ejecución presupuestaria, la burocracia ineficiente y las urgencias desatendidas son, entre otras, las debilidades más perceptibles. El ch’enko descomunal en el municipio de Santa Cruz, con los “topeteos” obscenos de por medio, es seguramente un ejemplo ilustrativo de ese extremo.
En ese contexto nada halagüeño, dos alcaldes se animaron a hurgar el avispero. El pandemonio de los mercados en Cochabamba es atroz. Los “dueños” no aceptan que nadie les imponga normas. Paralizan la ciudad en tanto no levante las manos la autoridad. Y los choferes del autotransporte público no se quedan atrás. Obstruyen con sus vehículos las calles hasta que se saque de la ordenanza el artículo que no les agrada. Son los otros dueños de la Llajta. Para ellos la CPE no existe; las más de las veces la Policía tampoco.
Otro tanto sucede en La Paz. Se promulgó recientemente la Ley Municipal de Transporte y Tránsito Urbano, para aplicarla con el apoyo de la sociedad civil. Apenas lo supo, el líder nacional de los choferes reaccionó con prepotencia. Dijo que no aceptarán ningún control social, y que sino retrocede en su empeño el burgomaestre, hasta podrían provocar su renuncia. “Si el transporte se organiza, es mucho más fuerte”, añadió con tono de amenaza. ¿No se ve asomar por ahí al superestado corporativo?
El dirigente de la Confederación de Choferes de Bolivia, sabe en qué plaza oficia de torero. Está convencido de que el mejor recurso con que cuentan los transportistas es la fuerza, y por eso creen que tienen razón. Ni duda cabe, vivimos bajo el “brutal imperio de la masa”. Y así como van las cosas, no se sabe hasta cuándo seguirá sufriendo La Paz la parodia del infierno. Las normas están demás. ¡Viva la jungla!
(*) El autor es pedagogo y escritor
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