Lunes 04 de enero de 2021

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No importa lo que hayan hecho los ineptos administradores del triunfo político de octubre-noviembre 2019, lo cierto es que el pueblo boliviano derrotó entonces a la una dictadura que se proponía permanecer largo tiempo.
El proyecto fue derrotado y ahora se dan los pataleos de ahogado de sus dirigentes, mientras el país observa, con paciencia, cómo se demora la aparición de opciones que vengan a mostrar el nuevo sendero.
Para comenzar, el nuevo sendero ha descartado a los caudillos, lo que es un condicionante muy claro. Los bolivianos han decidido que la democracia estará en manos de la gente, como ocurrió en la epopeya de fines de 2019, no de caudillos.
Creo que le llaman la democracia directa, pero es una forma de expresión política que descarta a los liderazgos. Una determinación que marcó el episodio de 2019, aunque también habría que atribuirle la gestión fracasada del llamado “gobierno de transición”, al que se le dejó actuar libremente.
La gente que había dado aquel triunfo, que había derrotado al dictador y lo había hecho huir como el cobarde que es, no quiso equivocarse y decidió no confiar en caudillos. Fue muy fuerte la decisión de acabar para siempre con el caudillismo. No había margen para hacer pruebas. El modelo había sido descartado para siempre.