“Estamos jodidos; no encontramos salida por ninguna parte”, dijo el taxista. Era ese momento del “23” cuando Morales pronunciaba su discurso. Bajando un poco el volumen de su radio, el taxista añadió: “Todo es hablar; discursos aquí, discursos allá; esa es su apretada agenda de todos los días… Ah, va a disculpar, señor; a lo mejor es usted masista”. No, no se preocupe, maestro. Yo también pienso más o menos lo mismo que usted...
Los taxistas son los que habitualmente escuchan todo lo que acontece en el país. A veces deslizan con ruda franqueza su comentario. En verdad son pocos los que por lo menos ese día hacen suyo el problema del mar. Como le damos un marco de festividad con bombos y platillos, parece que se estuviera celebrando más bien la ausencia del mar y la derrota de Bolivia. La desinformación y la emotividad patriotera obliteran el sentido crítico y no permiten ver sino la apariencia.
Chile no aceptará nunca dividir su territorio para concedernos siquiera un angosto corredor hacia el Pacífico por el que fue antes nuestro. Tampoco es posible el otro por Arica sin consentimiento del Perú. Una cláusula específica hace que éste siga siendo el virtual dueño de aquella provincia. Entonces, ¿por dónde esperamos poder acceder al mar? Este es el grave problema, el jaque mate que tenemos planteado al frente. Parece que el taxista viera las cosas con más lucidez y realismo que Diremar y todos los “ex” juntos.
La friolera de 133 años nos hemos pasado blandiendo el palo de ciego. Un tiempo buscamos el apoyo multilateral, y por cortesía diplomática todos nos expresaron su solidaridad, incluso el Perú. El tratamiento bilateral en la agenda de los 13 puntos fue un fiasco. El año pasado, después de declarar una cosa diferente en la víspera, el Presidente se lanzó en aventura por otro rumbo. Primero se decide, luego se piensa en lo que se ha decidido. Ya se verá. El camino hacia el Tribunal de la Haya es también lejano y brumoso.
Si la “reivindicación marítima” significa buscar la salida por el Litoral boliviano, eso implica rescatar el mar en el campo de batalla. Si tuviéramos éxito, le devolveríamos a Chile su aforismo bélico: “La victoria es la ley suprema de las naciones”. Al que está varias leguas por delante nuestro, es preciso alcanzarle y ganarle; de eso se trata. Con frecuencia nos postulamos como pacifistas, porque no nos queda otra. Y Chile, como es poderoso, informa y advierte que su ejército está preparado para hacer respetar los tratados del despojo.
Sin guerra, esta alternativa fantástica: supongamos que Chile en un arranque de supremo desprendimiento y generosidad opta por una solución integral. El corredor de acceso soberano al mar sería por la antigua frontera de Bolivia con el Perú. Arica volvería automáticamente a la soberanía peruana. ¡Dos pájaros de un tiro! De todas maneras el Litoral quedaría en poder de Chile, menos la pequeña extensión del corredor. Sin obviar los aspectos secundarios, la devolución de los territorios no sería para Chile una pérdida significativa. En cambio, se ganaría la admiración del mundo.
Volviendo a la realidad, Charaña dejó en claro varias cosas. No fue el intento más cercano a la solución del problema. Chile quería hacer un gran negocio. Pretendía entregar un pedazo de territorio ajeno a cambio de una compensación equivalente. Y teniendo a Bolivia de por medio, quería guardarse las espaldas con respecto al Perú. Era una transacción netamente comercial: tanto por cuanto; ajena a la reivindicación marítima. Fracasó por la contrapropuesta peruana donde se reafirma el derecho irrenunciable sobre Arica. Estos son los puntos sobre los que hay que hablar con claridad, sin medias verdades ni demagogia. El peor engaño es aquel que a sabiendas se hace uno a sí mismo.
(*) Pedagogo y escritor
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