Como siempre ha ocurrido en los últimos cincuenta años, gustó a nuestros gobiernos – especialmente a los que se autotitulan “de izquierda” – y a partidos políticos: vivir contradicciones, como intentando ver qué pasa y hasta dónde llega la “aventura” de buscar algo y conseguir lo menos pensado; es decir, vivir al azar, tentando a la “suerte” que bien se sabe no existe.
Una de las manías es el odio al capitalismo, odio a quienes creemos contrarios al socialismo extremo y a muchas doctrinas o posiciones que buscan confrontar a los Estados Unidos o a quienes piensan u obran como él. Como característica de país pobre o que está en el Tercer Mundo – sin contar a los que aún se encontrarán por mucho tiempo en un Cuarto Mundo – como señal de pobreza y dependencia, creemos que las inversiones de capitales, tecnología y capital humano “nos llegarán por milagro” o como “parte de las ayudas que nos agrada recibir”.
En la costumbre de la dependencia, no hay siquiera la ocurrencia de pensar que debemos vivir por nuestro propio esfuerzo y dedicación al trabajo, a la producción, a la creación de riqueza y a la diversificación de nuestra economía; esperamos siempre la mano protectora de los países limosneros como son los ricos y desarrollados y de las instituciones financieras de carácter internacional que normalmente presupuestan fondos para cooperar a los pobres.
Para la mayoría de los países ricos, disponer saldos presupuestarios no implica nada porque son, en resumidas cuentas, formas o sistemas para no pagar más impuestos porque toda donación interna o externa, que hagan es deducible de las cargas impositivas que regular y sagradamente deben cumplir. Para las instituciones financieras, hay remanentes por intereses – aunque más bajos que los de la banca comercial – que les permite disponer para cooperar con el mundo de la pobreza que ellos llaman “en desarrollo” y a los que han superado altos índices de pobreza y ahora llamados “economías emergentes”.
La característica de un país pobre como el nuestro: buscamos inversiones de los capitalistas; pero, con cualquier pretexto, nos sentimos enemigos de ellos y lanzamos protestas. Forma equivocada de querer ser consecuentes con lo que se piensa, y no se obra así: ¿Será porque no sabemos qué queremos o qué buscamos? Lo grave es que esos países poseedores de capitales, riquezas y remanentes, buscan a los países pobres para “ayudar” con sentido de solidaridad y no faltan casos en que también protestan y se preguntan: ¿”Por qué no trabajan y crean sus propias fortunas y formas de desarrollo para superar a la pobreza”?
La verdad es que ninguno: ni limosneros ni mendicantes de los socorros, han pensado y actuado en pos de invertir y ganar dinero en los países pobres, para ganar más creando empleo y acumulando riqueza que sirva al desarrollo de los países pobres. Cada uno de esos países prefiere “ayudar” con dinero antes que invertir y trabajar, producir y generar riqueza que también lo beneficie, alegando “temores a la inseguridad política y social”. Esta es, pues, una forma egoísta de obrar, porque no ganan pudiendo y nada hacen para que los pobres salgan de su pobreza. ¿Temores a la competencia?, ¿Necesidad de descargarse con los pobres? En fin, son actos de conciencia, de pobres y ricos, para no encarar la gran crisis que ocasiona la pobreza.
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