La migración como derecho humano

Ayer se recordó el Día Mundial del Migrante, con la premisa de que la migración es un derecho humano, instando sobre todo a proteger a los niños que se ven obligados a dejar su patria por diferentes circunstancias.

En algunos países, las leyes sobre migración son duras e incomprensibles con los extranjeros, algunos porque consideran que van a delinquir, otros porque quitan el trabajo a los nacionales, o mienten sobre las razones por las que viajan, ya que van supuestamente a realizar turismo, pero se quedan a vivir.

El problema es que cuando no hay recursos para migrar, la gente se mueve de manera ilegal, transitando por pasos no autorizados, lo que fomenta la aparición de traficantes y tratantes de personas, que lucran con la necesidad de las personas.

Mucha gente se va de su país en busca de una mayor calidad de vida, de un trabajo mejor remunerado, y en general buscando una mejor vida, sobre todo para sus hijos. Mientras unos huyen de la pobreza, otros se van por culpa de los conflictos o grupos armados, las mafias o pandillas que amenazan sus vidas y el futuro de sus hijos.

En algunos lugares las reglas son más flexibles, porque se entienden las razones que llevan a las personas a moverse, porque a cualquiera le puede pasar una desgracia que le obligue a dejar su lugar de origen.

Existen activistas de derechos humanos y organizaciones que trabajan por sensibilizar a los gobiernos y a los mismos ciudadanos respecto a la migración, ya que muchos ven a los extranjeros como una amenaza, con desconfianza o, desde los complejos, se los toma por delincuentes, por vagos y los desprecian.

Todo ese desprecio, racismo o discriminación hace que los ciudadanos de un país vayan desde la indiferencia por la situación de los otros, hasta la explotación y la violencia contra los extranjeros, sobre todo contra aquellos que se mueven sin papeles, es decir de manera ilegal.

Estas razones llevan a los organismos a buscar soluciones, se busca la inclusión, la comprensión y una mayor calidad de vida para esas personas. Sobre todo, la situación de los refugiados es complicada, porque muchas veces no se los puede deportar o devolver a su país de origen, y son personas con baja autoestima, además que claramente se los maltrata y discrimina, lo cual daña sus emociones.

Las personas que se topan con migrantes, deben practicar la compasión y la empatía, mientras que los extraños deben tener paciencia y comprender que es de humanos el hecho de desconfiar de lo que no se conoce, y que muchos los van a mirar con desconfianza, pero lo que sí deben evitar es que se los maltrate y si viajan con niños, deben procurar, a toda costa, su protección.