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Domingo 15 de abril de 2012

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Revista Dominical

Las esmeraldas del Padre Pedraza

15 abr 2012

Fuente: La Patria

Por: Vicente González Aramayo Zuleta

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Francisco Pizarro, Diego de Almagro y el padre Hernando de Luque suscriben un verdadero contrato de sociedad, para emprender la conquista de la tierras que aún desconocen, pero tienen la noticia de que al sur existe un gran imperio edificado sobre oro. Algunos historiadores sostienen que el sacerdote fue sólo intermediario en esta sociedad, de otro personaje que dio parte del dinero, permaneciendo en el anonimato. De todos modos, los socios comulgaron y luego del desayuno con chocolate batido y ensaimadas, suscribieron el documento en fecha 10 de marzo de 1526. Y así fue cómo partió del puerto de Panamá, la primera expedición, hacia el Mar del Sur. Luque no integraba el personal. Una multitud arremolinada sobre los tablones del puerto, agitando pañuelos blancos los despidieron. Muchos creyeron en la historia; para otros era sólo una quimera; la mayoría los compadecieron y los bendijeron. Las naves llevaban buen aprovisionamiento y la gente era heterogénea; aficionados a militar en barcos expedicionarios recogidos de cotarros de Panamá, licenciosos y de mal vivir y también ingenuos entusiastas y de buena cuna se habían acoplado en España, y en fin, parecía que había, no obstante en todos había buena voluntad. Sabían todos que arriesgaban el pellejo y no era como ir de paseo. En la expedición, naturalmente iba como capellán un sacerdote para asistir a los hombres en sus necesidades espirituales, confortarles en sus duras tareas, e incluso ayudarles a bien morir. Pizarro confiaba tanto en Ruiz, como en Montenegro, ambos, capitanes de las naves, respectivas, que iban como pilotos de la empresa y eran fogueados marinos, con buenos antecedentes y experiencia, sobre viajes, largos y aventurados.

En las dos expediciones no llegaron a ningún lugar. Llegaron a algunos poblados de gente primitiva, que vivían sin organización, e incluso alguna aldea donde encontraron antropofagia; pero, algunos de esos poblanos llevaban pequeños collares con cuentas alrededor de sus cuellos hechos con pepitas de oro. Consideraron muestras, dignas de enseñárselas el gobernador y a los socios.

Por fin. La última expedición partió el 6 de enero de 1531.Soportaron, como la primera vez, los avatares del tiempo, tormentas en el mar que tuvieron que capear, hostilidad de tierras duras, las plagas de alimañas, enfermedades y hambre. Sin embargo no faltaba el valor que Pizarro infundía con su optimismo obsesivo. Hubo veces en que la gente de la expedición mostró fatiga y desaliento y hasta pusieron a Pizarro contra la pared en actitud subversiva. Muchos deseaban vehementemente volver a Panamá, pero no había como hacerlo El cínico barbudo hacía uso de los mejores recursos retóricos para calmar a la chusma enardecida. Claro que entre la gente habían también caballeros sensatos, que apoyaban al capitán general, más por no empeorar las cosas.

En la primera expedición los españoles trajeron a las costas de América del Sur, algo que los hombres de este continente no conocían: la viruela. Esta peste, lamentablemente diezmó a la gente del incario, y atacó al propio Apu Inka, Wayna Kapac, padre de Waskar y Atahuallpa, quien falleció presa de alta fiebre y sórdidas erupciones cutáneas, características de esta peste. El emperador, poco antes de morir -señala Horacio Urteaga- en su libro “la destrucción de un imperio”, extrañamente nombró heredero del imperio a un tercer hijo, habido en una hermosa quiteña: Ninan kuyochi. Ya había dividido antes el poder entre sus hijos Atahuallpa y Waskar, y es por eso que la decisión postrera del Apu Inka, parece extraña tanto a su gente como a los españoles. Según su constitución, Waskar debió ser el único y legítimo heredero, por ser hijo de Arahuak Okllo, la mujer oficial, de Wayna Kapak. Claro que el emperador podía tener cien mujeres y muchos hijos, pero los tres nombrados fueron selectos, en función de las esposas y hermanas a la vez, y por su rango nobiliario. El príncipe fue buscado para concederle la maskaipaicha, pero llegó a Quito, cuando su padre, Wayna Kapak, ya había muerto. Era el año 1525. A los pocos días Ninan Kuyochi también falleció, atacado de la viruela. El chaski que le buscó había llevado el contagio y, éste, también murió. Este pasaje histórico del inkario tiene la calidad de antecedente nefasto, porque enseguida se desató la guerra civil entre Waskar y Atahuallpa, por la toma del poder del imperio, Atahuallpa fue el vencedor, después de una feroz sangría. Los vencedores hicieron, incluso, tambores con el pellejo de los vencidos. Poco después Waskar fue ejecutado, y a los pocos meses entraron los españoles en Cajamarca, donde estaba Atahuallpa dedicado al regosto y a la molicie.

Al principio y en las expediciones anteriores se integraba al personal de las naves un capellán, como se tiene dicho. Con la tercera expedición, vino el padre Reginaldo Pedraza, quien era de cultura esmerada y bien formado en ciencias de teología, teosofía, derecho canónigo, historia y otros conocimientos más, e incluso medicina. Su palabra era respetada. Estando detenidos en un pequeña aldea de indios no hostiles cerca de la desembocadura de un río, diéronse nuevos brotes de viruela, llevada hasta allí algún tiempo atrás, por los infames barbudos; el padre Pedraza curó a muchos, que no llegaron a morir.

-Estos indios tienen raras enfermedades- le dijo don Francisco Pizarro al padre Pedraza.

-No capitán- respondió el sacerdote- ; ésta es una peste europea, su nombre es viruela, y la trajimos nosotros en la primera expedición. ¡los indios no la conocieron jamás ¡…me precio de poder curar este mal, porque ya pude hacerlo en Sevilla, donde ejercí un poco la medicina, es por eso que puedo aliviar, e incluso curarlos. Empleo agua pura de ese río y tomo algunas hierbas que aquí encontré. Además, debemos convenir en el concepto de que nuestros hombre son poco afectos al baño, con jabón.

Aunque la peste mató a unos cuantos, pareció conjurarse. Se hallaban hacinados en covachas de barro de unos indios que no cejaban de mirarles con curiosidad. Ofrecían a los españoles bayas, papas cocidas y pescados asados. En suma, no pasaban hambre, y podían explorar cómodamente la región en busca de oro. Ya habían despojado a los nativos de sus pequeños collares de pepitas de oro, ellos dejaban hacerlo asustados y resignados. En su camino por mar y por tierra, los españoles chocaron también con otros barbaros hostiles, Hubo lucha, donde murieron también, soldados de Pizarro.

Mientras descansaban explorando el lugar del hermoso río de aguas cristalinas, aconteció entonces que encontraron en esas aguas, en medio de la arena, deslumbrantes piedras verdes, eran esmeraldas, muchas de ellas que los hombres recogieron y las enseñaron al padre Pedraza. Este buen cura conocía el valor de las esmeraldas, que eran dignas del collar de emperatrices y de reinas, pero los hombres de la conquista no. No les prestaron atención. El padre Pedraza aprovechó esa ignorancia supina de los hombres, y de la ausencia de Soto, Candia, Orellana y otros, que afortunadamente no estaban allí, en esa ocasión. Constituían un grupo de los que, debido a mejores conocimientos y cultura que los demás podían disputar. Para el resto de aquella chusma ignorante, eran apenas unos quijarros verdes. Sin embargo uno de los zafios le dijo al padre que conocía las esmeraldas, que había visto en España en el collar de una dama de casa grande. Este hombre le preguntó al padre si esas piedras verdes tenían algún valor; le respondió que eran bonitas , pero de poco valor,

- “Son durísimas”, insistió el hombre, se rompen-

-Si, se rompen- asintió el padre tomando una esmeralda del tamaño de una avellana, y poniéndola sobre una piedra grande, la golpeó con otra, y, naturalmente se partió, en varios pedazos-…son duras pero frágiles. Trataba el padre Pedraza de minimizar su valor para desorientar el interés que pudiera tener su interlocutor. Por fortuna el hombre se desvió más para cumplir lo encargado por el capitán. Buscar oro…oro…oro, mientras el cura se alzaba con una bolsa llena de esmeraldas.

En todo el tiempo que se hallaban en ese lugar pudieron encontrar pepitas de oro en el río. Las iban depositando en una bolsa; habían encontrado también diminutas pepitas de oro en los niños, que les miraban con curiosidad, se las quitaron. El interés de seguir encontrando vestigios del metal precioso, que al sol brillaba con esplendor, parecía ser un incentivo, para no moverse de allí.

-Tomad todas las que podáis encontrar, porque también debemos seguir nuestra marcha- ordenó con su vozarrón Hernando Pizarro que parecía vigilar, después las pesaremos, y no olvidéis que deduciremos de todo el sagrado Quinto Real. Eso distrajo a todos, mientras el padre Pedraza reunía en una bolsa las esmeraldas. Uno que otro de aquellos rudos hombres tomó una esmeralda, quizá de recuerdo.

Aconteció un día en que de pronto uno de los hombres entró en calentura y acusó los síntomas de la sórdida peste.

- Id a buscar al padre Pedraza- fue la orden.

Uno de los soldados corrió a su habitación y le encontró muerto. Extrañado miró todo el cuarto. Tomó la cruz de bronce bruñido, a la que creyendo que era de oro, la metió dentro de su jubón, vio la bolsa llena de esmeraldas, tomó una y dejó el resto. El hombre, atacado de la viruela murió al día siguiente. El padre fue enterrado allí mismo. Tomaron sus pertenencias los oficiales, y no como botín, pero nunca se sabe.

Dada la noticia de la muerte del capellán en Panamá, tuvo que ser reemplazado, y es así como enviaron conjuntamente con los bastimentos, al siniestro Vicente Valverde. Este fraile, era distinto a Pedraza, fraile mentecato; su fanatismo le hacía brutal. Físicamente bajo, regordete, ridículo y de caminar nada elegante. Nadie diría que era un representante de Dios, porque así lo proclamaba. Era desaliñado, y cuando había reuniones procuraba estar alejado de los demás, porque además no se bañaba.

Pizarro había concertado con Atahuallpa una entrevista en la plaza de Cajamarca, Podía el emperador ir con su séquito, pero los guerreros incas debían ir desarmados. Así sucedió, era como una compañía de soldados como escorpiones sin aguijones. Esta aceptación del Inka, a algo tan desfavorable, resulta curioso para los historiadores. ¿Por qué Atahuallpa aceptó tal trato?. Fue su perdición, a la conjura de Vicente Valverde, tronaron las bombardas y los mosquetes. Salieron los jinetes sable en mano, como rayos de la muerte, y al grito de “¡ Por Santiago y cierra España¡,”, hicieron una horrible carnicería, dejando la plaza de Cajamarca, cubierta por diez mil indios muertos. Por los españoles, en esta batalla, no hubo ni un muerto.

Había comenzado la conquista y la destrucción de un gran imperio.

No se sabe a ciencia cierta, que fue lo que sucedió con la bolsa de esmeraldas del padre Pedraza. Sin embargo, un sacerdote jesuita en el siglo XVIII, en Potosí tenía en su poder cuarenta esmeraldas. Refería que un antepasado suyo la había comprado de un indio peruano de apellido kesti. Cuando los jesuitas fueron expulsados de Potosí, volvieron a perderse aquellas hermosas piedras verdes.

BIBLIOGRAFIA

1.-HOUSE J.B. Atahuallpa, el hijo del Sol. Ed. de Ediciones Selectas. Bs. As-

2,-AGUIRRE LAVAYEN JOAQUIN, Mas allá del Horizonte.

3.- PRESSCOT, La Conquista del Perú

4.- URTEAGA , Horacio, La destrucción de un Imperio.

(*) Abogado, Miembro de Número de la Academia de Ciencias Jurídicas, ex dicente universitario de la UTO., Miembro de Sobode, Historiador, Escritor Nacional, Miembro de la Sociedad Geográfica y de Historia de Oruro, Cineasta

Fuente: La Patria
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