El grave conflicto que confrontan los médicos del país en contra de la imposición de un horario de trabajo que pretende el Gobierno, se ha encargado de mostrar la tragedia de los sistemas de salud que se vive en Bolivia. Los médicos, con justa razón, rechazan el horario porque unas horas más o menos no remediarán los graves problemas a que se ven enfrentados en todos los servicios públicos; el ser incorporados en la Ley General del Trabajo, tampoco evitará los reclamos; la ineficiencia de muchos galenos (por falta de conciencia, capacidad o responsabilidad) tampoco solucionará mucho lo que es preciso encarar.
Los problemas son mucho mayores: no hay infraestructura hospitalaria y la que hay adolece de serias falencias; no hay equipos para una atención regular; las farmacias no están provistas con los medicamentos necesarios; las recetas de los médicos que deben atender los seguros, no pueden ser despachadas y están libradas al magro presupuesto del paciente; no existen ni equipos ni material instrumental – salvo en clínicas particulares y con altos costos, casi imposibles de solventar por parte de una mayoría de la población –; no existen equipos para diálisis, tomografías, ecografías, resonancia magnética y muchos otros con que cuenta la medicina moderna. El paciente – si es pobre como la mayoría del país – está “librado a su suerte” y el médico queda frustrado porque, a más del diagnóstico y lo poco que puede recetar, nada puede hacer o, en pocos casos, sólo expresar palabras de consuelo.
Los contrastes: aviones de lujo, viajes por doquier y con cualquier pretexto, atención personal en los mejores hospitales de cualquier parte del mundo para los altos funcionarios del régimen; imposibilidad de tener dificultades financieras; ausencia de sentimientos para hacerse cargo del dolor y pobreza de los que sufren falta de hospitales y centros de salud, carencia de equipos y vituallas en postas abandonadas, ausencia de equipos y medicamentos (muchos que están en los anaqueles han caducado en sus fechas); por supuesto, lograr fichas y turnos para ser atendido y no como quisiera el médico sino como las pocas disponibilidades lo permiten. Hay que soportar también la poca capacidad de atención humana, con sentimientos de solidaridad y amor por parte de personal de servicio, enfermeras y hasta médicos que, a su vez, sufren las consecuencias de la pobreza y de la falta de lo necesario para cumplir con todo lo que los pacientes requieren.
Ni ocho horas de trabajo, ni la incorporación en la Ley General del Trabajo, ni el incremento así sea de un 100 por ciento en sueldos y salarios ni señal alguna de “comprensión y ternura” que haya entre gobierno y médicos remediará los problemas, cuanto más los paliará mínimamente porque lo principal, lo más urgente, lo que debe disponer de altos presupuestos es todo el sistema de salud, es el amor y responsabilidad de las autoridades y, además, el poner los hechos en su justa dimensión; es decir, aumentar presupuestos de salud y educación restándoles a Defensa y Ministerio del Interior, cuyas labores pueden restringirse o ser atendidas con “fondos especiales” de que siempre disponen las autoridades. Salud y Educación no pueden ser las hijas proscritas del Estado y el Gobierno así debe entenderlo y dar lo que corresponda a quienes multiplicarán sus beneficios con las inversiones que resulte una atención que no remedie huelgas ni bloqueos sino que encare los problemas para que las enfermedades no se hagan más crónicas de lo que son y bloqueen la vida de la población.
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