Miercoles 05 de enero de 2022

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Álvaro Riveros Tejada
Así como indescifrables, son seriamente incomprensibles los designios que trae consigo este nuevo año 2022, como la inequívoca señal premonitoria a la que hemos asistido hoy, cual fue la ceremonia de vacunación de nuestro último Inca, David Choquehuanca, a la sazón Vicepresidente del Estado Plurinacional, multilingüe y folklórico, que se llevó a cabo en una céntrica plaza paceña, en medio de sahumerios y limpias, protagonizadas por un nutrido séquito de Laykas o brujos, kallahuayas, Pajpakus, y llunkus, que no quisieron perderse ese memorable acontecimiento.
La importancia de este evento fue convencer a nuestro pertinaz subgobernante de la obligación de acatar las normativas emanadas por su propio gobierno, dirigidas a evitar el contagio del Covid19, aplicándole la vacuna Sinopharm, y así obtener el carnet que le faculte el ingreso a su fuente de trabajo congresal, y otras entidades públicas o privadas. Asimismo, cambiar su hábito de pastar, al suprimir la ingesta de pasto, y optar por el uso de la jeringa hipodérmica.
Suponemos que, a tiempo de inocularse, nuestro Inca ha debido pensar en un acto de trascendencia, sucedido con su antepasado Atahualpa, y narrado por el cronista Guamán Poma de Ayala, cuando el padre Valverde, capellán de los españoles, le dijo que sus dioses eran falsos, entonces el soberano le preguntó quién se lo había dicho y el dominico le respondió que la Biblia. Atahualpa pidió el libro “para oír por sí mismo estos dichos” empero, al no emitir la Biblia voz alguna, la arrojó al suelo, acto que fue interpretado como una blasfemia por los españoles, decretando la furia de Pizarro, quien ordenó disparar contra los servidores del Inca y tanto jinetes, como infantes irrumpieron en la plaza de Cajamarca, disparando sus arcabuces, e iniciando una cruel matanza.