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Domingo 15 de abril de 2012

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Revista Dominical

Del amor de la mujer a Jesús

15 abr 2012

Fuente: La Patria

Por: Marlene Durán Zuleta - Licenciada en Comunicación Social - Poeta, escritora y compositora

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El evangelio, nos lleva a meditar y reflexionar sobre nuestro comportamiento cotidiano. Los salmos, Los proverbios, las epístolas de Juan, las cartas de Pedro, las Crónicas, lo melodioso del Cantar de los Cantares, todo reunido en el Antiguo y Nuevo Testamento.

Vemos, leemos y oímos sobre el Universo, que va perdiendo el eje para controlar las estaciones del tiempo y no reconoce la presencia de los árboles que aún se mantienen espigados a pesar de las tormentas o huracanes. Son signos que develan las señales, escritos de la sagrada Biblia que provocan interrogantes, dicho sea entre paréntesis, nos hallamos en una muestra a lo que vendrá después. Es decir si nuestro testimonio de vivir, es repetir el vocabulario, es un desatino. No permitir superarnos y languidecer ante la intolerable persistencia de dilatar nuestra fe, no podremos agradecer a la vida ni ser felices aún en nuestro descanso.

En estos periplos, debe incrementar los capítulos de alabanza, y arrepentimiento. Ahondar los lazos cultivados de nuestros principios que acumulamos cada día, los lienzos de arte sacro, las odas y los cantos gregorianos. Los diálogos de Jesús, su vida, esencia interminable de amor, ha servido para redimir a través de sus parábolas, la firmeza de la oración. Cuánta paciencia ha pasado y purificado a hombres que aún destilan resentimiento y no permiten que la luz del Salvador los ilumine, gozan y padecen habitando en la bruma.

¿Sabemos cuánto se ha leído sobre los versículos?

Está en la voluntad, el interés y vocación que cada persona posee, para maravillarse del libro sagrado, exacto en su lectura, sin duda la obra grande y única como la sagrada Biblia. Condensa la creación del orbe, glorifica a Jesús, está identificada y reconocida como la luz en las letras.

No obstante del entorno y la característica de la mujer, desde los tiempos del cristianismo se ha ungido de certidumbre, su fortaleza ha trasuntado en el espíritu. Convertida en el eslabón principal de la sociedad y la familia, como testigo desde la instauración, ha propagado el lenguaje, como expresión cotidiana, comunicación en ocasiones silenciosa hacia el Padre eterno. Jesús, caracterizado a predicar y convocar a decir con exactitud, nunca cesó esa reflexión, la verdad hará libres y la gloria será la formación de sueños y esplendor.

Platicar con el hijo de Dios para la samaritana que le dio agua para beber, fue exaltar y descubrir ese instante de haber servido, imborrable experiencia que seguramente se ha extendido hasta la eternidad.

La misericordia que poseía Jesús era interminable, enseñaba a través de ejemplos que el amor es igual de grande como la vida, cuando una mujer a la que todos acusaban de ser pecadora iba a ser lapidada por una multitud enardecida, él, generoso, capaz de absolver, preguntó el que estaba libre de vicio arrojara la primera piedra, no hubo uno solo de los acusadores que se atreviera a realizar esta acción. Jesús, no estaba para condenarla, sino para mostrar a la humanidad que el sentimiento puede hacer cambiar para bien.

Marta, cuya fidelidad hacia Jesús fue una enseñanza de lealtad, cuando su hermano Lázaro murió, ella junto a su hermana María corrieron para decirle que si el Maestro hubiese estado en ese instante de su enfermedad, no habría muerto. Consternado logró resucitarlo. Sabiamente respondió que sólo estaba dormido y que iba a despertarlo. “El que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”.

María Magdalena, leal en la palabra, veía impotente la crueldad con que era azotado el Nazareno, las llagas abiertas, la corona de espinas, cargando la pesada cruz. Fue testigo al descubrir que el santo sepulcro estaba vacío, Jesús bendito había resucitado para gloria de la humanidad.

Sin embargo, en el transcurso de los siglos, otras mujeres que no estuvieron precisamente en el tiempo de Jesús, acudieron infalibles a la voz interna, al pensamiento más lúcido de dedicarle todo el beneficio de sus letargos y sentimientos a Jesús.

Algunas santas, se aferraron a la palabra que reemplazaba la libertad por quedarse en el monasterio u otro espacio, ungidas de amor y devoción. Ahí en ese su santuario hallaron bienaventuranza, razón a su existencia, a través de sus misivas y escritos describían la presencia iluminada, el espíritu interno les daba fortaleza. Todo el proceso, el vía crucis que cada una vivió, fue honra y amor por Jesús. Conocidas y reconocidas, consideradas consagradas por vocación están:

Santa Teresa de Jesús (1515-1582), llega al mundo en Ávila España. Con su ejemplo, alienta y rescata a los indecisos, profundiza los sentimientos hacia Jesús. Demuestra su gratitud por la vida y toma el “hábito de Carmelita en la Encarnación de Ávila”. Se suma a las huellas y al resplandor de servir cuando enaltece” para quien crea que el fruto de la oración son los gustos y las consolaciones del espíritu avisa: “No está el amor de Dios en tener lágrimas… sino en servir con justicia y fortaleza de ánima y humildad”.

Nació en el Perú con el nombre de Isabel Flores de Oliva, llamada también Rosa de Santa María, conocida como Santa Rosa de Lima (1586-1617), “no tomó los hábitos eventuales”, construyó una ermita en el huerto de la casa de sus padres y su jornada era de oración, trabajo y escaso sueño.

Piedad, caridad y alegría de servir a sus semejantes, la transformó en convertirse como vínculo de amor que enalteció su entrega a Jesús. Se sometía a constantes ayunos, usaba en la frente una corona de espinas, tormentos y castigos corporales eran su diario vivir. “¿Cómo te amaré mi Dios? ¿Cómo te amaré mi Señor, siendo yo tu criatura y tú mi Creador?”.

Juana Inés de Asbaje Ramírez, nace en Nepantla, México el año 1648-1695. Mantuvo sus nombres, agregándosele el denominativo de Sor, por vestir los hábitos. A la muerte de su abuelo materno, Pedro Ramírez de Santillana, la persona que más amó, se deprime y abandona su hogar para emigrar junto a unos tíos maternos, hacia la capital. Pasan años y decide tomar “el velo en San José de las Carmelitas Descalzas, el 14 de agosto de 1667” tenía 19 años de edad.

Antes de contraer una peste, después de haber escrito varios libros de poemas, Villancicos, glosas, comedias, sainetes y prosa, ruega a Dios le mande el descanso, agotada, pide a otras monjas de su congregación, oren por ella. Fallece ya sin tormento, libre su espíritu de la celda vacía.

Esos diálogos secretos, purifican el cuerpo y alma. No se puede dejar ni negar de hablar del verbo, Jesús, es alfabeto, hoguera, alborada, latido, augurio, camino. En torno a su gracia gira todo, lo místico de su nombre, la prolongación de la vida en los hijos y otras descendencias. Él es lo absoluto de nuestro tiempo y para siempre, el hombre arrogante del espacio desafía a la naturaleza. Aún existen creencias que agonizan por falta de confianza, oquedad conservada por algún terco que no alcanza la orilla del pensador. Jesús, Invisible, con ojos que tienden a ver el fondo, el infinito del pensamiento y la arteria del corazón, provocará una suave brisa y sentiremos un aire que ha de refrescarnos la memoria.

Otras féminas poetas, con sus escritos espontáneos, ensayos coherentes, exigencias personales, han sido consecuencia heredada de principios, de una ternura invisible que termina en un salmo. Cómo dejar de concebir su misterio, el desvelo constante del alba y el crepúsculo, cuando la noche se enciende en la esfera que gira en el espacio. Él, pródigo, lúcido, afable, ha de observarnos. Pronunciar a diario el primer saludo de la mañana, desde nuestra ascendencia, ¡Buen día de Dios!, suena dulce al oído, reverencia que nos acompaña el resto de las horas.

Cierro los ojos, afuera llueve, parecen lidiar viento y truenos. Viene a esta fontana, Jesús el astro, el eterno horizonte.

Fuente: La Patria
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