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Todos Santos, difuntos y la pandemia por el Covid-19 - Periódico La Patria (Oruro - Bolivia)
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Lunes 02 de noviembre de 2020

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Oruro - Regional

Todos Santos, difuntos y la pandemia por el Covid-19

02 nov 2020

Fuente: Por: Marlene Durán Zuleta

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Cada año el calendario marca un recordatorio, dedicando un día a Todos los Santos y difuntos. Nombres conocidos beatificados desde su ascenso a la gloria repasan nuestra memoria, sus esculturas en pan de oro relucen en las iglesias del mundo, parecen observarnos San José, San Francisco de Asís, San Martín de Porres, San Felipe, San Agustín, Pablo de Tarso…y difuntos de quienes se adormecieron en el sueño impasible de la muerte, rendimos tributo, dejaron una impronta en su paso por la vida.

En el imaginario, para quienes se fueron en el solsticio de invierno o verano, su existencia siempre está viva, nunca fueron echados al olvido, esa esencia con el mismo amor está latente por estos seres queridos, si bien no llegaron a ser purificados, fueron hombres y mujeres recordados y recordadas desde la hoguera de los hogares y del corazón.

A pesar de algunas partidas imprevistas o con el hálito que ya marcaba otras dimensiones, nunca se perdieron las sonrisas ni su nostalgia por el abandono que hacían a sus cuerpos. Siempre ha existido una conexión misteriosa, pensamiento que puede traspasar las estaciones, el tiempo y hoy en esta jornada de sensibilidad, visibles e invisibles, las familias unidas habremos de bendecir al Creador, por estas horas, etapa de unción, cuando recorren todos los planos de la “casa del Padre donde existen muchas moradas”.

Aceptando la existencia de otra vida, aguardaremos impacientes a esas figuras amadas, dejaremos arder las candelas que mostrarán sus colores y sus retratos estarán iluminados, signo, recurso de otra luz. No habrá que descuidar la merma de la estructura de estos cirios, sigilosos pueden envolverse en llamas, humo y terminar en un incendio voraz. Debe primar la emoción. Estos espíritus sin más recursos, que su presencia silenciosa motivaran armonía.

Las almas etéreas, soplos de amor, nos contemplarán y con sutileza, brindarán una caricia con la esperanza de la resurrección para que eternamente vuelvan a prodigar sentimientos puros.

Esa visita esperada, motiva tener encendida la casa, al recibirlos a mediodía del 1 de noviembre, permanecen una noche y al otro día antes que termine el meridiano, se los despide con la certeza que el próximo año vuelvan a visitarnos, las almas de los seres queridos, amigos o conocidos, o exista el reencuentro de ver la luz perpetua del alba junto con ellos.

Este año los augurios alcanzaron inquietud y zozobra, por meses la realidad fue empañada, aunque nos negáramos a creer, el permanecer gran parte del tiempo en los hogares, permitió sarcásticamente abrir y limpiar los ríos, los bosques, el agua del mar se veía cristalina, la naturaleza volvía a festejar, los animales de la superficie y el mar habían recobrado la belleza en todo su esplendor. La tierra es pródiga, aguarda que este globo no siga siendo aventura para quienes incendian y quieren extinguir nuestros árboles.

No sólo los vivos fuimos confinados, también nuestros difuntos, se quedaron desamparados con las lápidas empolvadas y las flores disecadas. La oración cotidiana nos aproximó silenciosamente al Dios de los antepasados y nuestro de cada día.

La pandemia malvadamente logró cambiar el ciclo de los sueños, los viajes fueron postergados, cancelados. Se multiplicaron los contagiados, muchos al caer en esta desgracia fallecieron. Lo terrible fue no contar con un panteón Covid-19, ellos no tuvieron la culpa que internamente el virus los succionaba, fueron víctimas de esta ruina, algunas personas resistieron, recuperaron ojalá no tengan secuelas otros desgraciadamente fallecieron, grande fue el problema para ser enterrados, fueron rechazados, por temor al contagio.

En estos meses en mi lectura cotidiana, en los estantes de mi biblioteca he encontrado hilos que hablan sobre la muerte, misterio insobornable, sin duda cuando llegue la hora, todos habremos de descubrir y quedar en silencio como símbolo de humildad, tributo de que quien se marcha, calla.

El arte a través de la literatura, música, pintura descubren y manifiestan los componentes del trance, -signos rigurosos imborrables-. La muerte será escrita en una oda, elegía o verso libre para convertirse en salmodias, la música recorrerá en lamento como el viento, las cuerdas se pondrán más tensas y las telas se hundirán intensamente. Los lienzos fuertes y duros colgaran las paredes, mostrando y demostrando en toda su intensidad cuencos, húmeros de toda forma y tamaño, un solo color, retratando nuestra cotidiana realidad.

A estas líneas se asoman análisis filosóficos, psicológicos, antropológicos, todos en su intensidad vertical han de traducir al deceso como natural, escrito en la historia de la creación, también como un invisible desdoblamiento, es decir el cuerpo debe volver a la tierra como polvo de lo que fue cuando Dios creó al hombre, el espíritu se elevará a otro nivel superior y luz eterna.

A diario lidiamos con el reloj, los sentidos, la memoria. Parecería que el libro primigenio, obra de Oro, alimento espiritual que nos anuda temporalmente a la vida se adelantó al tiempo. En estas postrimerías vamos batallando cuando parte de la humanidad enciende odio, rencor, parece que tienen muerta la misericordia, la piedad. ¡Necesitan rehumanizarse! deben dejar de cultivar días borrascosos, episodios destructores, la piedad y el amor aquí o allá, abajo o arriba, siempre ha de perdurar, no todos anidan pasiones perversas o sonidos dañinos, también existe espacio de ternura.

Este universo nos muestra dos caras la maldad y la bondad, no se cuenta a tientas, es negro o es blanco y los humanos tenemos libre albedrio, decidir a vivir, si nuestro trazo es transparente, sólo Dios puede apagarnos en la hora presagiada.

Humberto Eco cuando hace referencia a la muerte, confiesa que es natural, mejor normal el descender “somos de la tierra y ahí debemos volver”. Albert Eistem escribió “Y todo lo que se investigue, analice, experimente, la muerte es como el mal necesario, en ocasiones el que adolece descansa, el resto quiere seguir viviendo el sufrimiento de la orea persona a la que se quiere o conoce, ahí está la solidaridad de aceptar el miedo a la eternidad”.

Los que mueren, no sé si se irán como señala este epitafio “Cuando yo llegué a este mundo, lloraba y todos reían (familia), ahora yo me voy riendo y ellos se quedan llorando”. Los que sufren son los descendientes y deben afrontar un sinfín de sombras. En esta situación los hospitales estaban limitados en atender, parecía lepra cuando se mencionada Covid-19, fue horroroso, una pesadilla real.

En este trance hemos lamentado el deceso de varios galenos de todas las edades, los que estaban iniciando servir al prójimo y otros con mucha experiencia y enfermeras en su apostolado como ángeles han ascendido. Partieron músicos, pintores, profesores de escuela, docentes universitarios, administrativos, estudiantes, trabajadores municipales, otros hombres y mujeres, sin ver el color de la piel, ni el estatus social ellos quedaron inmóviles con esta pandemia.

Esta triste historia tan cierta como el ocaso que se pierde en las tardes, cuando bancos de nubes se mueven lentamente se mueven hasta provocar precipitaciones, el cielo se desata, cae agua a cántaros y nada mueve ni conmueve esta presencia, nada grata para el mundo.

Esta desazón, motiva este día a quienes con o sin Covid-19 se fueron de esta vida, un largo tributo.

Cómo describir a ese monstruo, que se dilata, que se entrega a los sentidos, que huele y se impregna de ese perfume pasado de magnolias. Es cruel, implacable, nadie puede huir, porque de un zarpazo arremete, gesticula, cierra las ventanas, apaga los sueños y enciende al sepulcro ante la muerte.

Fuente: Por: Marlene Durán Zuleta
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