Los hombres y mujeres eran simples objetos que se vendían según la codicia y la ambición de sus dueños; vendidos, eran como animales sin derecho alguno y con todas las obligaciones que se pudieran imponer a persona alguna. Si se les maltrataba, no poseían derecho alguno a la protesta y a la defensa judicial; se les podía maltratar sin alimentos ni bebidas; se abusaba sexualmente de ellos en cuanto eran propiedad ajena. Afortunadamente desaparecieron los tiempos de tales esclavitudes.
Sin embargo, en la sociedad actual existen otras formas no menos punibles de esclavitud. Recientemente, con motivo del Día Mundial contra la Esclavitud Infantil, que se celebró el 16 de abril, “organismos misioneros y ONG internacionales han denunciado la presencia en todo el mundo de unos 400 millones de niños que viven en condiciones de esclavitud. Muchos de ellos trabajando en la fabricación de productos que después se comercializan en Europa y el resto de Occidente”.
La Conferencia Española de Religiosos ha denunciado detalladamente los lugares donde ese fenómeno de los niños-esclavos está muy extendido, citando ejemplos de la explotación de niños y niñas en la industria del ladrillo, como en India y Afganistán, o la fabricación de fuegos artificiales en China, la fabricación de piezas para automóviles en el Brasil, o en las minas de Sierra Leona o el Congo.
La descripción es tétrica, mas real, porque aparecen denunciadas diversas formas de esclavitud actual: hambre aumentada, analfabetismo que no se retira, irrupción y esclavitud de toda persona mediante los medios de comunicación social, ideologías atacantes entre sí, conflictos políticos y de fronteras, guerras crueles en varios países y siempre la amenaza de una guerra nuclear que podría destruir el mundo entero.
El Concilio Vaticano II explicó la existencia y la dimensión de esta impalpable y real esclavitud de la siguiente manera:
“Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico, y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbres los que no saben leer ni escribir.
Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica.
Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, económicas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y, ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo.
Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, aún las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías.
Se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus” (Gaudium et spes, 4).
Evidentemente, aún no se ha acabado del todo esta esclavitud: hay secuestros colectivos de niños a los que se vende para que sean carne de prostitución. Aumenta la trata de los niños, robados o no, y vendidos a peso de mercancía. Se comercia con órganos humanos arrancados con crueldad contra la voluntad de sus dueños. Hay que admitir que esta esclavitud es solapada.
Ha denunciado en 2011 un reportaje de la BBC Mundo el fenómeno de los “esclavos urbanos” en Brasil, inmigrantes bolivianos que son sometidos a trabajos en condiciones infrahumanas, atrapados en los talleres de costura de los fabricantes de ropa.
Benedicto XVI en varias oportunidades se ha referido a esas “nuevas esclavitudes”. En su carta encíclica “Caridad en la Verdad” (Nº 76), señala: "Las nuevas formas de esclavitud, como la droga, y la desesperación en la que caen tantas personas, tienen una explicación no sólo sociológica o psicológica, sino esencialmente espiritual. El vacío en que el alma se siente abandonada, contando incluso con numerosas terapias para el cuerpo y para la psique, hace sufrir. No hay desarrollo pleno ni un bien común universal sin el bien espiritual y moral de las personas, consideradas en su totalidad de alma y cuerpo".
Son consecuencias de ambiciones no frenadas, de odios y antipatías fomentados, de venganzas y violencias sin control. Falta la Paz de Cristo, que fomenta el perdón, el respeto a la dignidad de toda persona, el anhelo de repartición de los bienes; sobre todo, la mirada permanente al Cielo, el Reino donde desaparecerá toda injusticia y violencia y reinarán el amor mutuo, la solidaridad y el anhelo de vivir según los designios de Dios.
(*) Director Nacional Pioneros de Abstinencia Total
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