Así nació GESTA BÁRBARA

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En 1918, Potosí trasuda literatura. Por lo menos ocho periódicos publican poemas e himnos de los vates de la época, dos biógrafos proyectan los últimos estrenos y las compañías de teatro, locales y foráneas, se turnan para presentarse en los escenarios, casi siempre colmados de público.

Los escritores del momento están trabajando en algunas de sus obras: Alberto Saavedra escribe el poemario “Devocionario íntimo”; Fidel Rivas trabaja en “Rimas de ensueño” y Armando Alba estaba concentrado en “Cuentos negros”. La Guerra del Pacífico es el tema que provoca mayor debate así que Alejandro Vera publica “Los problemas del Pacífico” y “Los estigmas de la época”. Entre los jóvenes con notorio talento está Carlos Medinaceli quien, para entonces, elucubraba un libro de cuentos y una novela que, en ese momento, llevaba como título provisional “Abrazos del terruño”.

Medinaceli, Dalence, Alba y un recién llegado, el peruano Arturo Peralta, se reúnen en noches de bohemia en las que se lee cuentos, declama poemas y se canta con la música de Armando Palmero. Con menos canciones y singani, otro cenáculo se aglutina en torno a Vera. Uno y otro publican dos revistas el mismo año, “Gesta Bárbara” y “La Palestra”. La primera marca el inicio de un movimiento cultural que se prolonga prácticamente a lo largo de todo el siglo XX y de la segunda apenas quedan algunos ejemplares dispersos.

Gesta Bárbara, el movimiento, fue el resultado de la feliz reunión de unos cuantos veinteañeros que coincidieron primero en el colegio Pichincha y después en noches de tertulia.

Ese fue el panorama en el que apareció el número 1 de “Gesta Bárbara”, el 16 de junio de 1918, y se convirtió en la base para el movimiento cultural que llevó ese nombre.

Gesta Bárbara es —sobra decirlo—, el más importante hito de la Literatura del siglo XX porque motivó movimientos similares, que hasta llevaron el mismo nombre, y fue la base para algunas de las más importantes obras de esa centuria.

Su aparición fue una proeza, porque se convirtió en la aventura de un grupo de veinteañeros, casi adolescentes, y ahora, con la distancia de más de un siglo, resulta cada vez más difícil comprender cómo fue que se mantuvo durante diez años pese a los problemas económicos que debió afrontar. Ahora sabemos, a la luz de la lectura de la colección completa, que Carlos Medinaceli se endeudó para mantener la revista y eso hace todavía más admirable su persistencia.

“La Palestra” era obra de jóvenes que, de una u otra manera, podían solventar su costo. Además, esta revista había introducido los avisos publicitarios como una manera de cubrir su costo. Medinaceli rechazó de plano ese método y, junto a sus bárbaros, decidió lanzarse literalmente por el arte.

Fue una barbaridad, pero ahora recordamos la gesta, más de un siglo después.

De “La Palestra” solo quedan el recuerdo y unos pocos ejemplares para los estudiosos…

(*) Es presidente 2018-2020 de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP).