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Ocho libros bolivianos de 2021 - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Sábado 25 de diciembre de 2021

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Cultural El Duende

Martín Zelaya

Ocho libros bolivianos de 2021

25 dic 2021

Un repaso al mejor libro publicado en el país en el año que se va y a otros siete títulos, definitivamente, entre los más destacados entre la prolífica producción de narrativa. Léase esta nota de dos diferentes maneras: en este par de páginas de El Duende, y en el portal web de esta revista orureña.

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No incurrir en clichés, a veces, es otro cliché. Y las listas de libros de fin de años es, creemos, una de esas veces. Es así que nos animamos nomás a lanzar un listado de buenos libros bolivianos de 2021, con sus respectivas reseñas y con algunas advertencias:

- Tomamos en cuenta solo a la narrativa.

- No decimos que son los mejores, simplemente advertimos que son libros que se dejan leer y bien (muy bien, algunas veces); que habiendo sido el año que se va prolífico en publicaciones, son una selección de una (otra) selección; pues, viejos lobos de mar ya en esto de la lectura, hace rato que no pretendemos ni queremos leer todo, y sí más bien apostamos -con poco margen de error, esperamos- por lo seguro o casi seguro.

- Somos, por lo tanto, conscientes de que pudimos haber dejado de leer algo que realmente valía la pena. Nos hacemos cargo.

- No consignamos libros de ensayo, pues de hacerlo, lo decimos desde ya, deberíamos haber puesto en primerísimo lugar Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz (La Mariposa Mundial, 2021), de Luis Cachín Antezana.

- No incluimos poesía, pues ya muchas veces declaramos nuestra incompetencia en la materia. Qué vergüenza.

- Solo destacaremos uno como “el libro boliviano del año”.

- Los restantes, no serán mencionados y reseñados por orden de mejor a menos peor, ni viceversa.

- En la edición impresa de El Duende, (por razón de espacio) solo aparecerán las reseñas de un par de los libros; las restantes se irán incluyendo en el portal (elduendeoruro.com) entre los últimos días de este año y los primeros de 2022.

Ocho títulos

“El” libro: El llamo blanco (La Mariposa Mundial, 2021), de Jesús Urzagasti. Regalo inesperado (o casi) del gran poeta chaqueño que partió hace ocho años, pero cuya obra pertenece a la eternidad.

Los otros siete son ficción. Cinco novelas, dos libros de cuentos; cuatro autores, tres autoras. Un relato fantástico del subgénero weird fiction: Miles de ojos (El Cuervo, 2021), de Maximiliano Barrientos y otro, aunque no alejado de un realismo posible, sí muy inmerso en las mismas inquietudes distópicas que atraen al cruceño: Allá afuera hay monstruos (Nuevo Milenio, 2021), de Edmundo Paz Soldán.

Dos novelas que destacan por la exploración técnica -interposición de planos temporales y narrativos- y la solvencia para sacar adelante historias que sobreviven por sus trasfondos -lo que motiva reflexionar a partir de las vivencias de los personajes- por encima de los temas de superficie que fungen de palestra: Cuando vi la sangre (Editorial 3600, 2021), de Lourdes Reynaga y De esta noche no te marchas (Editorial 3600, 2021), de Rosario Barahona.

Una nouvelle, El rehén (Dum Dum, 2021), de Gabriel Mamani, una crónica familiar que repasa los tópicos sociales de las clases populares paceñas.

Y dos libros de cuentos: Los fantasmas del sábado (Editorial 3600, 2021), Adhemar Manjón, un divertimento muy bien pensado, que recorre la noche cruceña desde las diferentes miradas de un manojo de hermosos perdedores.

Y Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (Plural, 2021), de Magela Baudoin, una colección de relatos que bien puede leerse como una síntesis de encuentros y desencuentros, como un muestrario de las relaciones, dinámicas y dialécticas que nos constituyen como individuos y que, bien encauzadas, conforman un reflejo inquietante de esto todo que somos como colectividad.

El delicado oficio de vivir

El llamo blanco (La Mariposa Mundial, 2021), de Jesús Urzagasti, el mejor libro publicado en Bolivia durante este años que se va.

Jesús Urzagasti escuchó todo lo que escribió. En lo más profundo de sí mismo una voz, un impulso -su voz, su impronta- fueron configurando poco a poco su obra. Por eso varias de sus novelas fueron diseñadas, pensadas, conminadas para un número equis de cuartillas, ni más ni menos.

El llamo blanco siguió esta estela, pero a la vez la trascendió. Desde sus tempranos 19 años hasta sus maduros 37, los cuatro volúmenes salieron poco a poco, de lo más hondo. Se quedaron medio siglo -poco más, poco menos- empastados, pero su destino ya estaba escrito.

Estas anotaciones -poesía pura, como todo lo que salía de la voz y pluma del autor chaqueño- fueron plasmadas entre 1960 y 1978 y resguardadas luego en cuatro gruesos tomos empastados, a la espera del designio. Y este llegó, muchos años después, a través de una serie de sueños que Jesús supo hilar: Hay que sacrificar al llamo blanco para pasar la noche del espanto.

La terrible misión la llevó a cuestas Sulma Montero, compañera del escritor, hasta que ocho años después de su muerte, finalmente pudo concretarse: este libro, esta selección que debían sobrevivir a las llamas de la consagración.

Son fragmentos estelares, divididos en seis partes.

I

Revelaciones, propósitos gatillados por la soledad y el ímpetu. Un despertar, un descubrimiento de las sensaciones e intermitencias del vivir.

Tienes que conservar en tu memoria todo el sufrimiento que tuviste que soportar para acceder a esta hermosa luz. Corrige tus miembros, desconfía de tus impulsos y solo piensa que el único cimiento de una vida es el amor. (27)

II

Constatación del ser. A Jesús no le gustaba la palabra resignación, cuenta Sulma; en estos fragmentos, entonces, asistimos a la certeza del cambio, a la caída en cuenta de que su destino era otro. Ya alcanzó una madurez que le permite disfrutar de la melancolía y la nostalgia de lo que fue y ya no será más.

Es oficio muy delicado vivir, tarea excelsa sobre todo cuando se está convencido de que ceder a los menudos intereses personales es como sellar tu propia condena. Así miro el horizonte y veo que no está en mis manos definir nada y por lo mismo, con absoluta humildad, espero que la vida se digne ofrecerme un regalo: el que consiste en hablar el lenguaje de la dicha campesina. (46)

III

La constatación de lo que se es, de quién se es. La certeza del fuego interno, de lo que uno es portador. Destino y responsabilidad. La posibilidad de creer en uno mismo, de asumirse.

El hecho de que aún haya vida es la señal más clara de que todavía no hemos rozado ninguna verdad. (56)

Sé de dónde vengo, y si hasta ahora no sabía a dónde me dirigía, puedo tranquilamente pasearme seguro de estar engendrando los más puros y fuertes sentimientos. (59)

IV

La constatación de lo demás. La necesidad de los telúrico y ordinario; del tiempo, el espacio y de la serie de objetos y sujetos que lo confluyen y habitan. La sociedad, el resultado de la relación de seres.

Cuando en una comunidad los hombres empiezan a confiar en sus propias fuerzas, quiere decir que la divinidad está a punto de parir algo; cuando una comunidad empieza a confiar en la divinidad, quiere decir que esa comunidad está herida de muerte. A la primera comunidad pertenecen los revolucionarios, a la segunda los poetas. (63)

V

La toma de conciencia del escritor. La inminencia de un camino cuya meta es el trayecto; es decir, el (auto) conocimiento.

El camino que estoy recorriendo tiene el escondido propósito de descubrir mis orígenes; solo cuando a esos orígenes llegue, sabré crear lo que quiero crear: ahora todo parece lleno de interrupciones y tardanzas; pero nada de eso ocurre. Nacer para morir lleno de flores. He ahí el destino humano. Pero mis flores serán mis flores. (73)

VI

El otro, los otros. Por qué no hablarles, advertirles. Por qué no compartir; intentar, al menos que reciban.

Cuida tu alma, porque a pesar de ser tu cuerpo algo que alimentará el olvido esencial, procura alcanzar la condición del oro, solo que trata de hacerlo -como corresponde a la ceguera- a través de un camino lleno de equívocos. Pastorea tu cuerpo, enséñale lo luminoso, muéstrale el retrato de lo que eres, para que se transforme en un firme aliado, en el agua fresca para tu peregrinar por el desierto. (85)

Jesús es un descubridor. Su profunda abstracción, esa admirable capacidad para derivar el todo, tanto de la mayor simpleza como de los más complejos procesos, es un regalo.

Asistir al paso del tiempo. Recorrer esta distancia. Parafraseando a Saenz, y casi a Wiethüchter. Vivir, para estos privilegiados poetas, es una categoría diferente.

Este breviario, dietario. Estas anotaciones, revelaciones que deben despojarse de géneros, enfoques, tendencias, abordajes, prejuicios y todo lo mundano y prosaico, son el mejor libro del año en Bolivia, por donde se lo mire.

Jesús Urzagasti condensó el todo en cuatro tomos, su sueño determinó cernir aún más. Queda lo que debe ser. Lo suficiente.

-

Donde no había nada humano

Reseña de Miles de ojos (El Cuervo, 2021), de Maximiliano Barrientos.

...los colores parecían provenir de un sueño donde no había nada humano, donde caballos corrían en la orilla de un río, donde la vegetación emergía de carcasas de autos y de fuselajes de aviones, donde los cráneos de millones de niños configuraban un paisaje tan impersonal como una montaña de desperdicios químicos o una catarata de aguas cristalinas. (204)

I

Santa Cruz en una realidad alterna. La civilización que conocemos no existe más y en el desgobierno dominan los más fuertes. Los autos y los repuestos son la posesión más preciada. La violencia es parte del cotidiano. La muerte, solo un paso más.

Si Miles de ojos (El Cuervo, 2021) fuera una película -y bien que podría ser una de esas joyas tarantineanas del cine B- el anterior párrafo podría ser la presentación, voz en off, de su tráiler.

Sigue la voz en off: Él creció abrumado por la muerte de su madre y antes de perder también a su padre supo de su voz el secreto de un “tesoro enterrado”. Ahora huye por las carreteras, esquivando y matando a sus perseguidores.

Pero no es una película -aunque, como toda novela de Maximiliano Barrientos, deja numerosas imágenes memorables-, sino una sólida novela que se enriquece con recursos narrativos propios del weird fiction.

El tesoro, se sabe casi de inmediato, es un Plymouth Road Runner y sus repuestos. Inmerso en una confusa realidad, memorias mezcladas con sueños, “él” recorre caminos protegiendo su legado y en busca del árbol sagrado.

La deriva, individual y colectiva, de la humanidad trascendida en la violencia. Esta premisa impregna la tercera novela de Barrientos. Tanto el diseño argumental como el escenario -la realidad interna de la obra- giran en torno a las búsquedas o fracasos individuales y colectivos. Sigue, por donde se mire, la reflexión y exploración de su anterior novela, En el cuerpo una voz (El Cuervo, 2017); ambas están inmersas en una atmósfera distópica, pero a diferencia de aquella en la que por muy disparatados e insólitos, los sucesos son eventualmente posibles, en Miles de ojos todo transcurre en un plano de fantasía. Si la realidad en esa obra anterior era de “revolución”, catástrofe política y civilizatoria, ahora el autor propone un plano ficcional en el que se impone el culto a la velocidad: el vértigo, el paroxismo como catalizadores de poder y de libertad, a corto plazo; como única fórmula de trascender más allá del espacio-tiempo, a la larga.

Ya no sabía dónde terminaba el sueño y dónde comenzaba la vigilia, la línea divisoria se rompió y el espacio no era otra cosa que una prolongación de los paisajes de su mente (...) La velocidad corrió por sus venas y sus huesos, el aliento de ese dios terrible habitó su mandíbula, sus ojos. (46-47)

II

Santa Cruz en los 90. Todo parece normal. Un colegial metalero y su familia clasemediera tipo: obsesionada con subir de escalafón social. Una pincelada de la Santa Cruz logiera y racista como telón de fondo de una trama que desemboca en el origen y, por lo tanto, colofón -para nosotros, lectores- de la trama. Los elegidos o predestinados, las hibridaciones carne-máquina, la locura extremista y ciega de la fe religiosa.

La gente se enfrenta a su condición, según puede. Con una adicción a la intensidad, al ritmo frenético -en los autos, el rock metal, en la vida misma: “El ruido no se iba de la nuca, estaba allí, latiendo. Recorría la médula, permitía que nos reconociéramos en el cuerpo”. (59) Pero otros, ante la imposibilidad de mejorar o perpetuar estas sensaciones-emociones, no ven más salida que elevarlas a la categoría espiritual: hacer un culto, una religión y vivir vicariamente alucinando y profesando las ficciones que uno añora se realicen.

Viajes a través de los sueños. Heridas, cicatrices que impulsan la memoria y el raciocinio. Estigmas que posibiliten la experiencia vicaria, el contacto a través y más allá del espacio/tiempo, a través y más allá de la vida y la muerte, si acaso no son lo mismo.

Sostuve mis mandíbulas, dolían, dolerían en los próximos diez días, pero ese dolor iría desapareciendo, sería absorbido por la carne. Era lo hermoso de las cicatrices, no solo servían como un recordatorio del acto sino también como una evidencia de que no importaba la vejación, el cuerpo se las arreglaba para persistir. (66)

Mantiene Maximiliano Barrientos su estilo conciso, preciso... elegante como dice Mariana Enriquez en la contraportada. Como también detecta la argentina, sigue con las referencias y obsesiones de siempre en cuanto a la construcción de personajes y escenas, y digo escenas y no pasajes o momentos o tramas o diálogos, porque otro de los sellos personales del autor es su prosa cinematográfica; uno cree ver lo que lee, uno se descubre imaginando una recreación visual de lo que se narra, uno cede la tentación de imaginarse la película basada en la novela.

III

Santa Cruz en un futuro lejano y post apocalíptico (dentro, claro está, de la realidad ficcional presentada). Sobreviven pocas tribus nómadas que se mueven en caravanas de autos y motos, huyendo de hordas de saqueadores. Siguen adorando a “El Sueño”, deidad cuyo origen luego entendemos. Se contactan con los muertos vía sueños y experiencias religiosas, vía alcohol y rituales.

Una adolescente hija del líder muerto de una de las tribus sale con el corazón de su padre en un frasco a ofrendarlo al árbol-auto, cuya existencia es ya casi mítica. Mientras sortea todo tipo de calamidades hasta llegar a lo que fue Santa Cruz de la Sierra, poco a poco entiende que lejos de ser una deidad individualizable, representable en iconos o presencias, El Sueño es una ubicua y terrible omnipresencia.

El sueño desapareció, nos dejó solos hace mucho tiempo (...) Se borró. Se convirtió en una historia. Algo que usamos para saber quiénes somos, la transmitimos de generación en generación. (192)

Alguna vez el mundo fue procesado por esas rugosidades, convertido en información, en un lugar, en sonidos, en olores y en misterio. (197-198)

Hace ya varios años y varios libros, Barrientos explora y reflexiona sobre la violencia y la corporalidad: el mejor escape, catarsis sea en coyunturas normales o extremas es la violencia, corporal y emocional, individual y colectiva, consciente o inconsciente; no así los coches, la velocidad o la bebida -que siempre están presentes más bien como canalizadores.

... se lee en Nuestra parte de noche, premiada novela de Mariana Enriquez, acaso una de las primeras lectoras de esta novela de Barrientos. Tanto en una como en otra obra -y esto marca una tendencia que caracteriza a la narrativa latinoamericana del último lustro- los sobrenatural-fantástico cuaja con naturalidad en el entorno interno de las tramas y, de rebote, propician en el lector, una asombrosamente mansa aceptación de lo (im)posible

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