Libia representa una tragedia largamente programada por lo que se llama Occidente civilizado, el producto de una muerte paulatina llamada “democracia”, la que se inscribe con dos aristas igualmente peligrosas: el bien de la Humanidad disfrazado en la perfidia y el mal violento y falaz. Tras la caída del régimen de Gadhafi hace varios meses, los problemas en ese país están lejos de disminuir y se multiplican. El descontento de la población con el Consejo Nacional de Transición (CNT) aumenta, en la idea de que estos meses son cruciales para el futuro de Libia. Los “vencedores” hablan de derechos cuando los conculcan cotidianamente.
El nuevo borrador constitucional no cambia excesivamente el papel del género femenino en las instancias del poder. De hecho, en el futuro Parlamento se planea limitar la participación de las féminas a un 10%. Por su parte, el primer discurso del nuevo gobierno dejó el horizonte de las libias cargado de incógnitas. El jefe del Consejo Nacional de Transición, como si se tratara de una recompensa a los insurgentes, declaraba la flexibilización de las reglas de la poligamia: cualquier ley que se oponga a los principios islámicos queda suspendida legalmente. Durante los 42 años que duró el régimen de Gadhafi, la mujer avanzó sustancialmente en su emancipación. Al contrario de lo que sucede en algunas otras naciones musulmanas, las libias han podido caminar sin velo, conducir vehículos, ir de compras o divorciarse. Hasta el inicio de la guerra civil, 6 de cada 10 estudiantes eran mujeres y el 25% de las libias formaba parte de la fuerza laboral de su país.
Ante la ausencia de un Ejército nacional organizado, las milicias han aprovechado el caos para imponer su ley en el nuevo proceso político libio: despliegan puntos de control en distintas urbes y se encargan de la seguridad ciudadana, pero además vigilan puntos estratégicos como las plantas petrolíferas o las fronteras. El vacío militar y de justicia está dejando un saldo de desaparecidos entre los que pelearon del lado del ex líder libio.
Pero la preocupación reina no solo entre aquellos que apoyaron a las tropas gadhafistas, sino también entre los propios ciudadanos que apoyaron a los rebeldes pero ahora creen que es el momento de dejar las armas y crear un Ejército único para evitar arbitrariedades. Recientemente en Sirte, la ciudad natal de Gadhafi y su último refugio, fueron encontrados los cuerpos ejecutados de 267 supuestos partidarios del líder libio, según declara el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). La mayoría de las víctimas fue asesinada con disparos en la cabeza.
“Hay serias sospechas de que la muerte de Gadhafi pueda ser un crimen de guerra”, declaró el fiscal del Tribunal Penal Internacional (TPI) de La Haya Luis Moreno Ocampo. Este penalista señaló que la muerte del ex líder libio “es una cuestión que hay que aclarar”, a pesar de que aprobó su enjuiciamiento. Asimismo dijo que había enviado al Consejo Nacional de Transición (CNT) libio una carta solicitando información sobre sus planes para investigar los posibles crímenes de guerra, incluyendo aquellos que son cometidos por los rebeldes. Las nuevas autoridades libias tendrían que haber dado su respuesta antes del 10 de enero de 2012, cosa que no hicieron.
Según un informe de la ONU, miles de personas han sido detenidas y encarceladas en instalaciones controladas por las “brigadas supuestamente revolucionarias”. Entre los detenidos hay extranjeros, mujeres y niños, y se informa de supuestos casos de abusos y tortura. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, señala que los prisioneros políticos del régimen de Muamar Gadhafi han sido liberados, mientras que otras 7.000 personas están entre rejas extrajudicialmente debido a la “falta de policía y de justicia”. La organización defensora de los derechos humanos Amnistía Internacional ha presentado su informe denominado “La lucha por Libia: homicidios, desapariciones y torturas”. El documento aporta pruebas de numerosos crímenes contra los derechos humanos
Para finalizar, se hizo de Libia un país feudal, en el que el separatismo desintegrador se manifiesta abiertamente y donde líderes locales definen políticas nacionales forjadas en el tribalismo. Se destruyó un país moderno y la OTAN es culpable de su desgracia que representa la instalación plena del fundamentalismo musulmán cuyo protagonista fundamental es Al-Qhaeda. Las consecuencias pueden ser gravísimas para el futuro de la democracia en el Norte de África.
(*) Politólogo
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