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Domingo 05 de diciembre de 2021

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Revista Dominical

“San Andrés no es un santo, sino un demonio de la lluvia”, Monast.

La fiesta del Apóstol San Andrés

05 dic 2021

Por: Nestor Suxo Ch.

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Para encontrar algo de sentido, aunque brevemente, a la afirmación “San Andrés no es un santo, sino un demonio de la lluvia”, según el sacerdote Jacques-Emile Monast, iniciamos esta relación de datos consultando el Apéndice documental de 1784 intitulado Supervivencia colonial de una ceremonia prehispánica.

El mes de noviembre, en la cosmovisión andina, al igual que otros meses, marca una figura simbólica trascendente a la que Guamán Poma denomina Aya Marcay Quilla [mes de llevar difuntos] y que contemporáneamente la iglesia católica la contextualiza como “Todos Santos”.

DESENTERRAR CADÁVERES

Nos situamos en los años de 1784, en la villa de Oropesa, Cochabamba, fundada en 1571, en la que “la ciudad estaba compuesta por 6368 españoles, 12980 mestizos, 1600 mulatos, 175 negros y 1182 indios.”

En el documento citado de 1784 escrito por el procurador del cabildo de Cochabamba, Francisco de Viedma, solicitaba al Marqués de Loreto, virrey de la Plata, suspender una ceremonia arraigada por la “plebe” de desenterrar los cadáveres del camposanto cada 29 de noviembre para luego al día siguiente enterrarlos dentro de la iglesia, todo principiaba cuando la plebe, cargados de cántaros de chicha, coca e instrumentos de azadones procedía al desentierro de cadáveres sepultados en el año sin considerar la fetidez “de dichos cadáveres, que los más ordinariamente se hallan frescos” así se tiene que: “el día veinte, y nueve de nobiembre, y treinta del mismo, en que se celebraba la festividad del Glorioso Apóstol San Andrés, se desentierren los cadáveres, y huesos del Campo Santo, ó sementerio de la Yglecia Matris, y de la del Convento de nuestro Padre San Juan de Dios, y se introducen alo interior de dichas Yglecias.” (sic)

Claro que sí, esta ceremonia de desenterrar a los muertos estaba calificada de desórdenes y corrupciones contra la fe de la iglesia, pues aquellas ceremonias estaban no solo acompañadas de chicha, coca y aguardiente sino también de “parages sin reserva de sexsos”.

En el fondo, todo el proceso ritual del desentierro de los cadáveres implicaba el culto a los muertos mismo que se manifestaba en llevar el cadáver a las casas de los familiares o bien a la casa de los alféreces; unas veces todo el cadáver y otras solo el cráneo para velar toda la noche adornándolos con guirnaldas de flores y cuya finalidad ritual era según se detalla de que las “Almas gozan la predestinación, y que con ellos hazen milagros: Que al siguiente día treinta del referido mes, vuelven á traer á la Yglecia”.

En el día 30 de noviembre la ceremonia de los muertos se completaba con una procesión que partía de la casa hacia la iglesia, cuyo recorrido cruzaba la plaza principal de la villa de Oropesa, actividad organizada y precedida por el Alférez que llevaba el distintivo de los “pendones, un sacerdote que hace de Preste con capa negra, y dos con sus dialmáticas”; asimismo sacaban cadáveres que estaban dentro la iglesia para adornados de igual manera con guirnaldas de flores.

Una vez enterrados nuevamente los cadáveres dentro la iglesia hasta después de la una del día 30 de noviembre, familiares e invitados continúan con el ritual traducido en rezos, bailes, acompañados con muchas velas y con abundante chicha para despedir a las almas en el atrio de la iglesia.

Este contexto de ritualidad al muerto significaba para la iglesia una “barbaridad”, “una especie de culto”, una “festividad idolátrica” que según, Carlos Sequeira, uno de los (cinco) testigos que declara ante el Gobernador Francisco de Viedma que se trataba de un acto ritual milenario, es decir, que no era novedad, por el contrario, en tales días se acostumbraba desde tiempo inmemorial esta “concurrensia para desenterrar los muertos sepultados en el Campo Santo de un año, para otro, ya con motibo de parentesco carnal, ó espiritual.”

RITUALIDAD DEL AGUA

Como se va discurriendo a partir de los testimonios de informantes que han observado o participado del ritual al muerto celebrados los días 29 y 30 de noviembre se está pues ante una ceremonia prehispánica del pedido de agua fundamentalmente para las chacras; una ritualidad anclada en la memoria milenaria que, de inmediato, nos remite a la proposición de Guaman Poma, noviembre Aya Marcay Quilla; no sin antes decir que los ruegos en procesión para implorar agua al dios runacamac comenzaban en el mes de octubre: “En este mes sacan los defuntos de sus bóbedas que llaman pucullo y le dan de comer y de ueuer y le bisten de sus bestidos rricos y le ponen plumas en la cauesa y cantan y dansan con ellos. Y le pone en unas andas y andan con ellas en casa en casa y por las calles y por la plasa y después tornan a metella en sus pucullos, dándole sus comidas y bagilla al prencipal, de plata y de oro y al pobre, de barro. Y le dan sus carneros y rropa y lo entierra con ellas y gasta en esta fiesta muy mucho.” (sic)

Así pues, se tiene entonces indicios desde la época prehispánica el ritual de pedir agua mediado por los muertos a los cuales, en el caso que nos ocupa, se los rendía culto en procesión por la plaza central de la villa de Oropesa cuando mujeres y hombres portaban cadáveres y/o cráneos disecados o no “sobre un pañuelo, con guirnaldas de flores, y llenos de éstas los cóncabos de los ojos, narices, y boca, porque según sus idólatras… los creían en el estado de predestinados á las Almas de éstos, y que con igual ceremonia se conducían algunos cuerpos de los que iban en el féretro.” Tanto culto a los muertos que incluso se bailaba “cargados á las espaldas los huesos, para que también se festegen, y alegren los difuntos”.

Asimismo, se describe que dentro de las iglesias se tenía un altar destinado a las Ánimas, permitida por los señores curas, lugares ceremoniales para los ruegos con llantos para pedir agua, pero también ruegos a las Ánimas para lograr sus predestinaciones “Gloriosas, que harán milagros con los obsequiantes, y guardarán sus casas, con otros pensamientos de esta naturaleza” eran así peticiones que se realizaban con todo “anathismo con nombre de piedad”, pues octubre y noviembre son tiempos críticos de espera en el calendario agrícola por el agua.

CEREMONIAS SIN EL APÓSTOL SAN ANDRÉS

Si bien en el Apéndice documental de 1784 y en cuyo primer párrafo refiere “la Víspera del Glorioso Apóstol San Andrés” como preludio a su festividad; sin embargo, según los relatos que hacen al proceso ceremonial la imagen de San Andrés no forma parte de aquellas procesiones de “yndios” ni descripción alguna donde se recoja un salmo, cántico o novena como debe ser en el día de San Andrés, entonces se induce que aquellas plegarias no eran sino para implorar agua, por lo que da lugar también a sostener que la festividad de San Andrés, en el mundo ceremonial de los muertos, es una coincidencia de fechas, o con el devenir del tiempo sea una imbricación o bien cierta transfiguración ritual.

En todo este fenómeno sociocultural de la ceremonia a los muertos, la pregunta de rigor: ¿cuál el lugar que ocupa el apóstol San Andrés en la festividad de San Andrés?

Hoy, sabemos que en las fiestas de los santos existe todo un proceso ritual solemne, pero resulta que precisamente en la fiesta de San Andrés no hay imagen del apóstol ni vísperas ni procesiones; es más, la ceremonia ritual festiva en algunas comunidades del occidente orureño no se celebra en una iglesia, por el contrario, explica Monast en Los Indios Aimareas (1972) “toda la ceremonia se desarrolla en las montañas”; similar ritual ocurre también en algunos pueblos de la provincia Inquisivi donde el ritual de la siembra del agua se hace en los cerros al compás de la mozeñada.

Todo indica según nuestra hipótesis que es a partir de aquella ritualidad de llevar muertos el principio ritual del cuidado, protección, siembra y crianza del agua, no se olvide que en el mundo andino existen básicamente temporadas climáticas en el año, el tiempo seco, el de lluvia, humedad y del frío; el tiempo dialéctico entre vivos y muertos y; no por ello, hoy es ajeno que los nevados, manantiales, ríos o lagunas sean fuentes de veneración u ofrendas donde el hombre (chacha-warmi) se arrodilla solemne y dignamente para dialogar con la naturaleza mediado por el rito para pedir vida, es decir, agua.

Algo más, motivado por la identidad cultural o por esa suerte de transfiguración ritual, si supuestamente “San Andrés no es un santo, sino un demonio de la lluvia” es; no obstante, un demonio de la lluvia en tanto simboliza, al igual que aquellos rituales prehispánicos por la lluvia, la expresividad comunitaria de convivencia con la naturaleza. Cómo sería el mundo sin el agua.

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