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Warning: session_start(): Cannot start session when headers already sent in /home/lapatri2/public_html/impresa/index.php on line 8 Ripios para el diálogo - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
A un año de la partida de nuestro Director Honorario, lo recordamos publicando este texto de su autoría que fuera escrito en el seno de la Unión Nacional de Poetas y Escritores de Oruro (UNPE), ámbito en el que también se contextualiza el texto de la siguiente página firmado por el poeta orureño Sergio Gareca:
Ripios para el diálogo
29 nov 2020
Fuente: Luis Urquieta Molleda
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El paso agitado dominaba su andar, nada más que para franquear la empedrada calleja y llegar a tiempo hasta el umbroso terebinto de la terrosa plaza. Llegar a tiempo para qué…, para arrellanarse en un banco y asirse con sus tersas y rugosas manos de la empuñadura de su bien tallado bastón de quebracho blanco; todo así, en espera ansiosa de expedirse en conversación con quienquiera que fuera.
Toda conversación que discurre con el espacio abierto de una relación comunitaria lleva la impronta de la llaneza, de lo trivial y nutre lo cotidiano con la atmósfera de la convivencia. Esta vez quedó roto lo habitual; fue diferente e inusitado. La placidez poblana y el prodigioso silencio de la mañana cedieron a la tertulia inesperada.
– Su rumboso aire ha llamado mi atención, respetable señor. – Así empieza el joven al aproximársele con ágil movimiento y sereno talante; que para dejar en firme su presencia, continúa diciéndole: – Usted debe ser el patriarca de esta exuberante villa.
Presto se yergue el caballero ayudado por su bastón, y cortante replica: – Soy un ciudadano que viene aquí en plan de descanso de la agitada urbe y de haber dejado atrás los ruidosos preparativos del IV Centenario de la fundación de la ínclita ciudad; mi presencia aquí también obedece a otras causas; es que desde mis antecesores poseo propiedades de esta provincia yungueña. Mi ilustre progenitor fue diputado de los liberales al comenzar este siglo.
Interrumpe displicente el joven: – Entonces su honorable padre tuvo responsabilidad en el infamante Tratado de 1904 con Chile.
– Así fue, no puedo negarlo; yo mismo me inicié en la azarosa vida política alineado al montismo –prosigue como alistándose para una larga perorata, reacomoda su embarquillado borsalino, y afectado por la alusión al inefable tratado prosigue: – Ante la presión del país invasor, para saldar las cuentas de la perdida guerra, era poco lo que podía hacerse por la patria humillada. Practicistas y reivindicacionistas, es decir liberales y republicanos, en el parlamento y en las calles, se sumergieron en lo más hondo de sus controversias y pasiones. Se impuso la corriente gobernante, se firmó el tratado y la naciente oposición republicana creció, hasta que tomó el poder político quince años después.
Airado interrumpe otra vez el joven: – Todo esto, que viene de mucho antes y lo que está sucediendo hasta nuestros días, es pelea mendaz y festín de políticos, con ausencia participativa de la población mayoritaria. Elevando su tono añade: – El país requiere una transformación radical para resolver el problema de los pobres y de los analfabetos; la rosca minera-feudal… es la causante…
– Alto, alto señor. Después de todo, usted es forastero para mí, que no lo tenía ni por asomo entre mis conocidos. Pues, deseo saber prontamente con quien estoy en diálogo.
– Es mi deber responderle señor, puesto que gracias a su condescendencia estoy todavía conversando con usted. Tal vez no tenga interés mi nombre, soy estudiante del último curso de Derecho en la Universidad Mayor de San Andrés. Es la segunda vez que vengo a Chulumani; la primera fue hace dos años, tras la muerte del escritor Alcides Arguedas, que como usted debe saber, sucedió aquí. Un grupo de estudio al que me adherí, vino en busca de algunos escritos y apuntes que pretendidamente pudieran haber tenido significación en los últimos días del controvertido historiador y escritor. Mi presencia aquí es incidentalmente oficiosa, porque en realidad al atravesar detenidamente la zona abrupta de La Cumbre ayer, cumplí mi objetivo de conocer el tramo Chuquiaguillo-Ichuloma que, como debe saber también, aquella inmensa montaña rocosa en sus cincuenta y cuatro kilómetros de trazo para el ferrocarril La Paz-Beni fue desbastada a pulso por los paraguayos, prisioneros durante la Guerra del Chaco.
– Conque usted es un estudioso de las hazañas de los paraguayos, para ser apología de sus sufrimientos y no va a decir ni pío del sacrificio heroico y las vicisitudes del soldado boliviano en la campaña del Chaco. Tampoco dice algo de Chuspipata, donde a su paso debió haber visto unas cruces, en el borde del barranco y donde hace menos de cuatro años fueron asesinados y arrojados al abismo ilustres patriotas por las hordas del fascismo nativo. Me luce que usted es un retoño de aquellos izquierdistas que, haciendo gala y prédica de su pacifismo, desertaron, traicionando a la patria en su hora más aciaga.
– Respetable señor, he de demandar de usted no explayarse más en epítetos y hacer menos escabrosa la conversación. No he indagado de usted sobre su personalidad, pero asumo el valor de su ilustrada comprensión para no dejar al acaso el tema de la guerra. Personalidades del humanismo europeo, como el notable Romain Rolland, pacifista militante durante la Primera Guerra Mundial y, recientemente, el filósofo inglés Bertrand Russel han calado profundo en la conciencia de los pueblos para oponerse a las guerras. En nuestro país, la oposición a la contienda del Chaco por destacados pensadores bolivianos no solo que fue desoída sino execrada, sobre todo por los militares, precisamente por aquellos que tan mal condujeron la guerra. Por respeto a los despojos más recientes de nuestros héroes quisiera repetir el pensamiento enérgico del estadista francés Clemenceau: “La guerra es un asunto demasiado importante para ser manejado por los militares”.
– No siga señor universitario, me conmueven sus convicciones y su elocuencia. Ninguno de nosotros sabe lo que es una guerra. Yo nací en 1888, el mismo día que el presidente Aniceto Arce, vestido de fraile, huía por el tejado del templo de La Merced de Sucre, tras el amotinamiento del batallón de su propia guardia azuzada por los liberales. Cuando sucedía la Guerra del Acre era apenas un niño de once años; para la Guerra del Chaco, por tener más de cuarenta años, ya no fui convocado. En cuanto a usted, que probablemente nació en los alrededores del centenario de la República, ha podido ser uno de los tantos adolescentes que quedó protegido en el regazo maternal.
– Sí, protegido por el afecto maternal, pero huérfano del padre que dejó sus restos en la zapa de los corifeos de la guerra.
– Mi generación que ya se va y la suya que ingresa al mismo drama, somos producto del caos, de la borrasca, de las penas chicas. Por eso estoy acosado de temores por el futuro, de esos temores que son como las estrellas: siempre están ahí, solo oscurecidas por el resplandor del día. Aún así, aquí me tiene, joven amigo, enfundado en el rostro olvidado de mis recuerdos, junto al sello poético de la naturaleza, lejos del ruidoso tráfago.
Es el fin del raudo y extraño diálogo de las generaciones: una, cargada de añoranzas y sabiduría, la otra, impetuosa y ufana. El joven se yergue con además solemne; a su vez el gallardo afincado se alza animoso para acabar diciendo: – Creo todavía, estimado señor, en el poder curativo de la conversación, por eso estamos aquí. Y tal vez volvamos a vernos otro día para un diálogo mejor, tan vibrante y suscitador.
Los casuales contertulios se despiden, casi extenuados por sus desahogos, envueltos en la brisa que atenúa el calor estival que aquella vaguada de espesa esmeralda.
Fuente: Luis Urquieta Molleda
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