Miercoles 24 de marzo de 2021

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Resulta imposible abstraerse de los penosos acontecimientos que se han sumado a la endemoniada pandemia que nos asola, haciendo cada vez más insoportable y difícil nuestra existencia, tanto como víctimas de un impensado, como sorpresivo contagio, o como víctimas propiciatorias de aquellos politiqueros que intentan sacrificarnos para obtener el favor y protección de sus dioses o jefazos.
Providencialmente, después de un año de padecer la peste china, que nos dejó un tendal de muertos, se vislumbra en el horizonte una serie de vacunas, eficaces o inciertas, pero que nos ofrece al menos, la esperanza de poder combatir el mal.
Sin embargo, será extremadamente difícil curar las cicatrices que este inesperado padecimiento nos ha deparado, como la desavenencia familiar, fruto del encierro casero obligatorio; o el alejamiento ineludible de entrañables amistades, como consecuencia del distanciamiento social forzoso, y que en varias oportunidades nos encaró hasta con el desenlace de la muerte, privándonos la asistencia a una sentida y muy desconsolada despedida.
Asimismo, el fantasma de la crisis económica siempre estuvo presente, como consecuencia del cierre de innúmeras fuentes de trabajo y producción, dejando a su paso miles de desempleados y un incremento desmesurado de la pobreza, daño que recién podremos evaluar, concluida esta calamidad.