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Domingo 15 de abril de 2012

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Cultural El Duende

Desde mi rincón

Permisivismo

15 abr 2012

Fuente: La Patria

TAMBOR VARGAS

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No es secreto para nadie que vivimos en una época permisiva, fruto en último término del individualismo; y éste, a su vez, del subjetivismo rampante. Podríamos señalar una fecha: ‘1968’, como emblema consagratorio de un largo proceso en esa dirección, una de cuyas fuentes nos llevaría tan lejos como Rousseau…

¿Cómo podríamos definir ese permisivismo? Dando por buena la ‘bondad’ del género humano originario y deduciendo de ella la función maléfica y corruptora de la sociedad y de sus instituciones (la cultura como realidad irremediablemente artificial y antinatural; también, maquiavélico instrumento de ‘control social’), parecería que la autoridad está de más; y sus fundamentos de acción (el sistema legal), un abuso de funciones.

Y podríamos seguir por esta vía y llegaríamos al Foucault estudioso del ‘satánico’ sistema carcelario; y Foucault también ha llegado a Bolivia por medio de una varita mágica llamada Blattmann, a quien debemos parte de la responsabilidad de que la ‘(in)seguridad ciudadana’ o, simplemente, la delincuencia se haya transformado en el coco de buena parte de los ciudadanos. Y a pesar de ello, nunca había habido tantas voces permisivistas como en estos últimos tiempos. ¿Sistema carcelario ‘satánico’? El permisivismo se contenta con taxarlo de ‘ineficaz’; pero no sería verdadero permisivismo si no llegara al sistema legal de una sociedad. Y algo ineficaz debe abolirse, pues demuestra su impertinencia; y lo ineficaz e impertinente debe, naturalmente, eliminarse. Caso contrario todos pecaríamos de ‘fariseísmo’; o de terco ‘fundamentalismo’.

Un campo predilecto de la presente oleada permisivista es el de la delincuencia narcótica, en sus dos caras: tráfico y consumo. Los ‘permisivistas’ parten de la existencia de una población consumidora de drogas; si algo existe, ha de tener una ‘razón de ser’ (otros la verán, incluso, como víctimas de otros verdaderos culpables menos visibles); y si tiene una razón de ser, debe respetarse. Y pasando a la geopolítica, los países productores rechazan los ataques transfiriéndolos a los consumidores, pues –según esta ‘teoría’– no habría productores si no existiesen consumidores. Y ya tenemos entablada la polémica bizantina, pero ‘anti-imperialista’ sobre la prioridad del huevo o la gallina.

Si vamos al meollo de las tesis permisivistas, podemos preguntarnos: ¿basta que algo exista para que tenga ‘derecho’ a existir y, por ello, merezca ‘respeto’? Y ¿basta que alguien desee algo para que la sociedad deba facilitárselo? Ni siquiera los permisivistas se atreverían a generalizar tal forma de razonar: prefieren limitarlo a algunas zonas. Y la de la droga ocupa, entre ellas, lugar de privilegio.

Últimamente vienen echando mano de un argumento pragmático: si la lucha contra el cultivo y el tráfico de ‘sustancias controladas’ no ha logrado sus presuntos objetivos, quiere decir que algo no ha funcionado bien. Y si algo no ha funcionado bien, en lugar de preguntarse qué es lo que no ha funcionado bien y cómo puede remediarse ese mal funcionamiento, prefieren proponer: ¿por qué, mejor, no dejamos de perseguir y castigar a quienes cultiven y trafiquen indebidamente con esas substancias? Así, sin complejos. Dejando de ‘penalizar’ esas actividades, por lo menos nos ahorraríamos un fracaso: el de su represión. Claro, al precio de ‘normalizar’ el gustito a la droga; y más de uno y de dos no se detiene ni un segundo en preguntar ¿acaso no permitimos el ‘consumo’ del tabaco o de las bebidas alcohólicas?

Puro rusonismo. No hace falta ser luterano para discrepar de aquella antropología: aparentemente encantadora, pero de hecho pérfidamente ingenua, que nos habla del ‘hombre inocente’ frente a una ‘sociedad corruptora’. Desde el paraíso fundante, no hay sociedad sin prohibiciones. ¿Bastará un acto voluntarioso e iluminado para derogar milenios de historia humana? ¿O nos ha tocado vivir una ‘nueva humanidad’, salida de un huevo tan ignoto como imprevisible?

Si lo ineficaz o pervertido debiera abolirse, ¿qué esperamos a suprimir figuras penales como el ‘robo’ o el ‘homicidio’ o la ‘estafa’, la ‘falsificación’, o el ‘fraude fiscal’, o el uso fraudulento de fondos públicos, o…, o…? O mejor, ¿por qué no suprimimos de una vez el Código Penal o el de Tránsito? Si la ley no prohibiera nada, ¿para qué leyes? Y ¿no viviríamos mejor? ¿Puede haber alguien con dos dedos de frente que se atreva a invitarnos a tamaño despeñadero? Y si el permisivismo es realmente así, ¿por qué regla de tres habríamos de querer salir del ‘prohibicionismo’? Es como si las ‘imaginarias’ virtudes del ‘hembrismo’ autorizaran a condenar las ‘reales’ maldades del machismo (uno y otro clones recíprocos). O como si los pobres ‘buenitos’ pudieran enseñar a vivir bien a los ‘malvados’ ricos…

Un poco de realismo no haría daño a nadie. Y establecida la necesidad de poner coto a determinadas conductas (con la consabida premonición de castigo), dedíquense los responsables a instrumentar los procedimientos de la forma más eficaz. Pero la ineficacia nunca podría justificar una vuelta a fojas cero.

Fuente: La Patria
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