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Domingo 15 de abril de 2012

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Cultural El Duende

¡Duende, duendecillo, por favor...!

15 abr 2012

Fuente: La Patria

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Dos hermanos, muy traviesos y engreídos, se quedaron cierta vez solos en la casa. Sus papás habían ido a una fiesta, de ésas que duran hasta la madrugada. De manera que se pusieron de acuerdo para hacer una serie de travesuras y tomaduras de pelo a... Cachirulo, su pobre y abnegado perrito, que aguantaba toda clase de juegos torpes y jalones de orejas, que a veces lo hacían gemir de dolor. Inclusive cabalgaban sobre su lomito, como si fuera un caballo. Cachirulo soportaba todo con una paciencia tremenda; parece que los perritos tienen un sentido del humor muy grande y además, se dan cuenta, que los niños, los maltratan a menudo sin querer y por esta razón no se quejan ni tampoco los muerden.

No obstante, a los chicos les salió el tiro por la culata, ya que así de irse sus papás a la fiesta, empezaron a oír ruidos en la casa, que era muy grande y a esa hora estaba bastante oscura y silenciosa. Encendieron las luces en toda la casa, pero esto no amainó su temor, todo lo contrario, parecía que los ruidos aumentaban y, aparte de todo esto, empezaron a oír unos chirridos y luego unos aullidos. Los dos hermanitos nunca habían estado tan serios ni tan tranquilos. Estaban literalmente temblando de miedo, sentados al borde de la cama, bien al borde, como queriendo saltar y escapar de aquella situación en cualquier momento. “Sabes, ya el papá me contó alguna vez que esta casa era algo pesada”, dijo el hermano mayor, con voz casi imperceptible. “¿Significa que la casa pesa toneladas?”, preguntó el hermanito inocentemente. “No, no seas ingenuo”, contestó el mayor. “Lo que pasa es que así se llama a las casas donde dice que hay fantasmas, gnomos, duendes y seres así, que salen a pasear por la noche”, explicó el mayor, hecho al sabiondo. “Ah”, dijo el menorcito, arrimándose un poco más a su hermano. “¿Y por qué sólo de noche?”. Esta pregunta ya no pudo ser respondida por el hermano mayor, ya que en ese momento, escucharon un aullido tremendo y un gemido bárbaro, que venía de la puerta de la cocina. Los dos se abrazaron con todas sus fuerzas y pegaron un grito, pero al no escuchar más que una serie de gemidos lamentables que no cesaban, afinaron sus oídos y ambos gritaron al unísono: “¡Cachirulo!” “Tenemos que ir a ver qué está pasando con él. ¡Vamos!” sugirió el más grandecito, pero el chiquito no se movía. Estaba paralizado de miedo. “¡Vamos ya!” ordenó el hermano mayor, “o te quedas aquí solito”. Como el pequeñito no quería quedarse solo en el cuarto por nada del mundo, se levantó y se aferró al brazo de su hermano, quien ya enfilaba en dirección a la cocina. Cuando entraron, vieron como el pobre de Cachirulo tenía la cola aprisionada en la puerta, que justamente, en el momento en el que él quería entrar a la casa, se le cerró, presionando como estampilla su, ahora, adolorida colita. Inmediatamente los dos facinerosos abrieron la puerta, dejando en libertad de movimiento al sufrido de Cachirulo. Los chicos se rieron y mostraron su alivio al ver que no había ningún duende en las cercanías.

Retornaron a su dormitorio y en eso, el mayor recordó que su papá le había contado una vez que el duende de la casa era bastante obediente y si uno le daba una orden, él la cumplía sin objetar. Concordaron, además, que ésa sería una buena manera de saber si el dichoso duende existía realmente o no. “¡Los adultos mienten tanto que ya no hay cómo creerles nada! ¡Hagamos entonces la prueba!” dijo el mayorcito entusiasmado. “De acuerdo, pero ¿qué quieres ordenarle...?” preguntó tímidamente el más pequeño. “Algo muy sencillo. Le diré que si realmente está ahí, abra la puerta de nuestro dormitorio” y terminando de decir esto último, le ordenó al duende que abra la puerta, recordando con mucho esfuerzo la fórmula que hace algún tiempo le había indicado su padre: “Duende, duendecillo, abre la puerta, por favor”. Lo de “por favor” era terriblemente importante, porque según le contó su padre, éste era un fantasma de alguien que en su época fue un noble y aristocrático caballero. Esperaron un buen y largo minuto, en total y completo silencio, con los corazoncitos que se les saltaban del pecho, traspirando, respirando apenas y... no ocurría nada. “¿Ya ves? Yo te dije, puras mentiras”, se jactó el mayor, pero no había acabado de decir esto, cuando, créanlo o no... la puerta se abrió. ¡Sí, señor, la puerta se abrió!

“Y, ahora, ¿qué vamos a hacer dijo temblando de pies a cabeza el menorcito. “¡Quédate tranquilo! Déjame pensar”, dijo el mayor, haciéndose el valiente, aunque de muy buena gana hubiera preferido ir corriendo al baño... ustedes ya saben... ¿no? Sin embargo, a pesar de lo paralizado de miedo que estaba, su cerebro siguió funcionando y dijo: “¡Le voy a ordenar que se convierta en algo visible, así podremos luchar contra él. Sin verlo, la cosa es difícil y él tiene muchas ventajas porque puede estar donde quiera en este cuarto y nosotros no lo vemos”. “Cierto”, respondió el chiquitín, ya algo más animado con las palabras de su hermano.

Entonces el hermano mayor se armó de valor y dijo: “Duende, duendecillo, por favor, conviértete en un gato”. Y he ahí que en el dormitorio apareció maullando un gato negro, horroroso y grande. El apacible de Cachirulo, que estaba debajo de la cama, empezó a olfatear y a gruñir. Salió de su refugio y se enfrentó a un ágil gato que se le venía encima con toda su ira y agresividad, con los dientes y garras enormes. Cachirulo no acababa de comprender la situación, ni tampoco entendía cómo apareció en el dormitorio personaje tan malvado y furioso... Únicamente su instinto de conservación hizo que se defendiera como mejor pudo y empezó también a ladrar, gruñir y morder a diestra y siniestra. “¿Cómo no pensamos en eso? Debo ordenarle inmediatamente que se convierta en algo que no sea precisamente el enemigo de Cachirulo”, gritó desesperado el muchachito. “Duende, duendecillo, por favor, conviértete en una... flor”, alcanzó a balbucear lo más rápidamente que pudo, para salvarle el pellejo a su Cachirulo, al que, a pesar de todas las tonterías maliciosas que le hacían, querían muchísimo. Con la velocidad de un rayo, el gato negro y feo se convirtió en una hermosa, delicada y perfumada flor. Ahí estaba, inmóvil, frágil y silenciosa sobre el piso. Los niños respiraron aliviados. ¡No podían creer todo lo que habían vivido!

Estaban agotados y se dieron cuenta de que tenían sueño. Pero… en ese momento… se abrió la puerta intempestivamente y los dos pegaron un grito que se escuchó con seguridad en todo el barrio. “Pero, ¿qué les pasa? Soy yo, su papá”. Los niños corrieron y se abrazaron a su padre. “Papi, papi, ¿sabes…?” el chiquito estuvo a punto de contar todo. “Shhh”, dijo el mayor, formando una cruz con el dedo índice y sus labios en señal de que no hiciera ningún comentario, “vamos a dormir, pero antes tengo que poner esta flor en un florero”. “¿De dónde la tienes?”, quiso saber la mamá que acababa de entrar al dormitorio. “Hmm, no sé, creo que Cachirulo la trajo del jardín”, dijo el hermano mayor, guiñándole un ojo a su hermano para que no lo delatara…

Gladys Dávalos Arze. Oruro.

Académica de la Lengua.

Fuente: La Patria
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