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Francisco Brines - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Invitado


Domingo 31 de enero de 2021

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Cultural El Duende

Francisco Brines

31 ene 2021

Francisco Brines. Poeta español (Valencia, 1932). Premio Nacional de las Letras Españolas (1999); Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2010), Premio Miguel de Cervantes (2020). Ha publicado, entre otros, los poemarios: Las brasas, (1960), El santo inocente (1965), Palabras a la oscuridad (1966), Aún no (1971), Insistencias en Luzbel (1977), El otoño de las rosas (1986) y La última costa (1995).

LAMENTO EN ELCA

Estos momentos breves de la tarde,

con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés,

o el súbito posarse en el laurel dichoso

para ver, desde allí, su mundo cotidiano,

en el que están los muros blancos de la casa,

un grupo espeso de naranjos,

el hombre extraño que ahora escribe.

Hay un canto acordado de pájaros

en esta hora que cae, clara y fría,

sobre el tejado alzado de la casa.

Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos,

la llevo a mis cabellos,

porque es ella la vida,

más suave que la muerte, es indecisa,

y me roza en los ojos,

como si acaso yo tuviera su existencia.

El mar es un misterio recogido,

lejos y azul,

y diminuto y mudo,

un bello compañero que te dio su alegría,

y no te dice adiós, pues no ha de recordarte.

Sólo los hombres aman, y aman siempre,

aun con dificultad.

¿Dónde mirar, en esta breve tarde,

y encontrar quien me mire

y reconozca?

Llega la noche a pasos, muy cansada,

arrastrando las sombras

desde el origen de la luz,

y así se apaga el mundo momentáneo,

se enciende mi conciencia.

Y miro el mundo, desde esta soledad,

le ofrezco fuego, amor,

y nada me refleja.

Nutridos de ese ardor nazcan los hombres,

y ante la indiferencia extraña

de cuanto les acoge,

mientan felicidad

y afirmen inocencia,

pues que en su amor

no hay culpa y no hay destino.

CON QUIÉN HARÉ EL AMOR

En este vaso de ginebra bebo

los tapiados minutos de la noche,

la aridez de la música, y el ácido

deseo de la carne. Sólo existe,

donde el hielo se ausenta, cristalino

licor y miedo de la soledad.

Esta noche no habrá la mercenaria

compañía, ni gestos de aparente

calor en un tibio deseo. Lejos

está mi casa hoy, llegaré a ella

en la desierta luz de madrugada,

desnudaré mi cuerpo, y en las sombras

he de yacer con el estéril tiempo.

Vuelve la hora feliz. Y es que no hay nada

sino la luz que cae en la ciudad

antes de irse la tarde,

el silencio en la casa y, sin pasado

ni tampoco futuro, yo.

Mi carne, que ha vivido en el tiempo

y lo sabe en cenizas, no ha ardido aún

hasta la consunción de la propia ceniza,

y estoy en paz con todo lo que olvido

y agradezco olvidar.

En paz también con todo lo que amé

y que quiero olvidado.

Volvió la hora feliz.

Que arribe al menos

al puerto iluminado de la noche.

CONVERSACIÓN CON UN AMIGO

Se me ha quemado el pecho, como un horno

Por el dolor de tus palabras

Y también de las mías.

Hablamos del mundo, y desde el cielo

Descendía su paz a nuestros ojos.

Hay momentos del hombre en que le duele

Amar, pensar, mirar, sentirse vivo,

Y se sabe en la tierra por azar

Solo, inútilmente en ella.

Como si se tratase de algo ajeno

Hablamos de nosotros

Y nos vimos inciertos, unas sombras.

Con poca fe, con las creencias rotas

Con un madero en la marea,

Con toda la esperanza naufragando

Porque no es la que llega a nuestra barca,

Sólo la caridad nos redimía

Del mal nuestro de ser.

Mirábamos la calle, rodeados

De luz, de tiempo, de palabras, de hombres.

EPITAFIO ROMANO

«No fui nada, y ahora nada soy.

Pero tú, que aún existes, bebe, goza

de la vida..., y luego ven.»

Eres un buen amigo.

Ya sé que hablas en serio, porque la amable piedra

la dictaste con vida: no es tuyo el privilegio,

ni de nadie,

poder decir si es bueno o malo

llegar ahí.

Quien lea, debe saber que el tuyo

también es mi epitafio. Valgan tópicas frases

por tópicas cenizas.

LA ÚLTIMA COSTA

Había una barcaza, con personajes torvos,

en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,

sepultada.

Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,

en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,

un gentío enlutado.

Enfrente, aquella bruma

cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.

Y una barca esperando, y otras varadas.

Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.

Un aire inmóvil, con flecos de humedad,

flotaba en el lugar.

Todo estaba dispuesto.

La niebla, aún más cerrada,

exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.

Dispusimos los remos desgastados

y como esclavos, mudos,

empujamos aquellas aguas negras.

Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco

en el viaje aquel de todos a la niebla.

Claudia Posadas dice sobre Brines: Básicamente, como se dijo, su tema es el deshacerse paulatino de la vida, tal como la luz se desvanece con la noche. La tarde, el crepúsculo, el claroscuro, es la metáfora fundamental de este proceso y precisamente por esto es una atmósfera determinante en su obra. Poeta elegíaco, si bien canta a la despedida, también celebra la vida, su luz, la naturaleza, la libertad y el recuerdo amoroso; en este sentido se aproxima a ese paganismo de poetas como Cavafis, que celebran el aroma de otros tiempos, mismo que reconocen en el aire una vez terminado el poema. Elegante, clasicista, digno representante de la llamada “poesía de la experiencia”, Brines ha transitado de la sensorialidad a la reflexión, pasando por la ironía.

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