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Domingo 15 de abril de 2012

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Cultural El Duende

El nido

15 abr 2012

Fuente: La Patria

Poética del espacio

En una frase breve Víctor Hugo asocia las imágenes y los seres de la función de habitar. Para Quasimodo, dice, la catedral había sido sucesivamente el huevo, el nido, la casa, la patria, el universo. Casi podría decirse que había tomado su forma lo mismo que el caracol toma la forma de su concha. Era su morada, su agujero, su envoltura… se adhería a ella en cierto modo como la tortuga a su caparazón. La catedral rugosa era su caparazón. Eran necesarias todas esas imágenes para explicar cómo un ser desgraciado toma la forma atormentada de todos esos escondites, en los rincones del complejo edificio. Así, el poeta, por la multiplicidad de las imágenes, nos vuelve sensibles al poder de los distintos refugios. Pero añade en seguida a las imágenes que proliferan un signo de moderación. Es inútil –prosigue Hugo– advertir al lector que no tome al pie de la letra las figuras que nos vemos obligados a emplear aquí para expresar ese acoplamiento singular, simétrico, inmediato, casi consustancial de un hombre y un edificio.

Por otra parte, es muy notable que incluso en la casa luminosa la conciencia del bienestar suscite las comparaciones del animal en sus refugios.

El pintor Vlaminck, viviendo en su casa tranquila escribe: El bienestar que experimento ante el fuego cuando el mal tiempo cunde, es todo animal. La rata en su agujero, el conejo en su madriguera, la vaca en el establo deben ser felices como yo. Así el bienestar nos devuelve a la primitividad del refugio. Físicamente el ser que recibe la sensación del refugio se estrecha contra sí mismo, se retira, se acurruca, se oculta, se esconde.

Buscando en las riquezas del vocabulario todos los verbos que traducirían las dinámicas del retiro, se encontrarían imágenes del movimiento animal, de los movimientos de repliegue que están inscritos en los músculos. ¡Qué suma de seres animales hay en el ser del hombre! Nuestras investigaciones no van tan lejos. Sería ya mucho si pudiéramos dar imágenes válidas refugio, demostrando que al comprender dichas imágenes las vivimos un poco.

En el mundo de los objetos inertes, el nido recibe una valuación extraordinaria. Se quiere que sea perfecto, que lleve la marca de un instinto muy seguro. Nos asombramos de ese instinto, y el nido pasa fácilmente por una maravilla de la vida animal. Tomemos en la obra de Ambroise Paré un ejemplo de esa perfección tan ensalzada: La industria y el artificio con que todos los animales hacen su nido, son tan grandes que no es posible mejorarlos, hasta el punto que superan a todos los albañiles, carpinteros y constructores; porque no hay hombre que haya sabido hacer para él y sus hijos un edificio tan pulido como el que estos pequeños animales hacen para ellos, tanto que tenemos un proverbio que dice que los hombres saben hacerlo todo excepto los nidos de los pájaros.

La lectura de un libro que se limita a los hechos, reduce bien pronto este entusiasmo. Por ejemplo, en la obra de Landsborough–Thomson, se dice que los nidos están con frecuencia apenas esbozados, y a veces terminados de cualquier modo. Cuando el águila dorada anida en un árbol, levanta a veces un enorme montón de ramas al cual añade otro todos los años, hasta que todo este andamiaje se derrumba un día bajo su propio peso. Entre el entusiasmo y la crítica científica, encontraríamos mil matices si siguiéramos la historia de la ornitología. Pero no es ése nuestro tema. Indiquemos solamente que sorprendemos aquí una polémica de los valores que deforman a menudo ambos aspectos de la realidad. Podemos preguntarnos si esa caída, no del águila, sino del nido del águila, no proporciona al autor que la describe la pequeña satisfacción de ser irreverente.

Gastón Bachelard. Filósofo francés, 1884-1962

Fuente: La Patria
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