Encomio al Huari Carlos Decker-Molina

¿Una muerte acaso?

De alguna manera es un parricidio

Dejo mi sillón y tomo en mis manos el libro que podría ayudarme en este duelo. Miro sus páginas, hojeo y encuentro en uno de los versos una explicación para mi dolor, que llegó primero y se convirtió luego en bronca.

¡No puede ser! Me dije. Allí moraban las sombras y las luces, el bullicio y el silencio.

Era el lugar donde Borda Leaño garabateo: “¿Usted sabe señor cómo duele la sangre?”

Ahí, Adán, Ricardo, Agustín planearon la próxima jugada del ajedrez revolucionario. Y, justo en la mesa del frente, Hugo, Oscar y Bernardino planeaban el contrataque nacionalista.

Todos eran habitantes sin pasaporte de un territorio de libertad. Hasta se confundía y aparecían Hugo, el nacionalista y Adán, el revolucionario pidiendo a dioses clandestinos el favor de una senaquina.

Fue allí donde Guerra Gutiérrez escribió:

“¿Qué tendrá el amor / en su anunciada presencia / de mágicos albedríos?”

En la mesa oculta del comedor que daba a la derecha de la entrada ubicada en la esquina escuché que alguien hablaba de divorciarse, justo en esa misma mesa años antes preguntaba él mismo

¿Cómo avisar a mi padre que seré padre?

Era lo más parecido a La Colmena del Nobel José Camilo Cela. Una colmena orureña, donde entraban abejas y avispas. Una colmena sin reinas. En 12 años vi sólo algunas en el comedor con sus familias el domingo de salteñas. En el Bar solo a la gran dama del teatro. Un final de año en la facultad de Derecho tuvimos el atrevimiento de llevar a algunas reinas, eran tiempos con igualdades limitadas, pero por algún lado había que comenzar, para justificar la transgresión estuvimos acompañados del catedrático más elegante, maestro de la masonería, con hijo comunista y yerno guerrillero.

Era el lugar donde se cobijaban elenos y troyanos. Los conspiradores de paso entraban por una salteña y un Chop. Cuantas veces vino a Oruro el fiero Lora tantas veces entró al santuario, a veces solo, a veces con el Maestro, el Irineo o el Machu Moreno.

Eran épocas de la radio más que de la prensa, porque en la radio se difundían los redioteatros de Villena, de Balderas y los míos. Recuerdo a Juanito entrando al Huari por la puerta de la esquina en busca del capítulo perdido de Yo Soy Ricardo Fernández, para seguir grabando.

Todas las faunas estaban bienvenidas, la de los abogados, la de los periodistas, la de los empresarios mineros, grandes, medianos y chicos. Los viajeros de paso, los bohemios de siempre que amanecían a la vuelta de la esquina en el Garcia Moto Club, en el Uruguay o en Ch’amacaso de la 6 de octubre, un cuartito con calientitos y la guitarra de los Lavadens.

Oruro…”esa enamorada del gringo y del gitano”, donde la gente no “pregunta de dónde viene el hombre si trae en las manos la crispación dichosa del trabajo” ha perdido el templo de la bohemia insomne tan bien retratado en el libro de Jorge Mesa.

Me informé que el Bar y Restaurante Huari se ha cerrado, “los herederos decidieron vender” seguramente -en su derecho- para multiplicar el templo en panes y vinos.

Lo único que queda es el recuerdo. Hace años Héctor Borda Leaño me recibió en su apartamento de la ciudad de Malmö, me apretó la mano:

Chino, hermano. No has cambiado de voz. ¿Te acuerdas del Huari?

Sí, claro que sí.

Sabías que ahí, en ese templo sin velas ni olor a incienso, comenzaba el carnaval.

Ahora me preguntó ¿dónde comenzará el próximo carnaval?